Capítulo 5

604 59 14
                                    

30 de diciembre de 2023

Había quedado con Gunther en su casa, último encuentro entre amigos del año. Gunther se encargó de invitar al círculo más estrecho y él aceptó asistir, convencido de que le vendría bien distraerse luego del estrés que le había supuesto el accidente. Estaba próximo a salir, cuando su secretario privado lo detuvo, con una expresión algo severa.

—Señor, hay algo que me gustaría comentarle, pues creo que debería estar al tanto —le dijo Becker con parsimonia.

Se hallaban cerca del ala sur, muy próximos a la Capilla de la Santa Ana que databa de la Edad Media. Al parecer Becker había querido hablar con él en un sitio privado, donde el resto del personal de la Casa Real no pudiesen escucharlos.

—¿Qué sucede?

—Se trata de la señorita Meyer, señor.

El rostro de Max se transfiguró.

—¿Le ha sucedido algo?

—No exactamente. Continúa recuperándose, pero… —Bajó la voz—. Esta mañana recibió de la Casa Real un cheque compensatorio por los daños sufridos y no lo ha aceptado. Escuché que ella y su madre se ofendieron bastante, sobre todo ella…

—¡Diablos! Le anuncié a mi madre que eso no iba a funcionar, creí que, luego de mi visita, habrían desistido de esa idea. Es lógico que se ofendieran, ellas no buscaban retribución ninguna, mucho menos un cheque.

—Lo imagino, señor, por eso mismo es que me he atrevido a hacerle el comentario. Temo que lo sucedido haya sido contraproducente y que, en cierta forma, haya borrado la buena impresión que se formaron de usted la víspera.

Max suspiró, sabía que Becker tenía razón.

—Gracias —le dijo poniéndole una mano en el hombro a Becker. Acto seguido tomó su teléfono y llamó a Gunther. Lo lamentaba, pero llegaría un poco tarde a la reunión.

🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️🏔️❄️

La tarta de queso estaba exquisita. Se la había preparado Rudolf quedando gratamente sorprendida con las habilidades culinarias de su compañero. Rudolf había ido a hacerle compañía esa tarde, ya que Kitty insistió en que su madre no pospusiera la reunión que tenía con sus mejores amigas. Ella se sentía un poco mejor, el dolor era intermitente, pero con los calmantes se aliviaba por algunas horas, no tenía sentido alguno en que privara a su madre de aquel sano esparcimiento.

Rudolf, no obstante, no quiso dejarla sola. Se colocó un delantal de cuadros rojos y blancos —según le describió después—, y se puso en funciones de chef. Kitty, nada más de imaginárselo, se echó a reír.

Se hallaban en la sala de estar. Kitty había podido bajar casi sin dolor las escaleras, pero luego sintió pereza de subirla sola, así que se quedó toda la tarde en el diván.

—En serio está excelente —repitió Kitty, devorando el último trozo de tarta.
No obtuvo respuesta de Rudolf, estuvieron en silencio por unos minutos, hasta que ella le soltó:

—¿Con quién estás hablando, si se puede saber?

—Con nadie —respondió sobresaltado, pero se descubrió al dejar caer el teléfono en el sofá, lo cual fue perfectamente audible para Kitty.

—Ya —se burló ella—, llevas diez minutos suspirando y sin prestarme atención.

—Disculpa.

—No es necesario que te disculpes, pero hubiese agradecido que me compartieras un poquito del motivo de esa nostalgia. ¿Estabas hablando con mi hermana?

Corona de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora