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Había vuelto a perder su sable y ahora estaba atrapado en una especie de jaula holográfica que lo tenía flotando sobre un pedestal de piedra a la espera de que viniera el conde Dooku para torturarlo o matarlo y lo único en lo que podía pensar era ...

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Había vuelto a perder su sable y ahora estaba atrapado en una especie de jaula holográfica que lo tenía flotando sobre un pedestal de piedra a la espera de que viniera el conde Dooku para torturarlo o matarlo y lo único en lo que podía pensar era en dos cosas. La primera era en lo hipócrita que había sido cuando le aconsejo a Anakin que no perdiera su sable y él lo había perdido dos veces y la segunda era en la tensión que había sentido en Kamino cuando estaba revisando la herida en el hombro de Karissa. Mientras pensaba en ello las puertas de su celda se abrieron dejando ver al conde Dooku.

—Traidor —dijo Obi-Wan.

—Hola, amigo —dijo Dooku—. Esta es una terrible equivocación, ha llegado demasiado lejos.

—Creí que tú eras su líder, Dooku.

—Yo no tengo nada que ver, te lo aseguro —dijo Dooku, caminando a su alrededor—. Pediré que te liberen de inmediato.

—Espero que no se tarden —dijo Obi–Wan con sarcasmo—. Tengo trabajo que hacer.

—¿Puedo saber que hace un caballero jedi en estas tierra lejanas de Geonosis?

—Busco a un cazarrecompensas llamado Jango Fett ¿lo conoces?

—Que yo sepa aquí no hay cazarrecompensas, los geonosianos no confían en ellos.

—No los culpo, pero te aseguro que está aquí.

—Es una pena que nuestros caminos jamás se hayan cruzado, Obi-Wan —dijo Dooku cambiando de tema—. Qui Gon siempre se expresó bien de ti... ojalá siguiera con vida.

Obi–Wan creyó haber notado el dolor en la voz de Dooku al recordar a su padawan, pero probablemente Dooku estaba fingiendo para que Obi-Wan bajara la guardia.

—Ahora podría usar su ayuda.

—Qui Gon Jin no se habría unido a ti —protesto Obi–Wan.

—No estés tan seguro, joven jedi. Olvidas que fue mi aprendiz como tú lo fuiste para él, sabía que en el senado había corrupción, pero jamás lo habría tolerado si se hubiera enterado de la verdad como yo.

—¿La verdad? —pregunto Obi–Wan, confundido.

—La verdad —respondió el conde—. ¿Que pensarías si te dijera que la república está bajo el control del señor oscuro de los sith?

—Eso es imposible, los jedi se habrian dado cuenta.

—El lado oscuro de la fuerza nubla su visión, amigo, cientos de senadores están bajo la influencia de un señor oscuro llamado Darth Sidius.

—No es posible.

—El virrey de la federación de comercio estuvo coludido con Darth Sidius, pero el señor oscuro traiciono al virrey hace diez años, le pidió ayuda, me lo contó todo. Debes unirte a mí, Obi–Wan y juntos destruiremos al sith.

—Jamás me uniré a ti, Dooku.

Dooku se alejó hacia las puertas, pero antes de salir se giró para decir una última cosa.

—Será muy difícil conseguir que te liberen, pero tal vez si cierta jedi con la que has estado trabajando últimamente se une a mí, podría liberarte.

—Déjala en paz —dijo Obi–Wan.

Dooku solo se rio y salió de la celda dejándolo completamente solo. Obi–Wan sabía que no debía haber reaccionado de esa forma, pero la idea de que Dooku lograra que Karissa se uniera a él lo llenaba de miedo.

Obi-Wan no sabía cuanto tiempo había estado en aquella extraña prisión, pero esperaba que Anakin hubiera retransmitido su mensaje al consejo. Dos de los guardias que Dooku había dejado en la entrada de la celda entraron y desactivaron su jaula si es que así podía llamarla, Obi-Wan perdió el equilibrio y cayó de rodillas sobre la base en la que anteriormente había estado flotando. Los guardias lo levantaron y pusieron cadenas en sus muñecas y lo guiaron fuera.

Mientras lo conducían hacia lo que Obi-Wan supuso era una arena para que fuera ejecutado. No pudo evitar pensar en lo que había pasado con Karissa en Kamino, aún no lograba entender por qué había reaccionado de esa manera y tampoco porque Karissa que había estado empeñada en acompañarle siempre en aquella misión con el fin de proteger a Padme, había decidido volver al templo. Pero lo que más ocupaba su mente era el tacto de sus dedos con la piel de Karissa y eso lo hacía sentir culpable.

Cuando llegaron a la arena, los guardias ataron a Obi-Wan a una de la columnas y no pudo evitar preguntarse quienes serían los desafortunados que serían ejecutados junto a él. La respuesta llegó diez minutos después cuando vio salir de una de la cuevas que rodeaba la arena, un carruaje. En dicho carruaje se encontraban Padme y Anakin, los condujeron hacia donde él estaba.

—Pensé que no habías recibido mi mensaje.

—Lo retransmití como usted dijo, maestro —dijo Anakin—. Y decidimos venir a rescatarlo.

—Buen trabajo —replico Obi-Wan, sarcástico—. ¿Has sabido algo de Karissa?

—No me diga que ya perdió a su chica, maestro —dijo Anakin, sonriendo.

—Karissa no es mi chica.

De la tribuna principal salieron el conde Dooku, el virrey Gunray y uno de los líderes del planeta para dar la comienzo a las ejecuciones, Obi-Wan sintió la preocupación de su padawan.

—Tengo un mal presentimiento sobre esto —dijo Anakin mirando a las bestias que acababan de salir.

Obi-Wan también compartía este mal presentimiento, pero confiaba en el consejo y sabía que pronto iban a llegar aunque él ya no estuviera vivo para poder verlo.

—Relájate, concéntrate —le pidió Obi-Wan a Anakin.

—¿Que pasara con Padme?

Mientras Anakin pronunciaba aquellas palabras la senadora ya había logrado desatarse y ahora subía hacia la cima de la columna.

—Tiene controlada la situación.

La bestia de seis patas ataco a Obi-Wan dos veces. La segunda vez, la bestia clavo una de sus patas sobre la columna rompiendo la cadena permitiendo a Obi-Wan correr aunque aún tenía las manos atadas, esquivo un par de veces a la bestia, pero no estaba seguro de cuanto más podía aguantar antes de que esta lo destrozara.

Illicit affairs | Obi-Wan KenobiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora