¿Cómo dejé que esto sucediera?

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Will 

Chloe se ríe frente a mí por algo que he dicho y los músculos de mi estómago se contraen.

Al final, después de andar un rato por las calles del Distrito Financiero, hemos terminado entrando a un pequeño restaurante japonés cuyos platillos de comida circulan por una cinta circular parecida a la que usan en los aeropuertos para transportar las maletas. Es un restaurante de bufé libre, uno de esos que está pensado para los ejecutivos que trabajan en la zona y que te dejan comer todo lo que quieras por el módico precio de 30 dólares, bebida incluida.

Hace rato que hemos llegado y en nuestra mesa ya se ha acumulado una torre de platillos con el sushi que Chloe y yo hemos devorado. Me gusta que Chloe sea una mujer con apetito. Layla siempre fue de comer poco, y las mujeres con las que he salido tras el divorcio se esfuerzan tanto por mantener las apariencias que apenas prueban bocado cuando salimos por ahí. Chloe no es así. Se nota que disfruta comiendo, algo que ya sabía de antes. Cuando aparece en alguna de las reuniones familiares de los MacKinnon come como si fuera un luchador de sumo. Aiden la llama «la aspiradora humana» porque es capaz de acabar con todas las sobras que hay sobre la mesa ella sola y, a pesar de eso, siempre le queda espacio para el postre. A papá le encanta que venga, dice que da gusto ver comer así a alguien. No le quito razón, aunque a veces me pregunto cómo es posible que Chloe tenga un cuerpo tan espectacular con la cantidad de comida que ingiere.

El punto es que hacía mucho tiempo que no salía a cenar con una mujer y me lo estoy pasando bien. Muy bien. Más de lo esperado. Cuando le he propuesto a Chloe que me invitara a cenar lo he hecho para animarla, pues

parecía hecha polvo por lo de Rider. No pensé que, además de eso, disfrutaría tanto de su compañía.

Chloe sigue riéndose porque entre el vino de hace un rato y el sake que ha propuesto que bebamos ahora estoy un poco achispado y me ha dado por contar anécdotas patrocinadas por los hermanos MacKinnon. Después de contarle un episodio un poco comprometido con una Drag queen, una piña y un erizo como participantes, paso a explicarle el viaje que hice con mis hermanos a Las Vegas cómo despedida de soltero. Digamos que fue un viaje inolvidable en muchos sentidos, sobre todo, porque, en lugar de coger un avión, fuimos en coche.

—Creo que desde esa ocasión nunca hemos vuelto a ir los cinco juntos en un mismo vehículo. Fue una experiencia espantosa —digo riéndome también ante el recuerdo que me sobreviene—. Además, nos pasó de todo. Recuerdo que llegando a la ciudad de Las Vegas tuvimos un pinchazo. Llevábamos rueda de repuesto y pudimos cambiarla sin problemas, pero, al terminar, no encontrábamos las llaves por ningún sitio. Nos pasamos por lo menos media hora buscando las llaves del coche por todas partes, hasta que uno de nosotros, creo que fue Jayce, vio que las llevaba en la mano.

—¿Cómo no te diste cuenta? Me encojo de hombros.

—Yo creo que fue por el cansancio. Llevábamos ya casi 40 horas de conducción por turnos, hacía un calor asfixiante, se nos estropeó el aire acondicionado de camino y solo queríamos llegar de una puñetera vez al hotel para coger la cama y descansar. Fíjate que estábamos tan mal que cuando subimos al fin al coche para marcharnos de ahí, nos dejamos a Dean fuera y tuvimos que regresar a por él más tarde, cuando alguno de nosotros se dio cuenta de que no estaba dentro. El pobre se había quedado dormido en una zanja.

Entre Leyes  y Pálpitos  (Libro 3: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora