25. Él y su manía de acelerar mi ritmo cardíaco

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Una vez leí que el arte permite encontrarnos y perdernos al mismo tiempo

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Una vez leí que el arte permite encontrarnos y perdernos al mismo tiempo. Nunca llegué a entenderlo del todo hasta este momento.

Llevo días intentando mantener la mente en blanco, pero los pensamientos son incontrolables, fluyen por mi cabeza en todas direcciones, castigándome una y otra vez, convirtiéndome en mi peor enemigo. Hay ruido constante en lo que antes solía ser silencio, una maraña de sentimientos peleando por salir, por apoderarse de mí y tomar el control. Todo fluye en mi cuerpo como una descarga eléctrica, mis manos se mueven por el lienzo como si tirasen de un hilo invisible atado a mis dedos. Hay rabia, hay tristeza, hay confusión, pero, sobre todo, hay miedo. Miedo por no saber controlar lo que se está apoderando de mí, por este sentimiento que bulle de lo más profundo y empieza a coger forma.

Los recuerdos son fotogramas puntuales que llegan cuando menos te lo esperas, a veces camuflados en un aroma, otros en un sabor, incluso en un sonido que te devuelve al lugar de inicio. En mi caso, el recuerdo lo tengo impregnado en la piel, cada roce, cada caricia, me lleva hasta él. No he dejado de pensar en el beso ni un solo segundo, por más que lo he intentado, la sensación de sus labios ha sido lo único que me ha mantenido a flote, y ha terminado por hundirme.

He intentado escapar del recuerdo, pero he acabado en el centro de él, en el lugar donde se produjo. Atraída hacia lo que me hace daño, como las polillas a la luz, aun sabiendo que los cegará, que puede ser su final, siguen su instinto hacia aquello que les hace palpitar. He intentado escapar, pero vuelvo una y otra vez, me siento en el mismo lugar, y dejo que todo lo que no consigo decir con palabras se plasme en el lienzo, vaciándome por dentro hasta quedarme sin nada.

Suena música de fondo, como un telón del monólogo que tiene mi cabeza consigo misma. La voz de Olivia Rodrigo apacigua la mía, me mantiene despierta en el limbo, marcando el ritmo de mis pulsaciones. No sé cuántas horas seguidas llevo aquí sentada, en la misma posición, sin un descanso, sin permitirme volver a caer en el pozo del que no sé salir. Apenas he comido un par de frutas esta mañana. Tengo el estómago cerrado. Ya hay demasiada rabia colándose entre mis tripas, devorándome como una solitaria en forma de gusano.

«Soy una cobarde». Mojo el pincel y lo cubro de un azul intenso, del mismo tono que sus ojos. «Siempre lo he sido». Descargo toda mi rabia contra el lienzo. «Nunca estaré a la altura». Sostengo todo el aire en los pulmones, tras las costillas. «No me lo merezco». Doy el último brochazo y expulso todo el aire en una gran bocanada.

Como un acto reflejo, me giro hacia atrás. El pincel se me cae de las manos, mi cuerpo se paraliza al ver a Caden en la esquina, con la espalda apoyada en la pared y las piernas cruzadas. Me pongo en pie a trompicones, con el pulso acelerado y la boca seca. Su mirada me atraviesa, hipnotizada por la forma en la que lo hace, como la primera bocanada tras sacar la cabeza del agua, la que te llena los pulmones de golpe.

—¿Cuánto llevas ahí? —me humedezco los labios.

—No el suficiente.

Mantenemos los ojos fijos en el otro, en un duelo de miradas, con un silencio cargado de palabras. No he podido perder tanto la noción del tiempo, aún le quedan días para volver, para tener que afrontar mis actos, pero hoy no, todavía no estoy preparada. Ha tenido que pasar algo.

Seduce MeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora