33. Sin límites

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09/08/2020

Debo fingir demencia y esperar a que se vaya, porque, por más que lo intente, me es imposible abrir los ojos. Solo lo pude hacer por un instante que me sirvió para ver la hora en la alarma.

Cinco y cuarenta de la mañana.

¿Cómo se le ocurre a mamá qué tendré la fuerza de voluntad para levantarme a esta ahora?

—¡Lucas, despierta! —Insiste del otro lado. Ha de haberse vuelto loca.

—¡¿Lucas, ya te estás levantando?! ¡¡Rápido!! —Continúa, levantando cada vez más su tono de voz.

Cubro mis oídos con la almohada y relajo mis ojos, no tengo pensado hacerle caso... Ya después me disculparé.

—¡¡¡Hay una ambulancia en la calle, Lucas!!!

Entonces me asusté, el sueño se esfumó y las sábanas se despegaron de mi cuerpo, salté de la cama y como pude abrí la puerta, alarmado.

—¿Le pasó algo a Lans, mamá? —Pronuncié como pude.

Me escudriñó de los pies a la cabeza y negó con la cabeza, logrando que mi pecho agitado se calmara un poco, pero no lo suficiente.

—¿Entonces? ¿Por qué me llamas a esta hora? Mamá... —Me callo y escucho el ruido típico y estruendoso de las ambulancias. Se escucha demasiado cerca.

Sin esperar a la respuesta de mi madre bajo las escaleras y me asomo por la ventana.

—No es Lans, es él otro chico. Parece que algo pasó, ve a ver si necesita ayuda. —Ordena mamá desde atrás.

—Mami, escucha, apenas y lo conozco, ¿crees qué debería de meterme en sus asuntos? Además, creí que no te agradaba.

—¡¿Qué clase de mujer crees que soy?! Sí, es verdad, me asustó que llegases a tener una relación sentimental con él, pero mira la situación que está pasando afuera, soy un ser humano, ¿acaso no puedo tener compasión por otros? ¿Acaso no tienes sentimientos?

—¿Entonces porqué no vas tú? —No debería de estar diciendo esto, pero mi sentido del peligro a esta hora no funciona.

—¡¡¡Lucas!!! Contaré hasta tres y cuando vaya por dos te quiero ver afuera —entonces la señal de peligro llegó a mi cerebro, tarde, pero no demasiado.

—... Bien.

De mala gana y, arrastrando los pies salgo y busco al hombre más alto de la ciudad, qué, casualmente sobresale por encima de la multitud. Con una expresión triste que antes nunca había visto en él y su rostro hundido en lágrimas. Entonces siento lo que mamá afirmó haber sentido.

Acelero mis pasos hasta llegar a su lado, no tengo palabras de consuelo, pero aún así, poso mi mano en su hombro para que note mi presencia, al hacerlo, voltea hacía mí y deja escapar un largo suspiro seguido de más lágrimas.

Estoy inmóvil, y aún más cuando se gira por completo y deja caer su cabeza en mi hombro, buscando un consuelo que, probablemente yo no le pueda dar, aún así, y contra todo pronóstico, enrosca sus grandes brazos alrededor de mi cintura y siento como lentamente va perdiendo la fuerza en su cuerpo.

—Lo siento —es lo único que puedo y se me ocurre decir. Los hombres de la ambulancia terminan lo que sea que estaban haciendo y luego se marchan, según lo que logré escuchar a lo lejos de uno de ellos, la abuela de Cierot murió cuando le estaban dando los primeros auxilios en el vehículo.

—Oh Dios, pobre niño —masculla mamá inclinándose a su lado, acariciando su cabello en crecimiento.

—Mamá, ¿qué hago? —Susurro lo más bajo posible, en vano, porque obviamente puede escucharme, aunque no reaccione a mis palabras un tanto insensibles.

Apaga las luces y enciende las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora