24. Él que me debe soportar

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24/05/2020

Tengo dos noticias, una mala y la otra peor.

Esta madrugada en medio de la discusión no aguanté más la presión y, como enviado por Satanás, pasó un taxi al cual no dudé en parar y subirme a el para regresar a casa, así que no sé cómo terminó esa conversación.

La otra noticia es que no sabré cómo terminó todo por un largo tiempo. Cuando llegué a casa y entré a mi habitación, el diablo en persona me estaba esperando, luciendo como mi madre y dándose el lujo de castigarme por dos meses. Sin aparatos eléctricos (como ella les dice), sin visitas de amigos y sin salir a la calle, obviamente.

Antes no me habría importado, pero ahora tengo vida social y esas cosas, ¿sabes? Inclusive puedo darme el lujo de decir que tengo a un pretendiente con altas posibilidades de ser algo más.

Lo que Lucy no sabe es que ese chico es más astuto que un ladrón —político—, y si tiene su tabla, me tiene a mi también ¡Ja!

El problema sería que de la nada (como acostumbra) se pusiera a escuchar a escondidas, pero eso es poco posible que pase, y todo gracias a esa nueva amiga suya que fuma y le da trabajo.

Sin muchas opciones y, tratando de dejar a un lado la procrastinación, entro a la cocina y reviso si hay ingredientes para hornear algunos pastelitos, pero me detengo al segundo luego de escuchar el timbre de la puerta principal y, sin siguiera haberlo visto, se que se trata de Cris, él único que se digna a presionar ese botoncito en lugar de darle golpe tras golpe a la pobre puerta de madera.

Asomo la cabeza en modo espía encubierto y pongo atención a lo que le dice mi madre.

—Lo siento, cariño, Lucas está castigado, regresa dentro de dos meses.

Él podría pensar, ¿dos meses? Eso es demasiado, seguro está exagerando para asustar al pobre de Lucas, ninguna madre castigaría por tanto tiempo a su hijo..., pues mi mamá es virgo con ascendente en escorpio. Es capaz de eso y mucho más.

Trato de leerle los labios a Cris, pero mis habilidades de chismoso no dan para tanto, solo veo como se sorprende, suspira y luego se despide para irse.

¡Adiós vida social!

Quiero llorar.

Sumido en mi miseria y sin ganas de hacer nada ya, subo a mi habitación, siendo mis funcos la única compañía que me queda, ¿me vería cómo un desquiciado si me pongo a hablar con ellos?

Bueno, he llegado más bajo que eso, pero paso por hoy.

Es mejor molestar a la persona que me tiene que soportar por dos meses.

Acto seguido abro la ventana y, para que no me descubra la extremista de mi madre, en vez de gritar su nombre, lanzo bolitas de papel a su ventana. Las cuales no demoran en surtir efecto.

—¿Ya me extrañas? —Es lo primero que dice al verme, luciendo una camiseta amarilla más brillante que el sol, y su sonrisa, que resplandece aún más.

—Te parecerá raro escuchar esto, pero sí, me muero del aburrimiento, es más, hasta estoy dispuesto a jugar al ajedrez en la liga de ancianos.

Aunque me parezca aburrido, si es una actividad fuera de casa y pudiera, sin duda alguna lo hiciera.

—¿Y tus amiguitos? —Pregunta, con un inusual tono sarcástico en su voz.

Aunque me de vergüenza admitirlo, debo ser sincero ante todo.

—Estoy castigado. Sin celular, sin amigos y sin salir.

Asiente, luciendo extrañamente feliz.

—Que bueno que no soy tu teléfono ni tu amigo.

Apaga las luces y enciende las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora