XLIV. Leyendas

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26 de abril; 1170. Mutsu, Japón. 14:00 hrs.

Una campesina que recolectaba arroz para sobrevivir se hallaba observando a su hijo, un pequeño niño de no más de diez años, el niño jugaba por el camino al lado del gigantesco campo de cultivo.

Por el mismo camino pasaba un hombre, su máscara blanca con un rostro de Oni, su armadura de cuero y la katana en su cintura dejaban en claro que era un samurái.

El niño siguió con su juego, sin darse cuenta de que había un samurái que pasaba por el camino, y chocó con él, lo que molestó al samurái, causando que este le cortara con la katana.

—¡Hijo! —gritó de dolor la madre, abrazando al moribundo niño que se desangraba—, ¡Hijo! ¡No me dejes! ¡Por favoooor! ¡Nooooooooooo!

El samurái, asqueado por la escena, alzó su espada, y partió en dos el cráneo de la madre, haciendo que brotaran borbotones de sangre antes de fallecer.

Lo siento, lo siento, lo siento.

03 de agosto; 1172. Antigua Fujihara, Japón. 08:02 hrs.

Un hombre caminaba por las calles de Fujihara, una ciudad donde el pecado, belleza y sexo reinaban, en aquel lugar, un samurái llegó, durante la guerra que acontecía en esos años, el samurái que llegaba se había hecho de un nombre...

Oni.

Un hombre con la fuerza de diez osos, de hecho, se decía que, en una ocasión, Oni había llevado un oso negro al campo de batalla en lugar de los caballos que se traían de occidente.

—¡Señor Oni! —exclamó una de las matronas de una de las casas de aquel barrio rojo—, sea bienvenido, ¿gusta que le presente alguna chica?

Oni no respondió, según él, no todos eran dignos de escucharlo hablar. Oni señaló a una chica que pasaba sollozando, tenía la nariz larga y se cubría los ojos, empapados en lágrimas, con moretones en todo el cuerpo, ella salía de uno de los cuartos de la casa, al igual que de la habitación salía un hombre, que la derribo.

—¡Perra estúpida!, si supieras hacer bien tu trabajo de puta no te llevarías esos moretones —comenzó a sacar de una bolsita un puñado de monedas, arrojándoselas en la cara a la chica—, y agradece que te estoy pagando, si por mí fuera, te quedas sin tragar...

—¿Qué pasa aquí? —interrumpió la matrona.

—Tu perra de compañía no está tan apretada como la recuerdo, no se con cuantos ha estado, pero ella ya no es lo que esperaba, me largo de aquí. La próxima vez no quiero que me des a ella, dame a la perra más joven que tengas, no me importa si tiene doce o trece, si tiene pecho, sirve para...

El hombre sintió como su vista comenzaba a caer, pensando que se desmayaba por la falta de placer, o eso creía hasta que se percató pocos segundos después de que su cuerpo, sin cabeza, seguía frente a la matrona y la chica, mientras que una ensangrentada y reluciente hoja de katana se hallaba frente a su cuello cercenado.

—S-s-señor Oni —tartamudeó la matrona, hincándose de rodillas—, siento m-m-mucho haberlo o-olvidado, como compensación, puede tomar a la chica q-q-q-que usted g-g-g-guste, sin costo alguno.

Oni siguió sin hablar, tomó a la chica de los moretones y se fue de la casa, azotando la puerta y rompiendo el bambú que la conformaba.

03 de agosto; 1172. Antigua Fujihara, Japón. 09:00 hrs.

—S-s-señor..., Oni —musitó la chica, tímida, sus manos se entrelazaban una y otra vez de manera compulsiva—, llevamos mucho tiempo caminando..., ¿a dónde vamos?

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