17 de diciembre de 2024
La vida había seguido su curso; al menos eso pensaba Max, ya que las cosas entre Kitty y él estaban bien. Por supuesto que la neuropatía óptica congénita flotaba entre los dos como un espectro que les recordaba la inviabilidad de muchos planes, entre ellos el de tener hijos. Sin embargo, Max estaba convencido de que hallarían una solución. Era tanto su deseo de defender su relación con Kitty, que no había vuelto a llamar a sus padres.
Esa mañana, la esquiadora se encontraba a solas, en la habitación, escuchando un audiolibro. Fue interrumpida por Helga, una suerte de ama de llaves de la casa, que se encargaba de tener todo en perfecto funcionamiento. Era una mujer de mediana edad muy competente, que le profesaba mucho cariño al príncipe y a ella también.
—Perdona que te interrumpa, Kitty —le dijo con la voz un poco nerviosa—, pero su Alteza, la princesa Sofía, ha llegado. Le he explicado que Max no se encuentra en casa, pero es contigo con quien desea hablar.
Kitty se estremeció y se incorporó de inmediato. No se encontraba con la madre de Max desde agosto y, dados los últimos acontecimientos, no podía creer que se tratase de una visita de cortesía. Sin embargo, hubiese sido una falta tremenda de educación no acudir a su encuentro, así que respiró hondo y le preguntó a Helga si la hallaba bien vestida.
—Estás preciosa, como siempre —le respondió la mujer con sinceridad.
Kitty llevaba un conjunto deportivo de color rojo oscuro y el cabello suelto.
—Gracias. ¿Le has brindado algo para tomar?
—Sí, pero no desea nada. Solo hablar contigo.
—De acuerdo, gracias.
—Ánimo, mi niña —se atrevió a decirle.
Kitty sonrió con tristeza, pero finalmente se marchó.
Se movía por la estancia con suma precisión, luego de vivir allí por casi un año. La seguridad de Kitty dejó a Sofía muy impresionada cuando finalmente la vio.
—Buenos días, su Alteza. —Realizó una pequeña reverencia cuando llegó al salón.
—Por favor, no es preciso. Puedes llamarme Sofía.
La voz le permitió orientarse mejor hacia ella, hasta que Kitty quedó frente a la dama. Las gafas la escanearon y dijeron en voz alta: "Princesa Sofía". Kitty le extendió la mano, aguardó un instante, hasta que la madre de Max se la estrechó. Luego tomaron asiento.
—Te ves muy bien, Katherine. Es impresionante la manera en la que conoces la casa y las gafas se aprecian como un útil aditamento.
—Muchas gracias, lo son. Fueron un obsequio invaluable de su hijo; ahora constituyen, además, un proyecto que nos une por el bienestar de los invidentes en Liechtenstein —respondió—. Le agradezco su visita, hacía mucho tiempo que no nos encontrábamos. Es una pena que Maximilian no sepa que ha venido.
—Y preferiría que esta conversación quedara entre nosotras, Kitty. ¿Puedo llamarte así? —La aludida asintió—. Vengo a hablarte de Maximilian y de su futuro.
Kitty se tensó aún más.
—Perdóneme, no quiero resultarle impertinente, pero si ha venido a hablar sobre el futuro de su hijo, debería ser con él aquí presente.
—Lo haría, si supiera que irá a escucharme, pero me temo que Max está siendo muy poco razonable. ¿Sabes que hace muchos días que no tenemos noticias suyas y que no ha confirmado su participación en las festividades navideñas de la familia real?
ESTÁS LEYENDO
Corona de nieve
RomanceMaximilien Josep Louis -Max-, Príncipe de Liechtenstein, nunca se ha enamorado. Su fama de casanova es más que conocida, aunque a él parece no preocuparle demasiado. Mientras llega su turno de asumir como Jefe de Estado, pretende divertirse cuanto p...