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Había pasado casi un año e Ingrid no podía creerlo. Se sentía la mujer más afortunada del mundo por compartir sus fines de semana con Gael. Él la cuidaba, la respetaba y no dejaba de decirle cuánto la amaba.

Le había prometido que se casaría con ella, que la haría feliz por el resto de sus vidas y ella se sentía tan feliz que había comenzado a creerle.

Aquella noche regresaba por el camino de tierra con una sonrisa enorme y sus ojos perdidos en la enorme luna que era la única que iluminaba el lugar. Iba con paso ligero y relajado y su mente no dejaba de volar y volar. Se imaginaba en esa estancia con cinco hijos que tenían los mismos ojos transparentes de Gael correteando por el sendero al lago. Se imaginaba vestida de blanco caminando descalza hasta un altar improvisado cerca del agua, imaginaba a su madre con lágrimas en los ojos acompañándola del brazo. Pero sobre todo se imaginaba envejeciendo junto a él compartiendo el mismo amor que resonaba en su pecho cada vez más fuerte.

-No puedo creer que ni siquiera te acompañe.- la voz de Juan la sobresaltó y al reconocerlo la sonrisa volvió a su labios carnosos.

-Yo le dije que no venga, su padre lo había llamado y no queremos que se entere todavía.- le explicó ella acercándose para enroscar su brazo en el de él con confianza.

-¿Y por qué no puede enterarse? Yo te lo digo porque sabes cuanto te quiero y siento que es injusto al ocultarte.- dijo bajando el tono de voz para sincerarse con ella.

-Lo se Juanchi, lo se. Yo también te quiero, Sos el único amigo que tengo y te agradezco tu preocupación, pero él me ama. - le dijo sin perder la sonrisa.

Juan suspiró con fastidio y golpeó su pierna para intentar mitigar la frustración.

-Sos demasiado buena, Inchu.- le dijo por fin sonriendo y colocando su brazo sobre tus hombros.

-Gracias, pero esta vez además de buena soy feliz.- le confesó deseando poder compartir su alegría con el.

-Mirá Inchu, te lo voy a decir esta vez y te prometo que no lo voy a repetir.- dijo sin poder contenerse deteniendo su marcha para que lo mirara.

-Yo te quiero, sabes que incluso más que como tu amigo y entiendo que vos no sientas lo mismo, pero lo que está pasando es peligroso. Son de dos mundos diferentes, los hombres como Gael tienen sus vidas arregladas, se casan con mujeres de apellido importante y se mudan a sus mansiones de la capital. No dudo que ese chico te quiera, sería un tonto si no lo hiciera, pero no se si depende del todo de él el poder estar juntos. Por algo no te presenta a su familia. No quiero ser un aguafiesta ni pinchar tus esperanzas, solo pretendo abrirte los ojos. Necesito que me prometas que te vas a cuidar. No quiero que te rompa el corazón.- le dijo con su mirada fija en sus ojos oscuros que le transmitieron una especie de temor que le hizo saber que su mensaje había sido comprendido.

Ingrid bajó la mirada y se tomó las manos delante de su vestido.

-No creas que no lo pienso.- le respondió apretando sus labios con vergüenza.

-Pero me enamoré y si en un futuro el tiene que irse al menos me quedaré con el recuerdo de lo que se siente estar enamorada.- le confesó.

Juan sonrió de lado y colocó su mano en su mentón para que lo mirara.

-A mi me podes decir todo lo que pienses siempre, nunca te voy a juzgar, nunca voy a pensar que es tonto o absurdo. Soy tu amigo ¿no?- le dijo y ella por fin sonrió y se lanzó a sus brazos para abrazarlo.

Juan correspondió su abrazo y cuando su cuerpo comenzó a reaccionar se separó un poco.

-Sabes que esto es difícil para mí, ¿no? Tenerte tan cerca me trae pensamientos que no debo.- le confesó mirando sus labios y ella se alejó un poco sin perder la sonrisa.

Le dio un corto beso en la mejilla y se alejó un poco más.

-Entiendo. No más abrazos impulsivos.-le dijo tomando su mano con cariño para continuar caminando juntos, parecían haber alcanzado un nuevo nivel en su amistad y eso era algo que ambos valoraban mucho.

-¿Queres que te acompañe?- le preguntó Juan unos pasos más adelante cuando el camino se bifurcaba en direcciones diferentes.

-No hace falta.- respondió ella y  alzando su mano comenzó a caminar hacia su casa con una nueva sensación de paz.

Llevaba unos minutos de caminata cuando giró y ya no lo vio. Entrecerró sus ojos algo confundida y cuando iba a volver sobre sus pasos alguien tiró de su brazo para arrastrarla hasta los pastos altos del costado del camino donde la luz no llegaba.

Cubrió su boca imposibilitando cualquier intento de gritar y una mezcla de olores llegó a su nariz mientras su cuerpo luchaba por liberarse. El alcohol, el sudor, un perfume añejo y esa respiración aturdiendo sus oídos.

Con una fuerza que la superaba la tiró al suelo para levantar su vestido y sin dejar de presionar su espalda arrancó su ropa interior con furia.

-Shh..- oyó sin terminar de reconocer aquella voz y entonces el dolor y el pavor la paralizaron. Aquel hombre la abordó con ira. Su mejilla golpeaba contra la tierra y sus lágrimas se teñían de marrón. El dolor era tan enorme que invadía todo su cuerpo.

Aquella mano presionaba su espalda y el olor era cada vez más nauseabundo. Cómo podía sentirse tan horroroso. Aquella piel clara que ni siquiera conocía parecía tener dedos delicados pero apretaban su boca con torpeza agrietando la comisura de sus labios.

Ni siquiera sabía quien estaba atacando su cuerpo, pero tampoco tenía fuerzas para luchar. Se dejó caer entregándose a su destino. En su mente no cabía tanta maldad, no después de haber conocido la dulzura en el amor que Gael le había regalado

Nunca pudo precisar cuánto duró el ataque, unos segundos, una eternidad... Solo sabía que nunca más podría ser la misma.

El agresor se incorporó en la oscuridad y ella ni siquiera volteó a mirarlo.

Sintió que subía el cierre de su pantalón y sorbía su propia saliva de manera desagradable, obligándola a cerrar sus ojos una vez más, con más fuerza. No quería verlo, no deseaba aumentar su sufrimiento, solo pensaba en salir de allí y correr lo más rápido que podía. Solo deseaba buscar a Gael para hundirse en sus brazos e intentar recordar lo que era la calma. Deseaba lograr olvidar lo que acababa de pasar para siempre.

Sin embargo, aquel monstruo volvió a acercarse y colocando su mano sobre su propia boca le habló al oído.

-Si le contas lo mato.- dijo con su voz distorsionada por sus propios dedos y ella sintió un escalofrío que la recorrió para aumentar su temor. No sabía quien era, pero su mente solo pensó en una persona y lo amaba tanto que estaba dispuesta a olvidar lo sucedido si así lograba protegerlo.

Con su vestido deshilachado y su rostro cubierto de barro y lágrimas saladas experimentó el momento en el que su corazón se quebraba dejando una cicatriz que dolería para siempre.

Oyó los pasos alejarse e intentó ponerse de pie. Miró en dirección a la estancia y rápidamente cambió la dirección, no podía volver allí, no si eso ponía en peligro a Gael. Miró el camino que llevaba a la casa de Juan y algo llamó su atención, se acercó y recogió una faja del suelo polvoriento. Era de él. ¿Acaso Juan? No pudo seguir pensando, Juan era un amigo, no podía ser él, no tenía ese olor, no era una mala persona, no sería capaz...

Su mente golpeada no podía pensar con claridad, estaba claro que aquella prenda le pertenecía, pero estaba segura de que lo hubiera reconocido. Se limpió las lágrimas de sus mejillas y ató el bretel roto de su vestido para comenzar a caminar hacia la única persona incondicional de su corta vida.

Porque cuando se toca fondo uno vuelve a sentirse como un niño, frágil, vulnerable y desprotegido que sólo puede ser rescatado por los brazos de una mamá.

Preguntame lo que quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora