Cada vez me siento más preparada. No hay día en que no sueño con él. Espero cada viernes la llegada de su auto por el camino polvoriento y mi estómago cruje con solo pensar que va a volver a besarme. Nuestros fines de semana junto al lago se convirtieron en lo único que quiero hacer. Me cuenta de su carrera, de lo que es estudiar en la universidad, de sus planes para mudarse a la estancia definitivamente y siempre siento que formo parte de su futuro, lo que me llena de esperanza.Este fin de semana su padre no vendrá. Me alegra tanto, ese hombre no tiene nada que ver con mi Gael. Por más que vistan la misma ropa y usen perfumes parecidos su mirada nunca brilla. Intento evitarlo todo lo que puedo, aunque eso signifique alejarme de Gael. Prefiero esperarlo en el lago, en nuestro lugar secreto, en el único en el que podemos ser nosotros mismos sin el mundo intentando marcar nuestras diferencias.
Al menos hoy podremos cenar juntos, mi mamá me dijo que podía hacerlo, si bien al principio no estaba de acuerdo con que sea su amiga, Juan me ayudó a convencerla, incluso camina con nosotros hasta el lago para luego dejarnos solos. Él es un verdadero amigo, espero que algún día logre encontrar el amor también.
Ingrid terminó de escribir en su diario y suspiró llevándolo a su pecho. Estaba tan enamorada que encontraba motivos para sonreír todo el día. Miró el reloj en la pared de la cocina y se apresuró a cambiarse. Había planchado el vestido rosado y había peinado su cabello oscuro con detenimiento para que luciera perfecto.
Se colocó sus zapatillas bajas y subió a su bicicleta para pedalear con todas sus fuerzas y llegar lo antes posible a la estancia.
El viento golpeaba su cara y su sonrisa intacta disfrutaba del paseo cuando la bocina del auto de Gael la sacó de sus pensamientos.
Sin dudarlo saltó de su bicicleta y antes de que él pudiera abrir la puerta introdujo su cuerpo por la ventana para besarlo y abrazarlo sin vergüenza.
Gael la recibió sin poder dejar de sentirse el hombre más feliz del mundo. Ingrid lo era todo para él, no veía la hora de recibirse para poder pedirle que compartiera su vida con él para siempre.
-¿Llegaste más temprano?- le dijo una vez que sus labios se separaron.
-No podía esperar para verte.- le respondió él abriendo por fin la puerta para alzarla en sus brazos y volver a besarla.
Ingrid se sonrojó pero no por eso dejó de acariciarlo. El cuerpo fuerte y trabajado de Gael encendía su propia piel con cada roce, todo su cuerpo se estremecía cuando él la tocaba. Lo había dejado llegar mucho más lejos de lo que hubiera imaginado. Sus tardes en el muelle los encontraban envueltos en abrazos interminables y besos desaforados y cuando él se había aventurado a rozar sus pechos la sensación había sido tan energizante que el placer había logrado ganarle a la vergüenza y sus sueños comenzaban a anticiparse a lo que sería entregarse completamente.
Gael volvió a dejarla en el suelo y fue en busca de su bicicleta para colocarla en su auto. Ingrid lo observó con la sonrisa en sus labios imborrable y cuando él le abrió la puerta no dudó en sentarse en aquel lujoso auto.
Quedaban pocos kilómetros hasta la entrada a la estancia y Gael los recorrió con su mano sobre su pierna de piel suave, depositando suaves caricias que se traducirían en un cosquilleo expectante en el vientre de Ingrid.
-Este fin de semana estamos solos. Mi papá no viene y estaba pensando en decirle a tu mamá que se tome el día.- le dijo imaginando lo que podrían hacer juntos.
Ingrid se rió cubriendo sus labios con inocencia.
-¿Mi mamá el día libre?- dijo incrédula.
-¿Lo ves tan imposible?- le preguntó temiendo que sus planes se truncaran.
-Y... mi mamá sabe que somos amigos, pero no sé si me dejaría quedarme todo el fin de semana sola con vos.- le dijo alzando sus ojos de manera divertida.
-No conoces mi poder de convencimiento, lo tengo todo pensado.- le dijo él confiado de que aquel fin de semana iba a ser tan maravilloso como lo había imaginado. Le había costado averiguar la agenda de su padre y cuando descubrió que no podía asistir había comenzado a dejar volar su imaginación.
Deseaba a Ingrid, deseaba hacerla vibrar como le pasaba a él cuando pensaba en ella. Había tenido sus encuentros en el pasado, pero estaba convencido de que con ella todo sería aún mejor. Deseaba cuidarla, respetarla, no apresurar las cosas. En verdad la amaba.
Llegaron a la estancia envueltos en carcajadas, solía pasarles cuando estaban juntos.
María los recibió sorprendida de que su hija viniera en el auto.
-Señor, no hacía falta que la trajera, ella puede venir en su bicicleta.- dijo María saludando a su hija con una mirada de reproche.
-Si, María, lo sé. Pero verá usted que la bicicleta se rompió. Mi papá me autorizó a que le compremos una nueva, esos caminos son bastantes rocosos y ya es hora de cambiarla. ¿Podría usted ir con Don Vittorio al pueblo? Yo le doy el dinero para que escoja una que sea de su agrado.- dijo Gael acercándose a la parte trasera de su auto para aflojar los tornillos de una de las ruedas con disimulo.
Ingrid lo miraba sin poder contener la risa, no esperaba que fuera tan ocurrente pero en verdad deseaba estar a solas con él, por eso contuvo la tentación y sin atreverse a mentirle a su madre bajó la vista al suelo.
-Lo siento, tengo que ir al baño.- se excusó y corriendo a la cocina dejó a Gael solo con la difícil tarea de convencer a su obstinada y desconfiada madre, una mujer que conocía muy bien a los hombres como Gael, adinerados niños que asistían a costosas universidades pero encontraban atractivas a las mujeres como ella o su hija, y sin embargo, siempre terminaban escogiendo el único camino que conocían. El de su acomodada vida en la que no había lugar para mujeres como ellas.

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Preguntame lo que quieras
RomanceMaría Eugenia es una periodista en ascenso. Ha postergado todo en su vida para llegar a dónde quiere, por eso no duda en embarcarse en la cobertura del que promete, será el juicio del año en las afueras de la provincia de Buenos Aires. Lo que ella n...