¿Me hago querer?

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Chloe

Decir adiós a los «chalecos naranjas» no es nada fácil. Después de varias semanas dedicando los fines de semana a limpiar Central Park con este grupo variado de gente me siento un poco triste. Voy a echarlos de menos. Sobre todo a Molly. Detrás de ese aspecto amenazador, Molly es una gran persona. Su mala leche y su perpetuo ceño fruncido es la fachada que usa para protegerse de un mundo que ha sido muy hostil con ella. Proviene de una familia desestructurada, vive en un mundo donde el consumo y el tráfico de drogas es lo común y sus relaciones amorosas suelen ser un fiasco tras otro. Si yo hubiera tenido tan mala suerte en la vida supongo que también me mostraría enfadada todo el tiempo.

Sin embargo, en este momento, frente al camión de limpieza en el que guardamos los utensilios, Molly me mira con los ojos vidriosos y cara de perrito abandonado. Kylie y Ellie, las mellizas, a las que también he llegado a coger cariño estas semanas, hacen pucheros a su lado.

—Los fines de semana no van a ser los mismos sin ti —dice Molly.

Evita mi mirada, avergonzada por mostrarse emocionada.

—¿No podrías pintar otro grafiti para que amplíen tu cupo de horas de trabajo comunitario? —pregunta Kylie, tocándose la coleta con un mohín.

—Eh... bueno, creo que con mis antecedentes en lugar de eso me encerrarían en prisión, así que voy a evitar correr el riesgo. Si llevar un chaleco naranja es horrible, imaginaos lo que supondría tener que ponerme un mono de ese color a diario.

Kylie y Ellie se estremecen ante semejante idea y asienten comprensivas.

Poco a poco, el resto del grupo va acercándose al camión para dejar todos los instrumentos de limpieza. Mark Harrison es el último y como

siempre dedica unos minutos para hacer inventario, comprobando que a nadie le haya dado por quedarse con unas tijeras podadoras o unas pinzas largas «recogebasura». Después de eso, en lugar de su habitual «hasta la semana que viene» seguido de un «portaos bien» y «no hagáis nada ilegal», nos pide que esperemos un segundo, va hacia la parte delantera del camión, abre la puerta del conductor y saca una bolsa de papel de dentro. Lo miro con las cejas alzadas a medida que se acerca, aunque estas se alzan aún más cuando me tiende la bolsa.

—¿Es para mí? —titubeo.

Mark asiente y yo abro la bolsa. Dentro hay una tela naranja que me suena mucho. La cojo entre las manos y una carcajada escapa de mi garganta al ver que se trata de un chaleco naranja lleno de lentejuelas, muy parecido al que decoré hace unas semanas.

—¿Y esto? Pensé que los chalecos eran propiedad del Estado y que no se podían modificar —le pincho, recordando lo mucho que me regañó en su día por ponerle lentejuelas al mío.

—Y no se pueden, pero este tenía una pequeña tara e iba a ser destruido, así que pedí permiso en administración para quedármelo.

—No me digas que las has cosido tú —digo, haciendo referencia a las lentejuelas.

Entre Leyes  y Pálpitos  (Libro 3: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora