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By Tom.

En realidad no mentía, no planeaba hacerle nada, almenos por ahora, sólo me límite a acariciar su espalda cuidadosamente, en realidad ella había sufrido mucho más y es mi manera de compensar la muerte de su padre, que obviamente yo cause.

- Tom... -

- ¿Qué pasa, muñeca? - contesté tranquilamente sin dejar de acariciar su espalda.

- De quien eran aquellos gritos. - pregunto con preocupación.

- De la nueva chica de Gustav, aunque no durará mucho aquí. -

- La mataran? - pregunto aún más preocupada.

- No, la venderemos a algún cliente. -

- Venden mujeres?... - se alejó de mi un poco y se puso tensa.

- No te preocupes tú y Emma se quedarán con nosotros.

- Emma?... - Emma está aqui? -

- Si, Adela tan bien pero no por mucho. - ella sólo se alejó más y se puso pálida.

- Mi mamá está aqui? ¡No le hagas nada! - grito alterada.

- Tranquila princesa te dejaremos despedirte, sólo que ahora no puedes verle te asustarias por el estado en el que está. -

- ¿¡Que le hicieron?! - ella sollozaba estaba al borde del llanto

- Fue Gustav... - dije burlandome.

- ¡Malditos desgraciados! -

- ¡Cállate! - Le grite mientras golpeaba fuertemente su herida.

- ¡Ahhh! - ella se retorcia del dolor.

- Tienes que comportarme, no me des motivos de usar mis juguetes contigo. -

Ella no respondió, sólo se retorcia del ardor que le causaba y eso realmente me exitaba. No aguantaba más su llanto era deseperante y doloroso, incluso me hacía arrepentirme de golpearla aunque no lo demostraría.

No soporte más y salí de la habitación cerrando la puerta detrás de mi, al parecer nadie sabía que Atenea estaba en la misma casa y si lo supieran se volverían locas.

- Tom... - dijo Bill

- Que pasa hermano? -

- Emma ya sabe... -

- Ya sabe que, Bill. - respondí más serio sabía que le asustaba.

- Ya sabe que... Atenea es~esta aquí... - respondió atemorizado.

- ¡Sean idiotas! - le grite a Bill

- Lo siento... - tartamudeo un poco

No respondí sólo le golpe la cara fuertemente y el se tambaleo, estaba harto ya, Bill no tenía mano dura con las presas y eso me enfermaba.

Pronto la sangre se hizo presente en su nariz y labio inferior, el sólo me miró con enojo y las lágrimas brotarom de sus ojos.

- Te das cuenta que no estará tranquila? - contesté casi gritando.

El no respondió y yo camine hacia la habitación quitando a Adela de un fuerte empujón el cual causó que se estampara con la pared. Entre a la habitación con lentitud.

- ¡Ya se que tienes a Atenea! - grito con fuerza.

- Si la tengo y? - dije soltando una risa burlona.

- Sueltala. -

- No lo haré, ella es Mía. - le escupi con burla.

- No harás lo mismo con ella Kaulitz. -

Un grave ERRORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora