Extra

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—¿De verdad, Eros?— me aguanto la risa para no cabrearlo más.

Sigue mirándome serio, con los brazos cruzados y poniendo morritos de cachorrito, como si le hubiera hecho algo malísimo.

—Es que no me lo puedo creer... no pensaba que fueras a hacerme esto tan rápido.— dice decepcionado.

—¿El qué?

—Enamorarte de otro sin ni siquiera exprimir nuestra relación, muy feo por tu parte.

Exploto en carcajada.

—¿En serio, amor?

—Sí.— asiente serio.

—No me lo puedo creer.— me llevo una de mis manos a la cabeza e intento no reírme. —No puedo creer que estés celoso de tu propio hijo.

—Pues sí, lo estoy ¿y qué?— me mira a los ojos frunciendo el ceño. —Está pequeña cosa me está robando el tiempo con mi mujer, siempre llora parece que lo hace aposta para que lo cojas en brazos todo el día.

—Es un bebé, amor.

—Yo también soy un bebé.— pone pucheros. —También necesito teta y me la has quitado a mí para dársela a él.

Tras varios minutos de intento por no reírme, vuelvo a explotar en una carcajada sonora.

Me acerco a él a pasos agigantados y rodeo su cuello con mis brazos mientras hago que nuestros labios se rocen.

—Me encantas ¿lo sabes?

—No me digas estas cosas.— sus manos bajan a mi cintura y me pega a él con brusquedad. —Estoy intentando parecer enfadado.

—¿Y por qué no puedo decírtelas?— murmuro bajo de forma provocativa y tiro suave de su pelo sonriendo.

—Porque no es justo, si quiero parecer un hombre serio no puedo mantener la compostura si me tocas y me hablas de esta manera. Me pones loco.

Miro hacia la cuna de nuestro hijo que descansa plácidamente en ella, vuelvo a girar mi rostro hacia la de Eros y estampo mi boca con la suya en un beso apasionado, no puedo decir que no echaba de menos sus besos, sus caricias... 9 meses de embarazo ha sido demasiado para los dos.

Eros me agarra de las piernas montándome encima de él y me coloca en la mesa sin dejar de devorarme a besos, rodeo mis piernas en su cintura atrayéndolo hacia mi a la vez que me restriego, desesperada, por su erección.

Agarra mi cuello enredándolo entre sus dedos a lo que yo respondo con una sonrisa traviesa.

—¿Cuánto tenemos?— murmura agitado cerca de mis labios.

—Media hora.— consigo responder.

Gruñe.

—¿Solo? bueno... está bien.— aprieta sus dedos contra mi cuello. —Entonces tendremos que aprovecharla, pelirroja.

—¿Y a qué estás esperando, Eros Milton?

Besos en Enero Donde viven las historias. Descúbrelo ahora