LIV. Aspas

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01 de enero: 1991. Cuxagos, México. 00:30 hrs.

Cuando una persona comete actos tan monstruosos como el comer la carne de tus semejantes, mutilar niñas por dinero y poder, asesinar a sangre fría a gente con algunas diferencias de color y religión, o el violar infantes, ¿es justo que reciban una segunda oportunidad?

Por el lado "humano", podría decirse que sí, pues alguien, a pesar de sus actos, sigue teniendo un porque por el que hace las cosas, un motivo detrás de aquellos horrendos hechos. Sin embargo; y al igual que a un niño que comete una acción, en su ignorancia, malvada, se le debe de castigar, un adulto que comete actos crueles también debe ser castigado, solo que hay una diferencia entre un niño y un monstruo, una que hace que el niño tema al monstruo debajo de su cama.

El monstruo sabe lo que hace, y no le importa ser cruel.

O eso es, hasta que recibe un castigo.

Chueco despertó atado de manos, pies, cintura e incluso cabeza a una columna, parecía ser un pilar. Parte de su piel estaba perforada por pequeños cables de cobre, no sabía a qué estaban conectados, no era como que pudiera verlo.

Frente a él, había una pequeña pantalla portátil, de aquellas nuevas que podían comprarse en el lugar, conectada a esta, había un reproductor de VHS, y al lado del reproductor, varias cintas del mismo formato.

Escuchó pasos detrás de él, no podía voltear, pero sabía que eran dos personas gracias al sonido. Una llevaba espuelas, sonaban al caminar; la otra persona no sabía, pero podía decir que era una mujer, principalmente por su ritmo y sonido al caminar.

Estos se situaron frente a él, la mujer cubría su rostro con sus blancos cabellos, sus manos eran completamente blancas y vestía de monja, pero sin el hábito que las caracterizaba; el hombre ya le era conocido, este le había golpeado con la culata de su escopeta y lo había desmayado hacía unas horas.

Bubak.

Lo sabía debido a la máscara de calavera que llevaba, junto con la vestimenta que tenía. Este se situó frente a él, mientras que le pidió a la monja que encendiera la televisión.

—Chueco, Chueco, Chueco —proclamó Bubak, acercándose más a este—. Sé que no te llamas así realmente, Brandon García. ¿Recuerdas como tu madre se esforzó para sacarlos adelante con el sudor de su frente? Por lo que tengo entendido, su padre los abandonó a muy temprana edad, dejándote abandonado solo con tu madre como apoyo. Ella te crio como pudo, pero como crecieron en un pueblito también tomado por el narcotráfico, en lugar de temerle a los hombres que veías, los admiraste. Deseaste esa vida para ti y tu familia, así que saliste de la escuela, abandonaste a tu madre y te fuiste con ellos, y henos aquí.

—¿Cómo sabes lo de mi madre? —cuestionó Chueco.

—Es muy fácil hacer que la gente suelte la lengua si les apuntas con una escopeta en la cara. Pero no es eso por lo que estamos aquí, y lo sabes, ¿verdad?

—¡Yo no le hice nada a esas niñas! —aseguró Chueco, llorando y moviéndose—, es solo un rumor que dijeron la gente a la que cobraba...

—No tienes que defenderte de nada, pendejo. Si no eres un depravado, entonces no tienes nada que temer.

La expresión de Chueco cambió en cuanto vio como la monja, luego de encender la televisión, traía con un diablito un dispositivo extraño.

Era una especie de ventilador modificado, sin la rejilla para protección, las aspas de metal estaban inusualmente afiladas, como cuchillas de una licuadora. Detrás del ventilador, parecía que se hallaba un motor o sistema similar al de una podadora, incluso estaba la cuerda para encenderla y todo.

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