Cosas que no necesito saber

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Will 

Cuando Chloe dice mi nombre soy incapaz de reaccionar. Mi cerebro estáintentando asimilar la situación. En un principio mis pensamientos vuelande un lado al otro creando hipótesis que expliquen el motivo por el queChloe está aquí, en el mismo lugar en el que yo he quedado con mi cita. Nosé cuánto tardo en comprenderlo, solo sé que cuando lo hago la verdad caesobre mí de forma fulminante, como si se tratara de un rayo. Chloe esCleopatra, mi cita de hoy, la mujer con la que llevo tres días hablando porTinder. 

Joder. 

En mi cabeza se suceden a toda velocidad los mensajes que hemosintercambiado estos días. Mensajes... guarros, explícitos, obscenos. Es loque tiene el anonimato: da alas. Te da una falsa sensación de seguridad quete hace bajar la guardia y cometer errores. Dios... Me he masturbado másveces de las que soy capaz de contar con los dedos de las dos manospensando en la chica de Tinder. No puedo creer que la chica de Tinder seaChloe. 

¿Cómo es posible que de todas las mujeres de Nueva York yo hayacontactado nada más y nada menos con ella? 

—Ay, Dios. Ay, Dios. —Chloe se tapa la boca con las manos—. Dimeque no eres «Highlander NY». 

—Um. 

—¡Lo eres! —Ahora usa las manos para taparse los ojos—. Esto es...esto es... 

—¿Una catástrofe de proporciones épicas? —pregunto yo frotándome elentrecejo para aliviar la tensión que me sobreviene de golpe. 

—Yo iba a decir una putada enorme, pero supongo que eso tambiénvale. 

El camarero nos interrumpe para preguntarle a Chloe si quiere tomaralgo. Chloe me mira como si estuviera pidiéndome permiso para hacerlo yyo sacudo ligeramente la cabeza en una especie de asentimiento quepretende decir: «Llegados a este punto, al menos tomemos una copa». Pideun Martini y ocupa el taburete que hay a mi lado. 

Durante unos segundos permanecemos en silencio, incapaces demirarnos. Estamos... cortados. Lógico por la situación inverosímil yabsurda que se ha creado entre nosotros. Ella da un pequeño sorbo alMartini cuando el camarero se lo sirve y, tras soltar una gran bocanada deaire, gira un poco el taburete hacia mí para mirarme. Yo hago exactamentelo mismo. Nuestros ojos se enredan durante unos segundos en un nuevo eincómodo silencio. 

Chloe abre la boca como si quisiera decir algo. Luego la cierra. Lavuelve a abrir. Y la vuelve a cerrar. Tras un resoplido, se humedece loslabios y esboza una pequeña sonrisa mordaz. Su sonrisa es contagiosa yacabo sonriendo yo también. 

—William MacKinnon, ¿desde cuándo usas aplicaciones para ligar? 

—Pues... es algo nuevo. La noche en la que hablamos fue mi primeravez en Tinder. 

Ella asiente despacio, sin apartar sus ojos de mí. 

—Me sorprende que accedieras a conocernos sin saber mi nombre parapoder comprobar mis antecedentes penales de antemano. 

Me río entre dientes. 

—Bueno, creí que si yo te pedía el nombre debería darte el mío y noquería... descubrirme. Ya sabes que los MacKinnon estamos en el ojo delhuracán mediático. No quería que mi perfil de Tinder acabara en portada dealguna revista sensacionalista. —Le guiño un ojo. 

—Pero ¿no te parece peligroso quedar con alguien cuyo nombredesconoces? ¿Y si llego a ser una asesina en serie? —Chloe chasquea laboca de forma teatral y yo me río de nuevo, porque me reconozco en suspalabras. Yo le dije algo similar la noche en la que pagué su fianza. 

—Iba a preguntarte el nombre ahora y a buscarlo en el registro policialal que tengo acceso desde el móvil antes de quedarme a solas contigo,Cleopatra. 

Entre Leyes  y Pálpitos  (Libro 3: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora