Capítulo 25

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No quería asustarla, aunque probablemente el asustado fuera él, ya que hacía mucho tiempo que no se sentía así, tan anhelante, tan enardecido, tan... Una palabra acudió a su cabeza, pero la desechó al instante. Prefirió concentrarse en las emociones que experimentaba con Kitty, en un escenario nunca antes explorado con mujer alguna. La besó largamente mientras que, con una mano, la tomaba por la nuca para acercarla todo lo posible a él, dominando el instante. A fin de cuentas, Max había nacido para gobernar. Kitty le devolvió cada beso con una pasión que no le había visto nunca; el resultado fue que sus cuerpos se rozaron más que con un simple abrazo, ya que se aproximaron en un espacio demasiado íntimo que prometía las más exquisitas de las sensaciones... Max llegó a ella con toda su dureza, en la máxima de las expresiones, presionando la parte baja de su abdomen, como quien reclama y seduce al mismo tiempo.

Percibió cómo ella se sobresaltaba un poco con su embestida; Kitty tembló contra su cuerpo, sin embargo, no se apartó. La mano de Max descendió por su espalda en una febril exploración que disfrutaba de la humedad de su tersa piel hasta posarse en una de sus nalgas.

Kitty gimió, sorprendida, ante la intromisión que le resultaba deliciosa y sumamente atrevida. Max se preguntó si con su otra mano libre podría explorar otras partes de su cuerpo que deseaba, pero fue Kitty quien lo dejó pasmado bajando su mano cual merecida respuesta, descubriendo centímetro a centímetro, las dimensiones de aquello que la presionaba. Esta vez, fue Max quien gimió. A pesar de su inexperiencia, Kitty le estaba demostrando que podía darle todo el placer que deseara... Sus gestos inicialmente dubitativos, exploratorios, alcanzaron un ritmo estable y luego ascendente, que lo llevaron muy cerca de la cima. Max sintió que estaba completamente perdido...

—Kitty... —susurró. Y, al nombrarla, ella se halló estimulada a continuar con mayor ímpetu aquello que había iniciado por curiosidad e instinto.

Max besó su cuello mientras era seducido por ella, bajó por su clavícula perfecta y se apoderó, con un beso profundo, de la voluptuosidad que añoraba degustar desde hacía mucho tiempo. Kitty se retorció, clavó sus uñas en la espalda de Max mientras la otra se esforzaba en concluir su ardorosa faena. No demoró mucho, sintió a Maximilian temblar como nunca antes, repitiendo su nombre una y otra vez mientras estallaba de placer. Kitty sonrió:

—Habrá que cambiar el agua de la piscina...

Él se rio escondiendo la cabeza en su hombro, jadeando. No podía creer que incluso en un momento como ese ella fuese capaz de divertirlo, de hacerle tan feliz...

—Eres peligrosa, Kitty, no podía imaginar cuánto... Y, a la vez, solo quiero vivir en tus manos.

Volvió a besarla, la hizo sentarse a horcajadas sobre él con las piernas rodeando sus caderas y la depositó sobre la cercana escalera. Mientras besaba algunas partes de su cuerpo y acariciaba otras, Max decidió reciprocar su gentileza, llegando con su mano a los aterciopelados confines que ninguna otra mano había acariciado.

—Oh, Max —Ella se abrazó más a él.

Kitty creía que iba a morir, pero era una sensación indescriptible, más exaltante que bajar por la ladera de una montaña a una velocidad mortal. El cotidiano frío era reemplazado por un vapor que la envolvía y que tenía su origen en aquella zona de su feminidad que Maximilian exploraba con su delicado y firme tacto de príncipe. Ella fue experimentando un creciente anhelo, una sensación de no poder soportarlo más, pero a la vez de desearlo con todas sus fuerzas, hasta que esa emoción contenida se multiplicó, le dio alas, y la llevó al clímax de su vuelo, como si saliera de su cuerpo y levitara, unida a él, rozando el cielo. Sus piernas temblaron alrededor del príncipe mientras decía también su nombre, extasiada, unos decibeles más alto de lo recomendable.

Corona de nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora