Will
Como cada viernes por la noche estoy sentado alrededor de la mesa de la casa familiar. Estamos los MacKinnon al completo. Papá y el abuelo han servido un montón de comida de aspecto delicioso repartida en fuentes de diversos tamaños. Los viernes siempre resultan un poco caóticos con tanta gente en la mesa incapaz de esperar su turno para hablar, pero es mi día favorito de la semana. Los MacKinnon somos familiares y nos gusta pasar tiempo juntos pese a que nuestras conversaciones suelen ser un tira y afloja constante en el que todos queremos llevar la razón. Se nota que somos abogados y que odiamos perder una batalla verbal.
A pesar de que está resultando una velada agradable, que Faith ha intercambiado conmigo una frase entera desde nuestra llegada con su sujeto y predicado y todo y que Claire acaba de enseñarnos la última ecografía del bebé que crece en su barriga, no acabo de sentirme bien. Me falta algo... Miro el hueco donde Chloe y Rider suelen sentarse cuando vienen. Ya hace dos viernes que se saltan esta cena. No es típico de ellos; en los últimos tiempos nos han acompañado casi siempre. Cuando le pregunto a Lucy por su ausencia, ella se limita a encogerse de hombros y decir que no lo sabe, que simplemente le ha dicho que estaba ocupada. ¿Estará evitándome? No es típico de Chloe, pero no sé.
Ya hace dos semanas desde nuestro encuentro embarazoso en el bar del hotel donde supuestamente habíamos quedado para conocernos. He tenido todo este tiempo para gestionar lo ocurrido y sigo teniendo sentimientos ambivalentes al respecto. Por un lado, me avergüenzo muchísimo de haber tenido ciertas conversaciones con Chloe sin saber que era ella. He revisado los mensajes de la app estas últimas semanas y... Dios, parecía un puto pervertido necesitado de sexo. Normal si tenemos en cuenta que no me acuesto con una mujer desde hace eones. Por el otro... por el otro, no dejo de pensar en ella, de una forma poco adecuada dadas las circunstancias, porque Chloe es la mejor amiga de mi cuñada y se ha integrado en esta familia como un miembro más. Tener una aventura con ella haría que todo se volviera raro y no quiero arriesgarme a perturbar el frágil equilibrio del ecosistema en el que vivimos los MacKinnon. Además, ya tuvo un lio con Jayce en su día y la cosa desde entonces está tirante entre ellos. No quiero complicar más la situación, por mucho que la atracción que siento hacia ella haya crecido tanto hasta el punto de volverse físicamente dolorosa.
Cuando la cena termina, todos ayudamos a quitar los platos y servir los postres junto a los cafés y el alcohol. Claire se ha tumbado en el sofá adormilada y Oliver la atrae hacia así, colocando la cabeza sobre su hombro y acariciándole el cabello rubio con cariño. Sonrío y recuerdo cuando Layla estaba embarazada. Ella también se pasó todo el embarazo cansada y muerta de sueño. Fue una etapa dulce, bonita, expectante. Por aquel entonces creí que lo nuestro duraría para siempre. La quería, y ella me quería. Entonces era demasiado idealista para creer que un matrimonio no tiene por qué durar toda la vida y que el amor puede terminarse cuando menos te lo esperas, a veces, incluso, sin un motivo de peso aparente.
En la mesa quedan Lucy, Aiden, Faith, Jayce, papá y el abuelo. Falta Dean, quién ha vuelto a aparecer por Nueva York sin avisar y quién parecía muy preocupado esta noche. Lo busco por la casa; al no encontrarlo por ningún lado, salgo al exterior. Ahí está, sentado sobre el primer escalón del porche, desafiando el frío de la noche neoyorkina sin abrigo. Sujeta un móvil sobre su cabeza y al acercarme reconozco a Sally al otro lado de la pantalla. Sally, la vecina de al lado. La mejor amiga de mi hermano desde siempre. Están hablando por videollamada. Al escuchar la puerta ceder a mi paso, Dean se da la vuelta y me mira.
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Entre Leyes y Pálpitos (Libro 3: Saga Vínculos Legales)
RomanceMe llamo Chloe Graham y dejé de creer en los finales felices el día que mi madre murió y tuve que asumir la tutela de mi hermano pequeño, ahora convertido en un adolescente huraño y conflictivo. Tampoco creo en las princesas encantadas. Al menos, yo...