La tranquera despintada con candado oxidado había sido reemplazada por una eléctrica que imitaba las clásicas estructuras del campo pero se abría y cerraba mediante un control remoto desde el auto. El camino polvoriento hacía la misma curva enmarcado por los árboles cuyas hojas habían crecido en altura ofreciendo una sombra reconfortante en medio de las altas temperaturas del verano y cuando la casa se mostró presumida, su majestuosidad encandiló a los cuatro ocupantes de aquel vehículo con el mismo impacto que había tenido la primera vez que dos de ellos la habían visto.-¡Guau!- exclamó Ana, la quinceañera que incluso se quitó sus auriculares para disfrutar de aquella preciosa vista.
-No está tan mal, pero está en el medio de la nada.- agregó Franco, apenas un año menor que su hermana sin querer admitir que aquel lugar le parecía maravilloso.
-Y eso es lo que lo hace más hermoso.- le respondió Gastón a sus hijos detrás del volante moviendo la dirección para estacionar.
-Parece como si el tiempo no hubiese pasado.- agregó Eugenia llevando sus manos a sus ojos enmarcados por nuevos surcos que los años se habían encargado de dibujar en su rostro, ahora más maduro, pero igual de feliz.
Los cuatros bajaron del auto admirando aquel paisaje. Luego de muchos años de trabajo y merecidos reconocimientos finalmente habían llegado a juntar lo necesario para adquirir aquella enorme estancia que tanto había tenido que ver en su reencuentro.
Eran dos presentadores de noticias que habían logrado traspasar la pantalla, no había casa del país que no conociera sus rostros, que no sintonizara su canal para conocer lo que estaba ocurriendo, que no los sintiera como parte de sus propias familias. Eran saludados en las calles, las personas les pedían fotografías y sus nombres llevaban una credibilidad que los había vuelto respetables y admirados.
Habían logrado combinar sus profesiones con el sueño de formar una familia, una que había logrado aumentar su alegría y suplir el tiempo en el que la soledad había sido la protagonista.
Ahora vivían acompañados. Acompañados de risas, abrazos y miradas de orgullo, de penas, de días agotadores y de enojos cotidianos que se remendaban con más risas. Vivían buscando la verdad en sus noticias y el gozo en la intimidad, el consejo adecuado para sus hijos y las palabras correctas para traducir lo que sentían. Porque la felicidad de haberse animado a intentarlo continuaba ganando la pulseada a la pesadumbre de las rutinas y el cansancio de las largas jornadas.
Habían construido un equilibrio que los llevaba cada noche a volver a elegirse para continuar valorando lo que una vez habían dejado ir.
-Vengan que por allá hay un lago.- les dijo Eugenia a sus hijos comenzando a caminar por aquel sendero que guardaba huellas invisibles de una historia de dolor, una en la que el amor no había logrado escapar de la ruindad de las personas carentes de alma que priorizan su resentimiento anulando todo lo demás, aniquilando el más puro e inocente sentimiento, volviéndolo frágil y vulnerable, desvaneciendo la posibilidad de alcanzar la felicidad.
Una historia trunca que no pudo desplegar sus alas, por un cazador furtivo que no dudó en disparar su ira para destruir toda esperanza.
Aunque, a lo mejor, había ocurrido todo lo contrario, como Eugenia elegía creer. Aquella había sido una historia de un amor tan verdadero, que al desplegar sus alas había ascendido a un lugar maravilloso en el cual la maldad no podía acceder y le permitía manifestarse sin restricciones, sin distinción de clase ni color, sin las nimiedades y los prejuicios terrenales que terminan arruinándolo todo.
-¡No me van a decir que no es espectacular!- dijo Eugenia tomando el teléfono de su hijo de sus propias manos para que apreciara aquel fascinante paisaje.
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Preguntame lo que quieras
عاطفيةMaría Eugenia es una periodista en ascenso. Ha postergado todo en su vida para llegar a dónde quiere, por eso no duda en embarcarse en la cobertura del que promete, será el juicio del año en las afueras de la provincia de Buenos Aires. Lo que ella n...