Capítulo 17

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Aquella pequeña llama que nació de papeles tirados y arrugados, se convirtió en un incendio que alertó a toda la tripulación del Rorcual.

Todo fue cuestión de tiempo. El olor a quemado impregnó todas y cada una de las habitaciones de la base hasta llegar a las fosas nasales de uno de los tripulantes, en concreto, al hombre que iba siempre junto a Nabila, que tardó menos de un minuto en comprobar su procedencia y gritar a los cuatro vientos que había un incendio en el cuarto del capitán. Al principio nadie lo creía, aquel hombre tenía fama de ser uno de los tripulantes más embusteros del navío, pero lo hicieron en cuanto las llamas se asomaron por la puerta y recorrió la siguiente habitación entre los muebles viejos y las cortinas polvorientas.

Simon y los Kumari escucharon la voz de Nasra mezclarse con los gritos de sus hombres, pero ninguno parecía escuchar lo que decía. El muchacho entendía palabras como «¡Callaos!», «¡Dejadme hablar!», o «¡Que no cunda el pánico!» seguidas de varias maldiciones en otro idioma.

—Le hemos fastidiado la mercancía —murmuraba Yamir, escondido detrás de una columna—. ¿No estamos esperando demasiado?

—Todavía es pronto para huir, podrían vernos —aclaró Simon.

—Shaila, ¿tú puedes aguantar?

La princesa asintió. La humareda que se estaba creando comenzó a ser molesta y el oxígeno escaseaba. La única puerta que había en la base estaba abierta para que aquel humo saliera al exterior. No había ventanas en aquel lugar, cosa que más de un tripulante se había quejado para que hicieran algún agujero en la pared para poner, al menos, una; pero eso no logró convencer al capitán porque, según él, cuanto más ocultos permanecieran, mejor. Simon recordaba también haberse quejado, y suponía que a partir de ahora y gracias al incendio harían reformas en el cuchitril.

El tiempo parecía que se paraba, y cada minuto que pasaba era el más largo de sus vidas.

—Creo que ya no queda nadie, y dentro de poco llegarán los compradores. Tenemos que darnos prisa.

Simon dio un paso hacia delante, alzó la mano con tres dedos levantados.

—En cuanto baje el último dedo no quiero que miréis hacia atrás.

Sin poder evitarlo, los hermanos se tensaron. Iban a correr, pero no sabían hacia dónde. Ninguno conocía Lyon como para adentrarse entre sus calles y pasar desapercibidos, y pensaban que era una locura, ya que el reino de K'haem y el país de Lottaine estaban en tensión desde hacía años. La duda de si los reconocerían retumbaban sobre sus mentes, y no podían evitar a anticiparse a los catastrofismos de su cabeza.

Pero, a pesar de esos pensamientos, en cuanto el muchacho bajó el último dedo y dio una zancada, lo siguieron sin dudarlo.

Correr sin mirar atrás parecía una tarea fácil si no fuera porque escapaban por la misma puerta por la que entraron. Simon lo advirtió, era una idea arriesgada, pero no había otra. Por suerte, el barco de aquellos compradores no había aterrizado, ni tampoco había rastro de otras personas por alrededor a excepción de los mismos tripulantes que entraban y salían con cubos de agua para apagar el incendio. Ellos los veían, pero ninguno pensaba que aquellas personas que salían de la base fuesen sus prisioneros. Por suerte, solo tenían ojos para las llamaradas que devoraban la base.

***

La entrada de Lyon estaba vigilada por la policía, y era misión imposible entrar sin que les pidieran la identificación. Por un momento, permanecieron ocultos dentro de unos jardines de los alrededores. Yamir agradecía que los arbustos fueran tan frondosos, porque por un momento pensó que no podría esconderse por el volumen de su cuerpo.

Mar de Niebla (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora