Capituló 11 - aclaraciones

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Alfonso caminaba de un lado a otro en el pasillo, mientras esperaba información sobre el estado de Anahi. Estaba tan preocupado por ella y el bebé.

La puerta se abrió y vio salir al doctor; se acercó rápidamente. Este le explicó que, independientemente del golpe que sufrió en la cabeza, ella y el bebé estaban bien, pero que debía mantener a la joven bajo vigilancia y hacerla descansar.

Alfonso lo vio entrar y no pudo ocultar su sorpresa. ¿Por qué estaba él allí? Recordaba claramente que se había desmayado en el cuarto de baño. El doctor le había informado que se había golpeado la cabeza al caer, pero no era nada grave; tanto ella como la criatura estaban bien.
—¿Cómo te sientes? - preguntó él.

Pensó ella, como si realmente le importara su salud.

-Bien.

-El doctor ha dicho que puedes regresar a casa hoy mismo.

-Uju...

Alfonso miró hacia arriba como pidiendo paciencia.

-Iré a arreglar todo para tu salida; regresaré para llevarte a casa.

Ella no contestó.

Se sentía culpable debido a la confrontación que había tenido con ella; la joven había ido a parar al hospital. Aquello no había sido su intención.

Si creía que ella lo iba a esperar, podía esperar sentado. No tenía dinero para el transporte, pero aún así estaba dispuesta a salir de allí. Llegaría a la casa aunque fuera haciendo autoestop.

¡No estaba! ¿Dónde se había metido? No lograba encontrarla; acaso no le había dicho que regresaría por ella.

La suerte estaba de su lado; encontró una señora que iba cerca de la casa de Alfonso la cual la llevó con gusto. Cuando ella le había dicho que le habían robado, la mujer había visto su estado y se había mostrado muy amable.

A Anahi no le gustaba mentir, pero en ocasiones era necesario hacerlo.

Trató de calmarse todo el camino; aquella mujer lo iba a matar de un disgusto. Más le valía que estuviera en casa sana y salva, aunque eso no apaciguara su furia.

Cuando llegó a casa, se cambió de ropa y prosiguió a hacer sus deberes como si nada hubiera pasado, a pesar de las protestas de Margarete. Aparte de un pequeño dolor de cabeza, se sentía bien y no veía razón alguna para pasar el día acostada. Tenía que trabajar para poder juntar el dinero necesario para marcharse de allí.

Estaba picando unas papas para la comida cuando la puerta de la cocina se abrió bruscamente.

-Endiablada mujer, ¿qué crees que estás haciendo? Apenas saliste del hospital y ya estás haciendo desorden, ¿y por qué no me esperaste como te dije? - El tono de su voz no era alto, pero no por eso dejaba de ser peligroso.

Su enojo era tan grande que olvidó por completo que había algunos empleados allí presentes. Bastó una sola mirada para que todos salieran de allí, dejándolo solo con Anahi, la cual lo miraba con el ceño fruncido.

-Sólo cumplo con mis deberes, y porque iba a esperarlo, yo soy solo una empleada y usted mi jefe. Ahora, si me disculpa, estoy trabajando.

No dijo nada, se quedó quieto tratando de calmarse; recordó que aquella mujer estaba embarazada y apenas hacía una hora había salido del hospital.

-Deja eso y sube a tu cuarto a descansar - le ordenó con calma fingida.

-No.

Su negativa hizo que él apretara la mandíbula. Ella, solo ella, se atrevía desobedecerlo. Había olvidado lo terca que podía llegar a ser.

Dolorosa venganza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora