Los días que siguieron a aquella alocada tarde se volvieron vertiginosos y llenos de detalles por ultimar. El canal había estado tan a gusto con el hecho de haber aumentado su audiencia a causa de Eugenia que no habían dudado en ceder a sus demandas, por cierto, poco exigentes para que cubriera aquel juicio.Se trataba de un caso de homicidio ocurrido en el pueblo de Uribelarrea a 80 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires y los tribunales más cercanos se hallaban en Cañuelas. Estaba previsto que las audiencias durarán al menos un mes y si ella quería llevar a cabo su propia investigación, debía estar cerca de ambas locaciones.
Eugenia había insistido en cambiar de productor, necesitaba a alguien de su confianza, que al menos no quisiera boicotear cada una de sus ideas, por eso lo había buscado a Sebastián, un joven de instinto con el que había trabajo en su corta etapa radial y para completar el escueto equipo le habían asignado a Gustavo, uno de los más antiguos camarógrafos del canal, un hombre serio, solitario pero muy eficiente y lo que era aún mejor, parecía no tenerle miedo a nada.
Preparó una pequeña valija con algo de ropa informal, sabía que el canal había hecho un contrato con una casa de moda para que luciera sus atuendos formales pero modernos, como habían dicho en la corta reunión en la que habían tomado sus medidas.
Sólo le faltaba la confirmación de Dolores, su amiga le había prometido que intentaría cubrir la noticia para el periodico para el que trabajaba y aún no tenía respuesta.
De todos modos, no tuvo más remedio que partir, se había despedido de su audiencia prometiendo buscar la verdad y eso era lo único en lo que podía pensar.
Viajaron en la camioneta que haría las transmisiones, el chofer era un joven risueño que había intentado sacar conversación en varias oportunidades y sólo había conseguido la atención de Sebastián, quien siempre parecía dispuesto a hablar con un chico guapo.
Llegaron poco después del mediodía y se registraron en uno de los pocos hoteles del lugar. Eugenia había decidido prescindir del almuerzo, su bolsa de papas fritas parecía suplir esa necesidad y dejando a su equipo se sentó en una mesa de las que ofrecía el hotel y decidió comenzar con su investigación.
La víctima era una joven de menos de 20 años, llamada Ingrid. Proveniente de una familia pobre, vivía junto a su madre y trabajaba con ella en el campo de los Lavalle. Se encargaban de la limpieza de la propiedad principal y la preparación de las comidas cuando algún miembro de la familia se dignaba a aparecer. La fotografía que tenía enfrente la mostraba sonriente, con su cabello oscuro lacio hasta los hombros y una sonrisa llena de vida. Era una joven muy bonita, de ojos grandes y mirada expresiva e inocente. No halló información de su padre, al parecer ni siquiera su madre sabía su paradero. Mientras recorría la fotografía con su dedo índice una idea cruzó por su mente, pero decidió continuar.
La causa acusaba de su muerte al capataz de la estancia, Don Vittorio, un antiguo baqueano padre de cuatro hijos y abuelo de dos nietos. Vivía en una casa a las afueras del campo, pero varias noches dormía en los establos. Había dedicado su vida a aquel campo, lo conocía como la palma de su mano y no tenía ningún antecedente de violencia. La foto que habían publicado los diarios parecía antigua, se lo veía algo más joven, con sus ojos pequeños perdidos y una sonrisa tímida mientras sostenía el caballo que su jefe montaba.
Y luego estaba la familia Lavalle. Hector Lavalle había heredado los campos de su abuelo y pasaba poco tiempo en ellos. Se había casado con Manuela, proveniente de una familia adinerada también y habían tenido a Gael, que actualmente tenía 24 años. Se habían separado pocos años después de su nacimiento y ella no había querido regresar al campo desde entonces.
Gael parecía ser todo lo que se espera de un niño rico, era rubio de ojos claros y montaba con el porte de un caballero del 1900, estudiaba ingeniería agrónoma en La Plata, pero visitaba el campo de manera asidua. No parecía un mal chico, pero la verdad era que una fotografía no decía mucho de una persona. Necesitaba hablar con él, siempre había sido buena descifrando a las personas y esperaba obtener algo de un intercambio en persona.
Continuaba anotando en su libreta, siempre había confiado más en el papel que en la tecnología. Tenía con qué comenzar, creía que podía obtener una buena historia y estaba dispuesta a dejarlo todo por conseguirla, al fin y al cabo no había mucho más que pudiera hacer.
Tenía 37 años, vivía sola en el departamente que su trabajo había logrado pagar y sacando las cenas de los jueves con sus amigas, sentía que nada más la esperaba en Buenos Aires. Lo había postergado todo por su trabajo, primero un año, luego dos, hasta que ni siquiera recordaba qué era lo que había postgrado.
Estiró su cuello para intentar aflojar las tensiones del viaje y cuando fue en busca de una nueva papa frita de bolsa alguien más se la arrebató.
-No creí que siguieras almorzando porquerías.- dijo una voz que la atravesó tan inesperada que cualquiera que le hubiera visto hubiera imaginado que había visto un fantasma.
-Hola, Mauge. De todos los lugares del mundo a los que fui este era el último en el que hubiera imaginado encontrarte.- agregó la voz de Gastón con una seguridad que comenzó a molestarle más de lo que debía.
-Ya nadie me llama así.- logró responder cuando por fin se animó a voltear para encontrarlo tan cerca que tuvo la necesidad de apartarse un poco.
-Qué lástima, te queda bien.- respondió Gastón tomando la silla que se encontraba a su lado para sentarse a su lado sin siquiera pedirle permiso.
-¿Qué se supone que estás haciendo?- le preguntó ella aprovechando su falsa indignación para observarlo un poco mejor. Llevaba el cabello tan abundante y oscuro como lo recordaba, sus ojos grandes ahora estaban enmarcados por incipientes surcos que demostraban que ya no tenían 20 años y su sonrisa... su sonrisa estaba intacta, pensó con algo de resignación mientras aguardaba la respuesta.
No era que no lo hubiese visto antes. Desde hacía unos años, Gastón estaba al frente de las notas en un canal de noticias local y de vez en cuando su empecinada mente la llevaba a buscar sus videos en internet, pero allí, tan cerca, tan real, parecía todavía más atractivo.
-Me siento. - respondió finalmente Gastón tragando saliva al notar que esos ojos que se moría por volver a ver lo observaban desconfiados.
-Fue bueno verte, pero ya me iba.- dijo rápidamente Eugenia poniéndose de pie para prácticamente escapar.
Sabía que muchos medios habían enviado equipos, pero nunca creyó que la suerte la llevaría a tener que volver a verlo. Sobre todo porque con solo llamarla de esa manera, todo su mundo había parecido dejar de girar.
-Mauge...- dijo Gastón mientras la observaba recoger la gran cantidad de papeles que había desplegado sobre la mesa sin poder evitar intentar echar un vistazo.
-Te dije que nadie me llama así.- respondió sin atreverse a volver a mirarlo.
-Perdón, es la costumbre.- respondió viendo el momento exacto en que ella ponía los ojos en blanco y una ligera sonrisa incrédula dibujaba sus comisuras.
Entonces un silencio amenazó con envolverlos, pero él no quiso dejarlo entrar.
-¿Cómo estás después de tanto tiempo?- dijo como si fueran dos viejos amigos que volvían a verse.
Eugenia alzó su vista con premura para enfrentarlo ¿En serio le estaba preguntando eso?
Al ver como su mirada quería asesinarlo, él alzó sus cejas al mismo tiempo que sus hombros como si no viera nada malo en aquello.
-Mirá Gastón, no sé en qué consiste tu trabajo en este pueblo, pero el mío es muy serio. No tengo tiempo de.. Conversar amigablemente. Así que un gusto verte, pero chau.- dijo como si fuera una niña de cinco años, logrando que la sonrisa de Gastón aumentará su tamaño considerablemente y la indignación en su pecho se multiplicara.
Y sin querer esperar respuesta alguna comenzó a alejarse con paso presuroso.
-Bonito cabello.- dijo el sin terminar de sonar irònico como quería.
-Nos estamos viendo... Mauge.- agregó en voz algo más alta relajando su espalda en el respaldo de la silla para no perderse ni uno de los pasos que la alejaron de él, una vez más.

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Preguntame lo que quieras
RomanceMaría Eugenia es una periodista en ascenso. Ha postergado todo en su vida para llegar a dónde quiere, por eso no duda en embarcarse en la cobertura del que promete, será el juicio del año en las afueras de la provincia de Buenos Aires. Lo que ella n...