“Su casa”. Kitty no podía creerlo, pero había escuchado perfectamente. Max la ayudó a salir del auto con cuidado y en el estacionamiento tomaron un ascensor privado directo hasta el último piso.
—¿Te sientes mejor?
—Un poco —contestó, aunque el dolor no había cesado.
—Este es mi departamento —comenzó él a manera de presentación cuando llegaron a su destino—. Tiene un salón principal, en donde estamos ahora. A la izquierda encontrarás una puerta que conduce a mi estudio. Si sigues recto, a la derecha, hallarás un corredor que conduce a los dormitorios y a la izquierda, el comedor y la cocina. Al final está la terraza.
Kitty asintió. A pesar de las condiciones en las que se hallaba, le agradecía que le describiera el lugar. Una de las cosas que más la hacían sentir insegura era encontrarse en un lugar desconocido, donde no pudiera hacerse una representación mental. Era increíble que Max, con apenas unos días y sin que ella se lo dijese, pudiese comprender tan bien la sensación de desprotección que se experimenta cuando se está privado del sentido de la vista.
—Ven conmigo, te llevaré a una habitación de huéspedes. —Kitty contó la cantidad de pasos en su mente, mientras se dejaba conducir por él. Max la había tomado de la mano y esa calidez de su palma la hizo sentir mejor—. Ya llegamos, es la segunda habitación después de la mía. Esta puerta te conduce al baño —le dijo Max llevándola hasta allí—. Aquí está la cama —añadió cuando estuvieron al lado de la enorme cama con dosel.
Kitty se dejó caer con cuidado. Debía reconocer que estaba muy cómoda en esa posición. Debió quedarse dormida, pues no sintió nada más hasta que Max regresó y escuchó sus pasos. El delicioso olor la hizo incorporarse.
—Te he traído un emparedado y zumo de manzana.
—Gracias, huele estupendo.
Max le acercó la bandeja y Kitty comenzó a comer. En realidad, estaba bastante hambrienta.
—¿Lo has preparado tú?
—Sí.
—Está muy bueno.
—Me retaste hace unos días a que cocinara algo para ti. No puedes quejarte. Lo he hecho —sonrió Max—. El servicio no me esperaba hoy por aquí, así que estamos solos.
“Solos”. Kitty no supo la razón, pero aquella palabra la ponía un poco nerviosa. Terminó de comer e intentó levantarse, pero Max se lo impidió.
—Por favor, Kitty, descansa. Estuviste cuatro horas en el auto en la misma postura mientras conducíamos hasta aquí. Luego, durante la reunión, también estuviste sentada. Estoy convencido que esa postura comprimió tu nervio y agravó tu neuropatía. Necesitas descansar y lo sabes.
—De acuerdo —asintió ella—. Lamento mucho haber arruinado nuestros planes. Antes de esto era un día perfecto.
—Es un día perfecto. Y no arruinaste nada —la corrigió—. ¿Olvidas que estás así por mi causa? Porque yo no lo olvido.
Ella negó con la cabeza.
—Olvida ya el accidente. Te puede parecer tonto lo que te voy a decir, pero hoy, mientras te escuchaba hablar del dispositivo, me alegraba incluso de que hubieses chocado conmigo. De no haber sido así, no te habría conocido, Max… —No entendía la razón, pero la voz se le quebró—. Y si de algo estoy agradecida, es de conocerte. No me importa el dolor, ni siquiera pienso ya en el Mundial, pienso en la suerte de que nuestros destinos se cruzaran. Eso vale más que cualquier medalla.
Las palabras de Kitty, dichas con esa emoción, lo hicieron estremecer como jamás imaginó. Nunca antes nadie se había sentido así por conocerlo. Querían acercarse al príncipe, ser merecedores de su atención y estar a su lado de cualquier manera, pero Kitty hablaba de otra cosa: se refería a él como persona y eso, en sus circunstancias, tenía un valor incalculable. Él le tomó una mano y se la llevó a los labios.
ESTÁS LEYENDO
Corona de nieve
RomanceMaximilien Josep Louis -Max-, Príncipe de Liechtenstein, nunca se ha enamorado. Su fama de casanova es más que conocida, aunque a él parece no preocuparle demasiado. Mientras llega su turno de asumir como Jefe de Estado, pretende divertirse cuanto p...