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Ana Clara Ruiz era la abogada de la familia de Ingrid, la cual se reducía simplemente a su madre.

María había trabajado para los padres de Ana Clara y la joven la quería tanto que había aceptado reemplazar al abogado que ofrecía el estado.

Llegó con su maletín reluciente, jeans de moda y su cabello recogido en una colita tirante. Eugenia la esperaba en una mesa de aquella cafetería alejada de las de la plaza, que solían estar repletas de periodistas. Eran las ocho en punto y la noche estaba instalada. La joven vio que Eugenia alzaba su mano y se acercó reconociendola de inmediato.

-Hola Eugenia, que placer encontrarte, te sigo en la tele.- le confesó Ana Clara sin ningún tipo de vergüenza.

Eugenia sonrió bajando la vista, no se acostumbrada a ser reconocida, pero sabía cómo manejarlo.

-El placer es mío, te agradezco que hayas aceptado vernos, mi compañero debe estar por llegar.- le aclaró mirando su teléfono en busca de algún mensaje de Gastón, que no logró encontrar.

-Te juro que cada día puedo creer menos en lo que me metí. Yo me recibí el año pasado, ni siquiera tengo un trabajo formal, pero la señora Maria siempre fue tan buena con mi familia que no pude negarme. Si te soy sincera me sentía sobrepasada cuando leí el expediente, imaginate ahora que todo el país va a seguir el juicio.

Eugenia la observó con sus labios apretados, comenzaba a tener compasión por aquella joven que le recordaba sus propios inicios, cuando se sentía poco preparada pero sedienta de oportunidades.

Pasó su mano sobre la mesa para colocarla sobre su brazo.

-No te achiques, vos podes con esto. Te prometo que vamos a ayudarte.- le dijo logrando que ella sonriera también.

-Sí Mauge te promete ayuda, podes estar tranquila.- dijo Gastón que había oído perfectamente sin poder evitar que la sonrisa volviera a sus labios con tan solo volver a ver a Eugenia.

-¡Ay me muero! No sabía que iba a conocerte.- dijo Ana Clara al ver a Gastón. Iba vestido con un buzo informal, jeans y esa gorra de adolescente que lucía desde que había aceptado trabajar para ellos.

Eugenia puso los ojos en blanco, estaba claro que a pesar de tener casi la misma edad, aquella joven la veía como una seria y anticuada presentadora y a él como un galán de telenovela. Gastón siempre había sido un hombre atractivo, se empecinaba en mostrarse solitario y eso le agregaba un halo de enigma que lo volvía todavía más atrayente. Se había acostumbrado a que las mujeres lo miraran cuando caminaba junto a ella, él siempre le había dado una seguridad que volvía cualquier celo en algo innecesario. Sin embargo ahora, no estaban juntos. Es decir, habían estado juntos pero no habían hablado nada al respecto.

Gastón descubrió algo parecido a la incertidumbre en su mirada y decidió no aumentarla. Tomó una silla y se sentó al lado de la abogada.

-Solo soy un viejo que aprendió a hablar como joven.- le dijo sacándose la gorra y acomodando su abundante cabello desprejuiciado.

Eugenia sonrió de lado reconociendo a la perfección la forma en la que la joven abogada se deslumbraba con aquel hombre que ella misma seguía encontrando hermoso.

-Bueno, contanos lo que sabes.- dijo finalmente cansada de aquella escena.

Ana Clara se apresuró a buscar sus papeles y comenzó a desplegarlos en la mesa.

-El caso está basado en el hallazgo de una soga que contiene el ADN de Ingrid. La misma era utilizada para arrear a los caballos de nuevo al establo y fue hallada junto a las mantas que solía usar Don Vittorio para dormir cuando terminaba muy tarde su trabajo. Por supuesto que también hallaron su ADN en la soga, pero eso es algo obvio, el hombre trabajaba con los caballos todos los días. - aclaró mientras señalaba la fotografía de la soga.

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