AY DIOS

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Chloe

Rodeo el cuello fuerte y musculoso con los brazos, me pongo de puntillas y cubro sus labios con los míos. Ben (¿o era Ken?) pierde la rigidez inicial enseguida y me devuelve el beso. Coloca sus manos grandes en mi cintura con un movimiento fluido y sólido y me atrae más a él.

Mordisqueo su labio inferior con ganas y me froto contra su entrepierna cuyo amago de erección ya es evidente a través de la ropa.

Es sábado por la noche, acabamos de tomarnos una copa rápida en un bar hawaiano y al salir por la puerta he decidido dar el primer paso.

Ben (o Ken) y yo nos conocimos por Tinder ayer y después de una conversación subida de tono quedamos para vernos hoy. Ambos sabemos muy bien lo que esperamos de este encuentro: sexo. Sexo duro, salvaje, del que te hace sudar bajo las sábanas y te dibuja una sonrisa satisfecha en los labios al acabar.

—Has dicho que vivías cerca —ronroneo.

—A diez minutos. —Sus manos descienden de mi cintura a mi cadera

—. Si nos damos prisa quizás sean cinco.

—Hagamos que sean tres.

Le como la boca como adelanto de lo que le espera cuando lleguemos a su casa. Su erección aumenta de tamaño. Nuestras respiraciones se aceleran. Dejamos de besarnos y nos miramos a los ojos. Los de Ben (o Ken) están oscurecidos.

—Venga, vamos. Es por aquí. —Su voz suena ronca.

Echamos a andar por la avenida repleta de edificios de acero y cristal que se alzan sobre nosotros hacia el cielo nocturno. Manhattan nunca duerme.

No nos cogemos de la mano. Esto no va de eso.

La anticipación calienta mi estómago mientras recorremos a pie las calles concurridas.

Nos detenemos en un semáforo en rojo. Nos miramos impacientes, con las ganas contenidas.

En medio de este intercambio de miradas me fijo en un chico que, a pocos metros de nosotros, está haciendo un grafiti en la pared de un edificio. Tiene varios botes de pintura en espray a sus pies y sostiene otro entre las manos. La capucha de una sudadera granate cubre su cabeza y viste unos vaqueros holgados que caen por su cintura exhibiendo la cinturilla de los calzoncillos. Su fisonomía me es familiar y en ese recorrido visual mis ojos tropiezan con sus deportivas.

Se me hiela la sangre al instante.

Las deportivas que lleva son unas Vans customizadas. Puede que en la distancia no pueda apreciar el dibujo con todos sus detalles, pero los intuyo. Son edificios.

Un nudo de ansiedad me atenaza la garganta. Conozco la persona que customizó esas Vans.

Entre Leyes  y Pálpitos  (Libro 3: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora