33. Me está enamorando y él ni siquiera lo sabe

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—No eres mi madre, no puedes decir que puedo y que no puedo hacer —repite por tercera vez, con el ceño fruncido y los ojos cristalinos

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—No eres mi madre, no puedes decir que puedo y que no puedo hacer —repite por tercera vez, con el ceño fruncido y los ojos cristalinos.

—Por supuesto que no lo soy, yo jamás te abandonaría —le doy un mordisco a la tostada de aguacate— Date prisa o llegarás tarde.

—¿Has oído lo que acabas de decir? —se pone la mano en el pecho, como si el hecho de que nuestra madre nos abandonara fuese un secreto de estado.

—Sé que no soy tu madre, pero he ejercido como una desde que tengo uso de razón —respondo mucho más seria esta vez— Si digo que no vas a volver a trabajar ahí lo aceptas y punto.

—Pues bien que has cogido el dinero que gané para pagar al mecánico —me reprocha— Por un coche que estropeaste tú.

Sigo desayunando como si nada. La conozco, y sé que solo quiere llamar la atención, sentirse adulta por unos minutos, pero no voy a consentir que mi hermana pise ese sitio nunca más. Ningún ruso, polaco, chino o de la Conchinchina va a mirarla como la otra noche. No si quiero mantener la conciencia tranquila y poder dormir por las noches.

—Y nadie te ha pedido nunca que ejerzas de madre —insiste cuando ve que no está consiguiendo nada.

Me bebo el zumo de naranja, disfrutando de los primeros rayos de sol que me acarician la piel, de la calma que se respira a esta hora, cuando la ciudad parece somnolienta.

—Lo siento... —suspira a mi espalda, me rodea los hombros con los brazos y apoya la cara en el hueco del cuello con el hombro derecho— No iba en serio. No es culpa tuya.

—¿Qué mamá se fuera? —la miro de reojo.

—Eso tampoco —se ríe bajito— Ese trasto ha recorrido muchos más kilómetros de lo esperado, no es culpa tuya que haya decidido morir justo cuando conducías tú.

Le sonrío con cariño. Winter se queda varios minutos abrazada a mi espalda.

—No es tu coche y aun así estás haciendo lo posible por ayudar —sonrío— Gracias.

—Llevo meses viviendo gratis, ya es hora de que me ponga a trabajar en algo —me mira de reojo— Bailar se me da bien.

—Lo hago por tu bien.

—Pero es que no quiero ir a esa entrevista —hace un puchero— Quiero bailar con Jas.

—Ya te he dicho que...

—Que sí —me interrumpe y se separa lo suficiente para rodear la mesa y coger el trozo de tostada que me queda— Que un indio me miró raro.

—Ruso —reprimo una sonrisa cuando hace una mueca de placer al saborear mi delicia, la que, por cierto, era para mí y ahora ha desaparecido en su boca.

—Me da igual de dónde sea el degenerado —se lame los restos que le quedan en los dedos— No me voy a mover de la barra, lo prometo.

Mueve las pestañas de manera dulce e inocente, como si eso me fuera a hacer cambiar de opinión.

Seduce MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora