Llegó a la estancia y como había hecho la última vez se despidió del taxistas con la promesa de un nuevo llamado a la hora de regresar. Esperó que el auto estuviera lejos y abrió el candado como había hecho Gastón la última vez.Todo parecía exactamente igual a su última visita. Avanzó por le mismo camino polvoriento hasta la zona en la que el césped era más verde. Decidió volver a chequear los establos, intentaba imaginar las últimas horas de la joven Ingrid en aquel lugar y un escalofrío recorrió su cuerpo.
Las puertas del establo daban al jardín de la casa, el cuerpo de Ingrid estaba mojado y sus talones lastimados. Ya no tenía dudas de que había sido arrastrada hasta allí, seguramente luego de que los regadores se hubieran encendido. Buscó su libreta para escribir sus pensamientos, como solía hacer pero algo llamó su atención antes de que lograra hallarla en su bolso. A diferencia de la última vez, la puerta lateral de la casa estaba abierta. Sin pensarlo demasiado se apresuró a entrar.
Lo primero que vio fue la cocina, había leído el diario de Ingrid en la casa de María y recordaba que en aquella cocina había pasado gran parte de sus días, ayudando a su madre, jugando con su muñeca y hasta entregándose por primera vez a un hombre. Pasó su mano por el borde de la mesada imaginando una vez más la vida de esa pobre niña, porque no era más que una niña ilusionada, con deseos de amar y ser amada que había sufrido el peor de los destinos.
Avanzó por el pasillo hasta la sala principal donde la mayoría de los muebles estaban cubiertos con sábanas, era una sala enorme, antigua, pero demasiado lujosa para una estancia. Algunas esculturas decoraban una mesa de mármol que no estaba cubierta. Se acercó descubriendo que algo no estaba del todo bien. Había una asimetría extraña en la disposición de las piezas que no concordaba con el resto del lugar. Se alejó un poco y contó las esculturas. Había solo dos de un lado y tres del otro, sin dudas faltaba una, pensó comenzando a imaginar el motivo de su ausencia.
Comenzaba a sospechar que algo había ocurrido allí, pero todavía no podía probarlo.
Decidió continuar su recorrido y llegó hasta lo que parecía ser el escritorio principal, donde había un mueble de roble robusto sobre una alfombra verde oscura suave y gruesa que incluso con sus zapatillas puestas se percibió confortable.
Buscó en los cajones del escritorio creyendo que su idea era cada vez más descabellada, intentaba encontrar algo que contara con información médica de Gael y Hector, pero a medida que avanzaba aquello sonaba más imposible.
Revisó varios papeles sin lograr entender demasiado y decidió continuar con la biblioteca que vestía una de las paredes. Los libros parecían clasificados por género, como si pertenecieran a alguien muy meticuloso, las colecciones respetaban el número y sin tener que ser muy perspicaz notó que estaban en orden alfabético. Era una biblioteca muy completa y estructurada. Llegó hasta el final del último estante en el que había una especie de caja de un material similar a la madera, pero al tocarla descubrió que era de cartón. Tenía un diseño tan realista que parecía una prolongación del mueble.
Al abrirla encontró varias carpetas rotuladas prolijamente guardadas. Sin dudas aquel lugar pertenecía a alguien obsesivo.
Sociedad, Cultivos, Tambo, seguros, empleados y rodados eran las leyendas en las etiquetas. Tomó la última y al abrirla descubrió varios títulos de autos, camionetas y maquinarias y detrás de ellos fotocopias de licencias de conducir. No podía creerlo, allí estaba, entre todas ellas la licencia de Hector Lavalle, Gael Lavalle y Manuela Ortíz. Los dos últimos tenían grupo sanguíneo de tipo B negativo pero Hector...
-¿Qué hace acá?- una voz masculina la sacó de su lectura.
-Eh.. Yo, lo siento, llamé pero...- dijo y al girar, unos ojos marrones, entrecerrados con un dejo de malicia la observaban.
-¿Quién la dejó entrar?- le preguntó el mismo hombre que había visto en la fotografía de aquel carnet de conducir, que no dudó en guardar con disimulo en su bolsillo.
-Lo siento, me perdí y necesitaba un teléfono, el mío parece no tener señal acá.- le dijo recordando aquel detalle de la vez anterior.
-¿Usted es esa periodista preguntona, verdad?- le dijo Hector acercándose con paso lento.
-Eh.. Yo.. no...- Eugenia no sabía como responder, aquel hombre comenzaba a darle demasiado miedo.
-Disculpe, yo ya me voy.- le dijo acercándose a la puerta con pasos rápidos, pero antes de que pudiera salir Hector colocó su mano en el marco para impedirle el paso.
-¿Qué es lo que cree haber descubierto?- le preguntó con voz amenazante y como ella no respondió golpeó la pared con fuerza.
-Hable.- gritó al mismo tiempo que el golpe retumbaba en sus oídos.
Eugenia se volvió hacia atrás buscando su teléfono con desesperación para encenderlo con movimientos torpes.
Entonces Hector se acercó hasta uno de los estantes de la biblioteca y tiró algunos libros para luego abrir una puerta oculta, Eugenia aprovechó sus movimientos para salir de la habitación pero cuando llegó a la puerta de la casa un sonido la atravesó para paralizarla nuevamente.
-No me obligue a pedirselo de otro modo. ¿Qué es lo que sabe?- repitió con voz más calmada, mientras le apuntaba con un arma antigua.
Eugenia giró sobre sus talones para confirmar sus sospechas, había oído el sonido de un gatillo y el cañón de aquel arma señalaba directo a su cara.
Demoró unos segundos en responder en los que volvió a meter la mano en su bolso. Si iba a morir al menos haría que valga la pena.
-No hay que ser muy perspicaz para saber que usted es un asesino, señor Lavalle.- le dijo apelando al poco valor que le quedaba.
Pero al oír su carcajada sarcástica cerró sus ojos conteniendo sus lágrimas.
-Yo no la maté querida, y si pensas que es lo que voy a hacerte seguís equivocada.- le dijo con demasiada seguridad.
-No, solo la violaba.- le gritó indignada, no podía creer el cinismo de ese hombre, todas las pruebas apuntaban a él. como podía negarlo con tanta frialdad.
Una nueva carcajada la atravesó justo cuando lo veía acercarse y su corazón golpeaba su pecho recordándole que debía huir.
-No se quejaba... ¿me preguntó qué vas a hacer vos?- le dijo empujándola contra la puerta en el mismo momento en el que ella comenzaba a gritar y lo golpeaba para no caer en la misma suerte de aquella pobre niña.

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Preguntame lo que quieras
RomanceMaría Eugenia es una periodista en ascenso. Ha postergado todo en su vida para llegar a dónde quiere, por eso no duda en embarcarse en la cobertura del que promete, será el juicio del año en las afueras de la provincia de Buenos Aires. Lo que ella n...