Capítulo 6

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31 de diciembre de 2023

—No puedo creer que haya venido de nuevo —expresó Rudolf, mientras se dejaba caer en el sillón—. ¡Dos veces!

—Sí, dos veces —le dijo Charlotte, en voz un poco más baja, ya que era ella quien estaba poniendo a Rudolf al corriente de los nuevos acontecimientos respecto al príncipe de Liechtenstein—. Y aseguró que volvería hoy. ¿Qué crees que signifique?

—No lo sé. ¿Culpa tal vez? No piense demasiado en ello. Lo importante es que Kitty se recupere. Dentro de unos días estoy seguro de que la vida de cada uno seguirá su rumbo o tal vez tengamos mayor certeza de las intenciones del príncipe y se vuelva un buen amigo. Es demasiado pronto para saberlo y quizás sea estéril que estemos haciéndonos conjeturas por solo dos visitas. Tal vez ni siquiera regrese hoy.

Rudolf se calló pues sintieron los pasos de Kitty por la escalera. Iba bajando con cuidado pues en la noche durmió poco y mal a causa del dolor intermitente.

—Hola, ¿llevas mucho aquí? —preguntó cuando entró al salón de estar, ya que percibió el perfume característico de Rudolf, además de las voces que había escuchado en la distancia.

—Apenas unos minutos. —Rudolf le dio un beso y le cedió su puesto en el sofá—. He venido a despedirme pues no volveremos a encontrarnos hasta el Año Nuevo. Como sabes, iré a ver a mi padre a Ginebra por unos días.

—Sí, lo sé. Te deseo que pases unos días felices. ¡No dejes de llamarme!

—Por supuesto que te llamaré. Prométeme que te cuidarás, para que pronto podamos entrenar.

—Haré mi máximo esfuerzo.

Iban a despedirse cuando tocaron a la puerta. Charlotte y Rudolf se miraron con cierta complicidad, apreciando también la sorpresa aflorar al rostro de Kitty: probablemente estuviese pensando en el príncipe. La dueña de la casa atendió. Para su asombro era un empleado de la Casa Real de Liechtenstein con el envío de una cena obsequio de parte del príncipe por Noche Vieja.

—Es un obsequio de Su Alteza —explicó Becker, el secretario privado—. ¿Podemos pasar?

—Sí, por supuesto, muchas gracias… —balbuceó Charlotte aún sorprendida.

Se hizo a un lado mientras dos empleados de la Casa Real dejaban sobre la mesa tres bandejas con la cena. La última, en cambio, era la más impresionante, ya que era la célebre tarta Dreiknigskuchen, que era conocida como el pastel del Rey, de un gran tamaño en forma de corona y era un dulce tradicional de Liechtenstein. La masa del pastel tenía pasas y chispas de chocolate

Rudolf, al lado de Kitty, le iba describiendo la escena. La joven agradeció al secretario privado, mas luego se regresó a su puesto.

—Tendremos comida para dos días —observó Charlotte—. Compartiré con los vecinos. ¿No quieres llevarle tarta a tu padre, Rudolf?

—Muchas gracias, Charlotte, pero disfrútenla ustedes.

—Supongo que esta sea la manera de Max de disculparse por no venir hoy, como había prometido. Yo lo prefiero así, y no lo digo por la comida —expresó Kitty pensativa—, sino porque Max debe tener mejores cosas en que emplear su tiempo.

Charlotte iba a replicar cuando sonó el teléfono de Kitty. El programa para invidentes que utilizaba, le indicó que era una llamada de su hermana Lisa. Kitty le contestó en el acto:

—Hola, Lisa. ¿Cómo estás? Rudolf está aquí, ha venido a desearnos feliz Año Nuevo. ¿Quieres hablar con él? Ah, ya hablaron. —Kitty soltó una risita—. Bien, entonces te paso a mamá para que te salude y yo iré a despedir a Rudolf, enseguida regreso.

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