XXXVIII. El colgado, torturador

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25 de mayo; 2006. Ayame, Japón. 12:00 hrs.

Aquel simple día, siguiendo en normopatía excesiva, aquella común oficina repleta de sueños derribados o de gente buscando sobrevivir, vivir sin ser más opción, impuesta por aquel pasado nubloso de aquellos que de vida sin propósito viven.

La oficina estaba en inquietante cacofonía, solo tecleos, fotocopias, pasos apurados, gritos intimidantes.

Goteo de sangre.

Sonidos ahogados uno sobre otro, sobre uno, otro sumergido, entre aquel insaciable monstruo de colosal tamaño y gigantescas ventanas de cristal, aquel monstruo digerido dentro del interior de otro monstruo de inconmensurable tamaño, y ese dentro de otro, y dentro de otro.

En aquella oficina, día normal a cabo llevado, con gente trabajando en aquellos para ellos sin propósito cúmulo neblinoso de letras en la hoja en blanco de su amo, la computadora. Uno de los trabajadores, vecino de Rei, seguía tecleando en aquella computadora, buscando los errores de aquellos escritores afiliados a su empresa.

Tecleo.

Tecleo.

Tecleo.

Tecleo.

Algo se levanta.

Tecleo.

Tecleo.

Tecleo.

Su vista volteó, aquel compañero que de Rei era, que en algún bar alguna vez una cerveza bebió, observando al cuerpo, aún sangrando por el cráneo abierto. Dolor no mostraba aquel cuerpo, solo una inenarrable sonrisa que perpetua a través del día mantuvo hasta su deceso, simple glóbulo ocular colgante de su cuenca, pero perpetua sonrisa.

Perpetua sonrisa.

El hombre, horrorizado, cayó de la silla, solo gritando por clemencia y piedad de aquel hombre de...

Perpetua sonrisa.

—Es una lástima —decía Rei, acercando su sanguinolenta cara hacia la de su compañero, hablando como si estuviera conversando con el hombre, pero solo monologaba y hablaba sin parar—, tú eres igual que yo, pero no corriste con la misma suerte de ser el elegido para renacer como el nuevo mesías. Lo siento mucho, Akira, pero debes de sufrir, solo así serás como yo.

—¿Qué eres? —preguntó, aterrado, llorando.

—Soy el monstruo debajo de tu cama.

Seguido de esas palabras, Rei tomó a Akira del cuello con una sola mano, elevándolo mientras hacía presión en su tráquea, las súplicas del hombre se reducían a pobres intentos por tomar una bocanada de aire y golpes fuertes hacia Rei, pero estos no hacían efecto, solo eran una muestra de su desesperación, como un pez luchando por salir de una red de pesca.

Akira quedó sin aire, con la piel morada ante la mirada de terror de aquellos que rodeaban la escena, sin moverse por el miedo, sin hacer ruido por el miedo, sin parpadear por el miedo.

Todos ellos, una muerte horrible esperaba, Akira había tenido suerte, de no ser porque el mayor miedo de Akira era morir asfixiado, de hecho, esa era principalmente la razón de no haberse suicidado en su momento, aquel miedo a las alturas y a ser asfixiado. Todos aquellos que yacían en el piso veintidós fallecerían de la forma en la que más temían, solo por una única razón.

Le caían mal a Rei.

25 de mayo; 2006. Ayame, Japón. 14:00 hrs.

El jefe salió de su oficina después de dormir un rato, estaba estresado por lo que había pasado con Rei. Lo que lo había despertado eran gritos, sonidos de alguien fuera de su oficina tocando violentamente la ventana, así que el jefe no tuvo más remedio que salir, esperando encontrarse con simplemente trabajadores pidiendo el día libre o una huelga por Rei, una de esas costumbres de occidente que el más odiaba, pero lo que se encontró era una escena horrida, algo que ni él se hubiera podido imaginar.

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