Max ingresó a casa de Kitty con el corazón en un puño, acompañado por Lisa. Fue ella quien se encargó de poner a la familia al tanto, en voz baja, de la situación:
—Ya Max está enterado de la condición de Kitty. Su familia de alguna manera lo descubrió y lo puso al corriente. Yo me he tomado la libertad de, como médico y hermana, explicarle todo lo que necesitaba saber.
—¡Dios mío! —Charlotte temblaba como una hoja—. Lo siento mucho, Max. Le dijimos siempre a Kitty que debía contarte, pero era un secreto que le pertenecía a ella y no teníamos el derecho de quebrar su intimidad. Por lo general, a Kitty le cuesta mucho hablar de esto, ya que por su condición ha debido renunciar a muchos sueños y supongo que pensaba que, una vez que te lo dijera, se vería obligada a renunciar a ti también.
—No se preocupe —le aseguró Max intentando mantener la calma—. Lo entiendo perfectamente y ustedes no son responsables de nada. Kitty tampoco. Ella nunca me engañó, yo simplemente no quise ver la verdad y creí que las cosas serían un poco más fáciles de lo que en realidad son.
—Max, ella está muy alterada con esta situación —intervino Alex—, me preocupa que tome una decisión precipitada sobre ustedes o que tú... —se interrumpió—. Sé que la condición de Kitty probablemente cambie tus planes sobre el futuro y en sentido general, las cosas entre ustedes. Quiero que sepas que, cualquiera que sea tu decisión, la entenderemos.
Max le puso la mano en el hombro.
—Gracias —respondió—, entiendo su legítima preocupación, y agradezco el cariño que todos me profesan, pero le aseguro que mis sentimientos por Kitty siguen siendo exactamente los mismos. Solo necesito hablar con ella, por favor.
Alex asintió y lo escoltó hasta la escalera. Max subió hasta su habitación con el corazón en un puño. La encontró sentada en la butaca, dónde mismo lo recibió la primera vez que la vio; en esta ocasión ya no tenía el cuenco de palomitas, sino una caja de pañuelos desechables. Su rostro enrojecido le indicaba sin duda alguna que había estado llorando. Fue en ese instante que Max supo que Kitty era, sobre todas las cosas, su prioridad.
—¿Max? —Algo delató su presencia, probablemente fuera su perfume, pues Kitty no llevaba las gafas puestas.
Él se acercó y la cobijó en sus brazos, con fuerza.
—Hey, todo estará bien —le susurró mientras le daba un beso en la mejilla—. Lamento no haberte dicho antes lo del artículo. Tienes razón al suponer que está mi mano detrás de todo esto, pero quería que el mundo supiera acerca de nosotros. Tenemos una historia de amor preciosa que debía ser conocida.
Kitty se apartó un poco de él, intentando encontrar el valor.
—Max, yo... No estoy molesta ni triste porque las personas sepan de nosotros; es cierto que me importa nuestra intimidad, y que quizás a partir de ahora no contemos con tanta privacidad, pero ese no es el motivo por el cual me hallo tan afectada —le explicó atropelladamente—. Lo que me sucede es que me siento culpable de que sacaras a la luz una relación que no tiene futuro.
—Claro que lo tiene.
—No lo tiene, Max —replicó llorando de nuevo —, y me duele no haber sido más clara contigo desde el comienzo. Tengo una enfermedad genética que me hizo perder la visión en mi adolescencia; de tener hijos, ellos tienen una probabilidad no baja de desarrollarla también. Es por eso que no puedo tenerlos y que, en definitiva, nuestra relación está destinada a terminar.
Se hizo un silencio de algunos segundos en los que Max intentó hallar las palabras más correctas.
—No vamos a terminar, Kitty.
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Corona de nieve
RomanceMaximilien Josep Louis -Max-, Príncipe de Liechtenstein, nunca se ha enamorado. Su fama de casanova es más que conocida, aunque a él parece no preocuparle demasiado. Mientras llega su turno de asumir como Jefe de Estado, pretende divertirse cuanto p...