Max salió de su habitación. El suave perfume francés que llevaba llegó a las fosas nasales de su mejor amigo, quien lo miraba desde el diván con una expresión reprobatoria, pero a la vez divertida.
—Tiene que ser realmente linda cuando nos vas a abandonar esta noche —se quejó Gunther, un hombre de treinta años de castaña barba—. ¿No estábamos celebrando mi despedida de soltero?
Max rio, mientras se acomodaba la bufanda negra que llevaba al cuello, antes de salir.
—Esquiamos en la tarde y cenamos juntos. Creo que he cumplido con mis deberes de amigo y padrino. Y, sobre tu pregunta, sí, es muy linda.
—¿La conozco?
—No, recién la conocí esta mañana, pero compartimos un momento especial.
—Muy bien, estás perdonado. Espero que sientes cabeza y quizás esta chica sea tu acompañante durante la boda.
—Tal vez. —Max se encogió de hombros y salió.
Se estaban alejando en un lujoso chalet privado, que no se hallaba lejos del Hotel Galina donde se hospedaba Lisa. Él mismo se bajó y fue a recogerla al lobby. Su guardaespaldas mantuvo una distancia prudente.
Max miró con curiosidad la estancia: muchas personas estaban congregadas alrededor de la chimenea; era un sitio acogedor, decorado para Navidad, en tonos rojos y verdes. Al voltear hacia la dirección contraria, justo al lado del enorme árbol, la vio aguardando.
Lisa le sonrió y se acercó a él. Llevaba un abrigo de color rojo vino, un pantalón gris y unas botas negras.
—Buenas noches.
—Me alegra mucho que no me hayas dejado plantado.
Ella rio.
—Lo consideré, pero me gustaría volver a visitar Liechtenstein en el futuro, y me temo que, de dejarlo plantado, me declararían persona non grata.
—Oh, por supuesto. Me temo que eso sucedería. Has sido muy sabia al aceptar salir conmigo —bromeó—. Entonces, por tus palabras, intuyo que no vives aquí, aunque vienes con frecuencia.
—Viví por unos años en Vaduz, cuando era pequeña, pero desde hace años me mudé a Suiza y ahora resido en Ginebra.
Max miró por encima del hombro a su alrededor, nadie los estaba observando, pero tampoco quería despertar la indiscreción ajena. Debían irse ya.
—¿Nos vamos?
Lisa asintió, aceptando el brazo que él le brindaba y salieron al exterior donde aguardaba el auto de Max.
Hicieron el trayecto en silencio, aunque en realidad no fue demasiado largo. Max la llevó al hotel donde se hospedaba, por un momento cuestionó internamente sus intenciones, pero no se detuvo ni le preguntó nada. Tomaron el ascensor hacia el último piso. Entraron a un mirador que estaba cerrado para el resto de los huéspedes. El enorme cristal tenía una vista envidiable hacia la montaña, aunque lo más destacable era la Luna llena que dominaba buena parte del ventanal. Las luces estaban apagadas, pues se hallaban iluminados exclusivamente por la luz de la Luna y apenas unas velas. Frente a la ventana, un columpio de madera de dos piezas los invitaba a sentarse.
—¡Qué vista tan bonita! —repuso mientras se sentaba en el columpio de frente a la ventana.
—Creí que sería una buena idea disfrutar de esta Luna llena, a fin de que realice su magia.
Ella se rio.
—Eso no funcionará conmigo.
Max lo imaginaba, así que tan solo sonrió. Se dirigió a una mesa contigua donde reposaba una botella de excelente vino tinto y dos copas y le entregó una a ella. Luego se sentó a su lado; por el peso, el columpio alcanzaba cierto ángulo que les permitía ver mejor hacia la ventana. En ocasiones daba la impresión de que estaban en el aire, justo en frente de la Luna. Sin duda era una experiencia muy especial, pero a la vez sencilla.
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Corona de nieve
RomanceMaximilien Josep Louis -Max-, Príncipe de Liechtenstein, nunca se ha enamorado. Su fama de casanova es más que conocida, aunque a él parece no preocuparle demasiado. Mientras llega su turno de asumir como Jefe de Estado, pretende divertirse cuanto p...