32. Corazón de robot

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BECKY ARMSTRONG

Miré la dirección en mi mano, era el mismo departamento donde siempre vivió. Pero es cierto que nunca me digné a buscarlo más, y es que dentro de mí algo decía que no podía ni mirarlo a los ojos. Tanto Sulax como Eddy me daban asco, pero merezco saber toda la verdad. Y por eso estoy aquí hoy.

Levanté mi mano en un puño y con los nudillos toqué la puerta. Cerré mis ojos unos segundos, mis manos sudaban y en cualquier momento mi corazón tomaría pies y saldría corriendo. De lo rápido que estaba latiendo.

Rogué porque no se tomara a mal mi llegada, y porque todo saliera como lo tenía pensado. No quería ser su amiga otra vez, más bien buscaba paz en mi vida. La puerta tardó en abrirse, pero en cuanto lo hizo, un Eddy con un gorro de Lana, y una máquina conectada a su cuerpo me recibió.

Me quedé estupefacta, no supe ni como reaccionar en el momento. Lo miré de arriba abajo y no era ni la cuarta parte del hombre que dejé. Este abrió los ojos como platos. Yo estaba sorprendida por su aspecto, por lo demacrado que se veía y él por después de tanto tiempo; tenerme aquí de nuevo.

—Becky—susurró—. Es... guau —sus ojos se inundaron de lágrimas—. Eres tú.

Hice el intento de sonreír, pero fue bastante difícil.

—Hola, Eddy.

No era él. Eddy siempre fue un hombre corpulento, alto y sin duda muy alegre. Y el de ahora tenía los ojos apagados. La piel blanca cuál copo de nieve y movimientos lentos. Este se hizo a un lado.

—Pasa, por favor.

—Gracias.

Entré echando un vistazo a la casa. Era linda, pero nada que ver con lo de antes, estaba media vacía, medicinas por todas partes, esto parecía más un hospital que una casa. Eddy caminó a paso lento, como podía.

—Por favor, siéntate. Me imagino que estás aquí para hablar —se sentó con dificultad en el mueble y yo hice lo mismo pero en otro para tener una vista hacia él—. Y supongo que es de Sulax.

—Así es. Nunca te dejé hablar, creo que —mierda, esto era tan fuerte que ya tenía lágrimas en los ojos—. ¿Qué te paso?

Se quitó el gorro de Lana y su cabello cobrizo ya no estaba, sus ojos verdes estaban tan apagados. Sus labios resecos, sus mejillas sin color y delgado. Ya no era Eddy, parecía una persona totalmente diferente. Recuerdo que me iba de fiesta con él, y que era divertido, todo con él era divertido y tomaba color.

—Tengo cáncer, Becky —con el dorso de mi mano limpié aquella lágrima—. No es Sida, es cáncer.

—¿Ya sabes? —inquirí.

—Sí. Sulax me lo dijo. Y aunque no hice nada, siento que estoy pagando algo —carraspeó, para retener las lágrimas.

Eddy siempre quiso parecer más fuerte, pero lo cierto es que no podía negar que siempre mostró un lindo corazón ante el resto. Y era sincero, o eso creía yo.

—Pensé que habías sido tú, ella me dijo...

—Sulax es una mentirosa de mierda, Becky. Y tú le creíste. Ese día me drogaron, no recuerdo nada, no recuerdo haber hecho nada con ella —tomó aire—. Y me rompí cuando me dijiste que soy un mal amigo, cuando lo único que hice fue esquivar sus insinuaciones.

—No sabía la verdad —expuse.

—Tampoco preguntaste. Me manipuló, te manipuló. No soy el que tiene Sida, ve tú a saber quién fue —dijo con sinceridad—. Y perdí a mi amiga todos estos años por ella. Por una equivocación.

AMOR DE CINE || FREENBECKYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora