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-Disculpe ¿Usted es el de Youtube?- la voz de una mujer algo mayor que él, obligó a Gastón a quitar su vista de aquella puerta por la que Eugenia había desaparecido.

-¿Cómo dice?- le preguntó a la mujer ganando tiempo para volver a pensar con claridad.

Había sospechado que volver a verla iba a ser intenso, pero nunca creyó que todo su cuerpo se vería invadido de manera tan repentina e impertinente por esos nervios que llevaba demasiado tiempo sin sentir.

-Mi hijo no se animaba a acercarse, pero lo escucha todos los días.- aclaró la mujer con total carencia de vergüenza en su voz.

Entonces él por fin sonrió y esa sonrisa que siempre le había funcionado, no lo defraudó.

-Vení, acercate. ¿Sos de acá? ¿Querés que nos saquemos una foto?- dijo moviendo su brazo para alentar al adolescnete a obedecerlo.

Estaba acostumbrado a lidiar con jóvenes de esa edad, al parecer era la mayor parte de su popular audiencia. Desde hacía unos años había aceptado que los medios como los conocía habían cambiado y que si quería alcanzar la popularidad debía cambiar también. Ya no era un joven entusiasta que ponía el cuerpo en campos de batalla, se sentía viejo y agotado, pero nunca lo demostraba. Había conocido a un grupo de productores que luego de mostrarles el mundo de las redes sociales y los streamings, habían logrado lo que creía imposible: devolverle las ganas de intentarlo.

Vestía gorras de moda y remeras modernas, se había dejado una incipiente barba que aún sentía algo ajena y contaba lo que ocurría en el mundo en un lenguaje coloquial con notas de nuevos términos que le había costado entender, pero, al parecer, lo llevaban al éxito.

Disfrutaba de su trabajo, debía ser justo en ese aspecto, pero aún había un hueco vacío en medio de su pecho que lo llevaba a ver varias repeticiones de aquel noticiero de bajo presupuesto que se transmitía los sábados por la tarde.

No se lo había dicho a nadie, sólo existían dos personas en el mundo que lo hubieran descubierto incluso sin oirlo, pero uno ya no estaba y la otra... la otra acababa de demostrarle que no tenía la más mínima intención de volver a hacerlo.

Se había ilusionado con la idea de volver a verla, de intentar volver a hablar con ella. Había convencido a su equipo de viajar, les había prometido una gran cobertura, apelando a sus viejos conocimientos y experiencia y cuando por fin lo habia logrado su mente se había llenado de dudas.

La había visto llegar con su propio equipo, y aunque se sentía como un acosador al observarla, había disfrutado de recordar el modo en el que se movía, sus gestos de cansancio, incluso su cabello, aunque no se parecía en nada al que él mismo había acariciado en demasiadas ocasiones, le sentaba muy bien.

Para su sorpresa no tenía nada que ver con aquella presentadora demasiado maquillada de cabello tirante que solía ver en la televisión. Por un momento había temido que aquel cambio no solo fuera en su imagen, sin embargo al descubrirla con aquella bolsa de papas fritas en una mano y su antigua agenda en la otra, confirmó que nada había cambiado.

Eugenia aún era esa mujer entusiasta, algo desconfiada y perseverante de la que se había enamorado siendo apenas un joven universitario. Las ligeras arrugas en el contorno de sus ojos solo la volvían más hermosa.

Sin embargo su personalidad no era la única que no había cambiado. Al parecer aún no lo había perdonado. Conocía muy bien su mirada y si bien por un momento creyó que lograría llegar a tener una conversación civilizada, sus ojos le confirmaron que no estaba dispuesta a hacerlo.

¿Qué era lo que en verdad quería? ¿Qué había imaginado al viajar hasta el interior de la provincia de Buenas Aires? El pasado era lo único en la vida que uno no podía cambiar y para confirmarlo allí estaba, sentado como un tonto observando una puerta por la que, quien había sido el amor de su vida, había vuelto a escapar.

-Muchas gracias, Gastón. Te veo siempre y cuando anunciaron que venían a cubrir el juicio no podía creerlo. Puedo ayudarte en lo que necesites, conocía a Ingrid desde el colegio y estoy seguro de que las cosas no fueron como los Lavalle intentan contar. - le dijo el joven que por fin se había animado a tomarse una foto junto a él.

-Muchas gracias, ¿Cómo te llamas?- le preguntó Gastón saliendo por fin de esos pensamientos negativos que lo habían alcanzado.

-Juan, vivo acá a la vuelta.- le respondió el joven con entusiasmo.

-Eso es una muy buena noticia, si no te molesta voy a anotar tu número, sería bueno que pudiéramos charlar tranquilos.- le dijo tomando su propio teléfono para dárselo al joven, quien no dudó en anotar cada número con una enorme sonrisa en los labios.

Gastón se despidió luego de una corta conversación amigable y volvió a sentarse para abrir su computadora.

Sabía lo que los medios habían contado del caso. Recorrió los diferentes portales y agrandó las fotos tanto de Don Vittorio como de Ingrid. Siempre había tenido un buen ojo a la hora de analizar a las personas, aunque con su ex esposa se había confundido bastante, en el fondo sabía que no había sido un error involuntario. Buscó más fotos de la víctima y no tardó en dar con la escuela que Juan había mencionado. Con algo de dolor debió reconocer a aquella joven aún era una niña. Volvió a teclear y la familia Lavalle apareció, tan arrogante como la imaginaba. Al aparecer no estaban involucrados, pero eso era algo que le costaba demasiado creer.

Al cabo de unas horas de lectura e investigación preliminar estiró sus brazos y un enorme bostezo lo alcanzó. Miró a su alrededor, aquel lugar estaba completamente vació, miró la hora en su reloj y se sorprendió un poco para luego sentir como su estómago le reclamaba algo de comida.

Entonces volvió a suspirar y mientras cerraba su computadora, tomó una decisión. Luego de comprar una nueva bolsa de papas fritas en el kiosco más cercano entendió que no iba a ser nada fácil, pero si había algo a lo que no le tenía miedo era justamente a los desafíos.

Preguntame lo que quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora