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Los días pasaron y Dipper y Stormy no hablaron más del tema. Algo que Mabel notó es que ni si quiera se dirigían la palabra llegando a suponer que había pasado algo.
Hoy era un día de lluvia y Dipper aprovechó para ver la televisión acompañado por unas galletas y una bebida. Stormy bajó para agarrar el diario y vió al pelinegro en el sofá.
Bufó y pasó por el medio, molestando a Dipper.
—Stormy, no eres de vidrio.
—Solo pasé cinco segundos, Dipper. No arruiné tu vista viendo...— se acercó y leyó el título.— ¿Maratón de 48 horas de busca fantasmas?
—Lo hiciste.— se quejó y tomó la bebida.
—Entiendo que estés molesto, pero no puedes estar enojado por una semana. Se supone que somos amigos.
—¿Molesto por qué? Tú querías olvidarlo.
Ella frunció el ceño molesta y escuchó dos golpes en la puerta. Fue a abrir y se encontró con Eddie.
—Hola Eddie.— le dió un beso en sus labios y el correspondió gustoso. Dipper al escucharla bufó y subió el volumen.
—¿Qué tal? Vine a visitarte, es un lindo día de lluvia. Podríamos pasar el tiempo juntos.— entró y la pelirroja cerró la puerta.
—Me parece genial.— dijo y notó que la televisión estaba más alto de lo normal por lo que fue a la sala.— ¿Puedes bajar el volumen?
Eddie fue con ellos.
—¿Qué?
—¡Dije si puedes bajar el volumen!
—¡No te escucho!— mintió. Claramente la oía.
Aquello hizo molestar demasiado a Stormy, lo estaba haciendo a propósito. Sus ojos se pusieron rojos por el enojo.
—¡Baja el maldito vol...
—Interrumpimos este programa por una noticia de última hora.— la voz de Toby Decidido a través de la pantalla la interrumpió y sus ojos volvieron a ser los de antes. Los tres voltearon y vieron la televisión.
—Oh, vaya.— se quejó Dipper.
—¡Ya empieza!— apareció Mabel sentándose al lado de su hermano.
—¡Permiso!— le siguió Candy.
—¡Abran paso a Grenda!— exclamó la chica saltando arriba de los tres. Dipper soltó un quejido.
—Bien, hoy es la noche. Pero yo llevo aquí varios días. El baile velada festín para la alta sociedad de la familia Noroeste llegó.— mostraron una gran fila de personas y la mansión.— Y aunque los del pueblo no estemos invitados, no podrán evitar que acampemos afuera para contemplar tanto glamour.
