El viento se había empecinado en hacer volar aquella cortina clara ofreciendo la vista del campo presuntuosa. El aroma al pan recién horneado se mezclaba con el de la tarta de arándanos casera abriendo el apetito de quien estuviera cerca y las gallinas cacareaban especialmente fuerte aquella tarde completando la postal más clásica que un campo puede ofrecer.Ingrid peinaba a su muñeca con uno de los peines de madera que solía tener en su antigua caja de madera, aunque estaba a punto de cumplir los 16 años, aquella era una de las pocas actividades que la mantenía ocupada mientras esperaba a que su madre terminara con sus labores. Aunque ya no jugara con muñecas, la sensación de aquel suave cabello de lana entre las cerdas del cepillo le ofrecían una sensación de bienestar que le permitía navegar por las historias que su intrépida mente solía inventar.
Entonces el ruido de un motor interrumpió la tranquilidad del campo.
-Parece que ya llegaron, andá a ver si está todo en su lugar en la sala, hija, por favor.- le pidió María a su pequeña mientras se secaba las manos con un repasador algo deshilachado.
Ingrid se levantó, aún con su muñeca en la mano y obedeció a su madre feliz de tener algo más que hacer.
Recorrió la sala con la vista y luego se acercó hasta el escritorio, aunque su madre no le había pedido que fuera, decidió pasar de todos modos. Al ver que algunos papeles sobresalían del tacho de basura, se agachó a juntarlos, entreteniéndose un poco en acomodar los adornos de una de las repisas.
Estaba tan concentrada en aquel orden que ni siquiera oyó la llegada del auto. Solo la voz de Don Vittorio saludando a su patrón la alertó de su llegada y en seguida dio por finalizada su labor para regresar a la cocina con su madre. Pero cuando se disponía a cruzar el pasillo una especie de carraspeo la obligó a detenerse.
-¿Se puede saber qué estabas haciendo en el escritorio de mi padre?- preguntó Gael alzando un poco su vista para enfrentarla.
-Hola. Yo sólo ayudaba a mi mamá, pero ya terminé. - se apresuró a responder Ingrid sonrojándose un poco al notar que aquellos ojos claros la observaban sin disimulo.
-¿Sos la hija de María? - le preguntó arrugando un poco sus ojos intentando descubrir a la pequeña risueña con la que solía jugar cuando visitaba el campo junto a su madre demasiados años atrás.
-Sí, soy yo. Ingrid. No creí que me recordaras.- le respondió ganando algo de confianza y dando un paso hacia adelante.
-Estás muy... cambiada.- le respondió Gael, dando él mismo un paso hacia atrás.
-Vos también... y quedate tranquilo no iba a hacerte nada.- le respondió Ingrid alzando su mentón con indignación.
Recordaba muy bien al pequeño Gael. Ese niño que corría con ella para ver quién llegaba primero al lago, el que la acompañaba a alimentar a los caballos y se escondía bajo la mesa del comedor a comer frutillas robadas del sembradío. Había disfrutado mucho de su compañía, solía encontrarlo tan amable como encantador, por eso había sufrido demasiado cuando luego de la separación de sus padres, había dejado de visitar el campo y sin embargo, ahora que volvía a verlo nada de aquel niño parecía haber sobrevivido. Tenía solo un par de años más que ella pero vestía como su padre y hablaba como él, su gesto de temor al verla acercarse había terminado de confirmar que era igual a todos los dueños de aquellos campos que se creían que por tener dinero pertenecían a otra escala.
Estaba dispuesta a retomar su camino cuando él tomó su brazo.
-Lo siento, Ingrid, es que no te había reconocido.- le dijo aflojando un poco su gesto justo cuando ella desviaba su mirada del lugar en el que sus cuerpos se unían y él no tenía más remedio que soltarla.
-Llevabas muchos años sin venir, vos también estás cambiado.- se animó a responder aflojando también su gesto de enfado.
Entonces él por fin sonrió y todo lo que le había parecido hermoso se volvió irresistible. Sin poder contenerse bajó la vista al suelo implorando que el calor que sentía en sus mejillas no las tiñera de rojo.
-Acabo de terminar el colegio. Voy a estudiar ingeniería agrónoma, así que supongo que volveremos a vernos seguido.- le respondió orgulloso de haber conseguido aquel rubor tan inocente.
-¿En serio? - le preguntó ella deseando que aquella conversación no terminara nunca.
-Sí. Comienzo a finales de este mes, me inscribí en La Plata y pienso venir los fines de semana. Creo que ...- dijo interrumpiendo sus palabras para recorrer el lugar de forma exagerada con su vista y luego clavar sus ojos claros en los de ella, tan oscuros como enormes.
-Creo que no debí dejar de venir, en verdad me gusta mucho. - concluyó sin disimular que comenzaba a hablar de ella.
Ingrid volvió a sentir el calor en sus mejillas e instintivamente colocó su cabello oscuro y pesado detrás de su oreja moviendo sus piernas apenas cubiertas por aquel vestido fresco y desgastado.
-Supongo que nos estaremos viendo entonces. Sigo ayudando a mi mamá luego del colegio.- respondió ella con el corazón galopando a gran velocidad.
Entonces él emitió una escueta risa que volvió a indignarla.
-¿Qué te causa gracia? Sí, voy al colegio, pero me queda muy poco para terminar.- le respondió con su habitual desparpajo a la hora de defenderse.
Gael negó con su cabeza sin perder la sonrisa.
-Ok. Cuando dejes de jugar con muñecas podemos vernos en el río.- le dijo observando aquel juguete de trapo que Ingrid aún llevaba en su mano.
-Ingrid.. ¿Dónde estás? Ya llegó Juan a buscarte.- se oyó en la voz de María fuerte y claro desde la cocina.
Entonces Gael arrugó su ceño algo intrigado. ¿Juan? ¿Quién era el tal Juan? Pensó y luego intentó convencerse de que aquello no era más que un juego, al fin y al cabo era solo una niña que trabajaba en el campo de su padre.
-Ya voy mamá.- respondió Ingrid con prisa mientras alzaba la muñeca y apretando sus ojos con arrepentimiento comenzando a girar para irse. Pero entonces detuvo su marcha y volvió a acercarse a aquel muchacho presumido para colocar su mano libre sobre su pecho y enfrentar sus ojos desde una distancia peligrosamente corta.
-Yo no juego con muñecas. Y todavía puedo ganarte en el camino al lago.- le dijo tan cerca que el costoso perfume que llevaba invadió sus fosas nasales obligándola a interrumpir el contacto que ella misma había provocado.
Gael tardó unos segundos en reaccionar. No entendía si era por la cercanía, los recuerdos o la soledad que llevaba sintiendo desde su partida, pero Ingrid parecía ser todo lo que necesitaba.
-Mañana a la 9.- llegó a decir y cuando ella giró y lo miró con desconcierto agregó:
-Te espero en la largada mañana a las nueve.- dijo y al ver la enorme sonrisa en aquel rostro tan inocente no pudo más que desear que aquella hora llegara lo antes posible.
Si la verdadera conexión entre dos personas existe, indudablemente ellos nunca la habían perdido o al menos así lo gritaban sus corazones con cada latido cada vez más rápido que golpeaba en sus pechos anunciando que aquel no sería el último encuentro que tendrían. Porque cuando algo está destinado a ocurrir, suele buscar el camino, ignorando todo lo demás. Aunque todo lo demás pueda resultar peligrosamente imposible.

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Preguntame lo que quieras
RomantikMaría Eugenia es una periodista en ascenso. Ha postergado todo en su vida para llegar a dónde quiere, por eso no duda en embarcarse en la cobertura del que promete, será el juicio del año en las afueras de la provincia de Buenos Aires. Lo que ella n...