13/07/2020
Los virus son vengativos.
Despreciables.
Rencorosos.
Hago parte de ese uno por ciento de la población que tiene anticuerpos tan resistentes como un Albañil. Es una rareza para mí enfermarme, en mis casi dieciocho años de vida he visitado el hospital menos de diez veces. Tomando en cuenta el otro día que acompañé a mi novio.
Pero no todo puede ser color de rosa.
Y aquí es cuando digo: los virus son vengativos.
Cuando contraigo alguno de ellos me atacará tan fuerte como pueda, en venganza de todas las veces que no pudo, y por todos sus amigos virales que no pudieron infectarme.
No es broma cuando digo que siento que me estoy muriendo. Casi hasta puedo ver como se abren las puertas del cielo y la forma en la que San Pedro lee el expediente de mi vida y se caga de la risa.
—Si supieras tragar pastillas ya estarías mejor. Abre la boca, ya es hora de tu jarabe para la tos. —Avisa mi madre entrando a mi cuarto con una cuchara en la mano, llena de ese líquido viscoso y amargo.
Aprieto los ojos y trago lo más rápido que puedo.
—Wakala, que rico.
—Ya estás desvariando. Buscaré un termómetro, ya vengo.
¿Qué tan mortal puede ser una gripa?
Yo digo que mínimo me quedan tres días de vida. Es en estos momentos en los que la gente se arrepiente de sus pecados y pide perdón para poder ir al cielo, ¿cierto?
—Mamá —digo antes de que se vaya—. Lo siento.
Me mira extrañada y se sienta junto a mí.
—¿A qué te refieres? —Indaga.
—Es que quiero pasar los últimos días de mi vida explotando mi romance adolescente. Perdón que no sea con una mujer.
El otro día vi cierta película romántica por curiosidad y resultó terminar con un final horrible y sobrecargado de drama. ¿Cómo se les ocurre escribir un guión donde los protagonistas son separados por sus familias y uno de ellos se dispara en la cabeza debido al dolor que le hace pasar su padre?
Estaba buscando conocimiento sobre las relaciones y terminé viendo algo absurdo. En primer lugar, mi vida es mía y nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a decidir quién es bueno o malo, con quién debo salir o no, o si debo tener cierta cantidad de hijos. Nadie en su sano juicio permitiría eso.
—No seas ridículo, Lucas, ¿cuáles últimos días? Si quieres tener una relación primero recupérate y busca a alguien más adecuado para ti, ese chico de al lado me da mala espina. El resto ya veré como sobrellevarlo —. Termina. Pero su cara de "¿Qué habré hecho mal?" Aún perdura.
—¿Qué tiene de malo Lans? ¿Y qué si es un egocéntrico? ¿Y qué si le dan miedo las inyecciones? ¿Qué tiene de malo qué sea mitad elfo? ¡Eso no lo hace diferente a mi o a ti!
—¿Lans? ¿No era ese chico qué vive con su abuela? —Se calla un momento y parece repasar nuevamente mis palabras en su mente. —¿Elfo..? Traeré el termómetro.
Pero antes de que se vaya la sujeto por la mano. Esta es una conversación seria de adulto a casi adulto.
—¿Me odias? —Deja escapar un largo suspiro y las arrugas en su frente se suavizan lentamente.
—Lucas, soy tu madre. ¿Creés qué me partí la espalda trabajando solo por compromiso?, no, lo hice por ti, para que nunca te acostaras teniendo hambre. Para poder darte una educación decente... Tal vez deba meditar más sobre esa relación tuya, Peter me ayudará a entenderlo mejor, aunque me siento más tranquila sabiendo que se trata de Lans. Pero entiéndeme, mi forma de pensar pertenece a una época opuesta a la tuya, no la puedo cambiar de un día para otro, pero me esforzaré.
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Apaga las luces y enciende las estrellas
RomanceLa mayor parte de mi infancia y adolescencia la he pasado solo, sin amigos, algo que nunca me ha importado mucho, para mí: un buen libro siempre será mejor compañía que una persona. Pero nada es constante y todo cambia, ley de la vida. *** Aún no lo...