Capítulo 35

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Todas las habitaciones eran exactamente iguales. Las mismas puertas, columnas, marcos, pomos... No había nada que las diferenciasen de las demás. Además, el interior también era muy parecido: cables, paneles y generadores en los que corría la electricidad y los mantenían bombeando. Donde habían Máquinas, había manchas de un líquido rojo parecido a la sangre.

Daba igual donde mirase, no encontraba rastro alguno de su amigue. Había revisado todas y cada una de las salas con las que se había cruzado, viendo a las Máquinas del rey completamente petrificadas y en diferentes posturas; unas tenías los brazos alzados hacia arriba, otras con las piernas listas para dar una patada, y había alguna que otra que acababa justo de dar un puñetazo, pero se había quedado en el aire. De refilón veía que algunas se movían, pero cuando se giró, se dio cuenta de que eran las Máquinas autóctonas del Fénix. Tragó saliva, quedándose quieto, pero vio que estas habían ignorado su presencia.

—Jade, ¿dónde estás? —murmuró para sí—. Esto es inmenso; como siga así no voy a encontrarte nunca.

Eric notó cómo todo comenzó a temblar, pero fueron solo un par de segundos. Había sido leve, pero le había sorprendido y asustado. Su corazón le golpeaba con fuerza el pecho, y volvió a sentir dolor de cabeza. Por un momento, pensó en salir de allí corriendo de la misma forma en la que se metió. Las dudas aparecieron, y se mordió el labio con algo de fuerza para reprimir los pensamientos que lo atacaban. Se sentía frustrado, y enfadado consigo mismo por habérsele pasado por la cabeza la posibilidad de dejar a su amigue allí.

Había sido un pensamiento efímero, y le hubiera gustado tener un minuto a su favor para pensarlo mejor, pero el tiempo corría y cada segundo que pasaba era crucial. Sacudió rápidamente la cabeza y dio una zancada para salir de la habitación.

Miró a su alrededor, sintiéndose desesperado por aquella búsqueda sin fin.

—¡Jade! —gritó, llamando la atención de las Máquinas de alrededor, pero aquello no impidió que volviera a gritar su nombre con más fuerza—. ¡Jade! ¿Dónde estás? ¡Por lo que más quieras, responde!

Los temblores volvieron a aparecer, esta vez con más intensidad.

«Cinco minutos para la autodestrucción.»

Dio un respingo y parpadeó.

«¿Cinco minutos? ¿Cómo que cinco minutos para la autodestrucción?», pensó mientras se rascaba las manos y se las ponía rojas por clavarse las uñas. ¿El Fénix iba a autodestruirse? ¿O es algún tipo de estrategia de distracción de las Máquinas? Fuera lo que fuese, no podía quedarse allí parado.

«Habéis profanado el Fénix Mecánico. Vais a pagar las consecuencias. Si para vuestra eliminación hay que tomar medidas extremas, yo, Rajat Kumari, las tomaré sin dudar», sonó la voz de un hombre un tanto robótica.

Estaba dispuesto a retomar el camino, pero no sabía si la estancia seguía temblando o era la sensación que se le había quedado en el cuerpo del temblor anterior. Veía cómo todo a su alrededor daba vueltas. Estaba empezando a tener náuseas, y con ellas, vino la rabia e impotencia de sentirse tan vulnerable cuando Jade más lo necesitaba.

—¡Jade! —insistió, con la voz un poco más ronca.

—¿Eric? —Se escuchó a la lejanía.

La voz de Jade hizo que a Eric se le llenaran los ojos de lágrimas.

—¡Jade! ¡Estoy aquí! ¡Háblame para ir en tu búsqueda!

—¡Eric! —silbó—. ¡Estoy aquí!

Mientras elle hablaba, Eric ponía todas las fuerzas que le quedaban en sus piernas para correr hacia su voz. Cuando lo vio, sintió una mezcla entre alivio y terror. Jade estaba trotando mientras se agarraba a las paredes metálicas, y el príncipe no tardó en alcanzar y agarrar su mano con fuerza para tirar de elle.

Mar de Niebla (COMPLETO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora