8

32 4 0
                                    




-¡No me digas que fuiste!- Juan casi gritó motivado por la sorpresa.

-Shh.. No quiero que mi mamá se entere, ya sabes como es, tan desconfiada que si no fuera porque tu mamá es su única amiga, ni siquiera me dejaría verte a vos.- le respondió Ingrid bajando la voz y comenzando a caminar hacia los establos, para alejarse de la cocina en la que su madre preparaba la cena.

-¿Y? ¿Qué pasó? ¿Fue?- le preguntó Juan intrigado controlando el volumen de su voz.

Ingrid asintió con su cabeza y el rubor de sus mejillas le confirmó a Juan que todas sus esperanzas estaban perdidas. Había estado enamorado de ella desde que podía recordarlo, pero Ingrid nunca había demostrado algo más que sus intenciones de amistad con él. Con el correr de los años se había acostumbrado a escucharla y aunque no pudiera ocupar el lugar que le hubiese gustado, prefería ser su amigo a no tenerla en su vida.

Sin embargo, la llegada del hijo del patrón de aquella enorme estancia, con su cabello claro y su ropa costosa comenzaba a desagradarle demasiado. La idea de perderla por culpa de alguien que de seguro le rompería el corazón, era lo último que deseaba.

-¿Me vas a contar o no? - le preguntó Juan impaciente controlando la decepción por no ser el responsable de aquel brillo en los ojos de su amor.

Ingrid apretó los labios, deseaba contarle a alguien lo que había vivido el día anterior, pero no estaba segura de que Juan fuera el indicado. Si bien ella se había esmerado en dejar claro que solo eran amigos, no pasaba desapercibida la forma en la que la miraba, incluso había pensado en alejarse, pero él le había suplicado que no lo hiciera.

-Llegué pasadas las nueve, tuve que correr desde la escuela y me llevó más tiempo que cuando era una niña, por favor ni se te ocurra decirle a mi mamá que falté a clases.- dijo con desesperación.

-Nunca haría eso.- respondió Juan con la vista en el camino para controlar sus emociones.

Ingrid sonrió y pasando su mano por sus hombros continuó hablando.

Le contó que lo había encontrado sentado con su espalda apoyada en un árbol, se había mostrado algo presumido al principio, disfrutando del hecho que ella hubiera aceptado su invitación, pero cuando ella había amenazado con irse, se había apresurado en alcanzarla para tomarla de la mano.

-No te vayas, perdón por ser tan tonto, es que estás tan... hermosa.- había dicho Gael disfrutando del contacto con su piel.

Ingrid se había sonrojado una vez más en su presencia, observando el lugar en el que los dedos de Gael habían comenzado a acariciarla. No podía creer lo que estaba viviendo, recordaba el tiempo en el que le encantaba jugar con él, disfrutaba de su compañía y de sus bromas. Recordaba sus ojos tan claros, tan fascinantes, pero ahora no lo conocía. No sabía en quien se había transformado, qué era lo que esperaba de ella.

Por eso se había soltado como si quemera.

-Veamos si seguís siendo tan rápido.- había gritado comenzando a correr hacia el lago con una sonrisa enorme en sus labios.

Gael la había seguido y al llegar a la orilla no había dudado en arrastrarla hasta el agua algo fría, que se convirtió en su aliada y actuando como un escudo protector, le había permitido acercarse, para acariciarla una vez más.

Gael parecía hipnotizado con ella, todo su cuerpo le suplicaba que la besara, pero también sabía que no era justo. Recién regresaba, no tenía idea de cómo iba a continuar su vida y ella era tan inocente.

Habían salido del agua empapados, la tela del vestido se había pegado a su figura y Gael se había obligado a apartar la vista. Ingrid era tan hermosa como la recordaba. Incluso en sus años en el internado, nunca había vuelto a conocer a alguien como ella. Se había intentado convencer de que era su imaginación, su mente empecinada en volver a los recuerdos de una infancia feliz, en la que sus padres aún estaban juntos y los días en el campo eran soñados. Pero a juzgar por todo lo que ocurría en su cuerpo en ese momento, ella era demasiado real.

Ahora era una mujer, una muy sensual que parecía no saberlo. No había podido contenerse, la había observado de reojo mientras se secaba, no podía creer que solo verla lo despertara de la manera que lo estaba haciendo.

Pero no quería arruinarlo. Cuando ella se había vuelto a acercar con sus ojos brillantes y su sonrisa seductora, no había podido ser más que un cobarde.

-¿Se fue?- le preguntó Juan sin terminar de creerlo.

-Si, se fue. Me quedé sola, empapada y muerta de frio.- le confesó Ingrid arrugando sus labios con decepción.

-Te dije que era un tonto.- le respondió Juan sin poder disfrutar de lo que parecía su victoria, por verla tan decepcionada.

Ingrid se encogió de hombros y continuó caminando. A pesar de que la hubiera dejado sola, no podía verlo como un tonto.

Llegaron al mismo lugar en el que se había encontrado con Gael el día anterior y algo llamó su atención.

Se agachó y tomó lo que parecía un ramo de flores silvestres, que llevaba una nota escrita a mano.

La leyó para sí misma  y cuando Juan vio el brillo recuperado en su mirada supo que una vez más había perdido la batalla.

No valía la pena luchar contra el destino, si aquel snob engreído y cobarde iba a romperle el corazón, no había nada de lo que dijera o hiciese que pudiera evitarlo. Sólo le quedaba interpretar el papel que mejor le salía o al menos el único que ella parecía tener para él.

Se acercó con paso firme y pasó su brazo sobre sus hombros leyendo la nota con pesar.

-Bueno, no es un poeta, pero al menos se disculpó.- le dijo con una sonrisa de lado y al ver que ella volvía a sonreír disfrutó de la sensación de haberla hecho feliz, al menos hasta que el falso poeta lo arruinara de nuevo, pensó con algo de pesar.

Preguntame lo que quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora