200 dólares

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Chloe 

Cuando salgo por la puerta de los grandes almacenes junto a Rider, lo hago con el estómago revuelto. Por lo visto, esta tarde, mi querido hermano adolescente, ha intentado robar unas gafas de sol valoradas en 200 dólares. Obviamente no lo ha conseguido; la alarma ha empezado a sonar en la salida. Hemos tenido suerte y el agente de seguridad lo ha dejado marchar sin interponer una denuncia a la policía, aunque para que lo hiciera he tenido que pagar los dichosos 200 dólares de las dichosas gafas de sol.

Los grandes almacenes están ubicados en el complejo comercial Bookfield Place, en el Distrito Financiero de Manhattan. Will, que estaba conmigo cuando he recibido la llamada, se ha ofrecido a llevarme y luego ha insistido en esperar fuera por si necesitaba ayuda legal. No ha hecho falta, por suerte, y, al salir, nos lo encontramos apoyado sobre una de las columnas que sostienen el techo abovedado y acristalado del recinto. Un sentimiento de alivio me recorre la espina dorsal cuando mis ojos tropiezan con los suyos. Will transmite calma y seguridad, que es justamente lo que necesito en este momento de angustia. Con una sonrisa tranquilizadora, se acerca a nosotros.

—¿Qué hace este aquí? —pregunta Rider, tras lanzarle una mirada desganada.

Este tiene un nombre, se llama Will. —Sí, es la primera vez en mucho tiempo que lo llamo Will y no William, pero la situación lo requiere—. Estaba con él cuando he recibido la llamada del agente de seguridad. Él me ha traído.

—Genial, a ver cuánto tarda en decirle a todos los demás que soy un delincuente. —Resopla.

—No tendrías ese problema si no te comportaras como uno.

Me mira ofendido.

—No soy ningún delincuente.

—¿Ah, no? ¿Y cómo llamarías tú a una persona que entra en una tienda y se lleva algo sin pagar?

—Iba a devolver las putas gafas de sol luego. Yo solo quería demostrar a mis colegas que podía hacerlo. Me retaron, no podía quedar como un miedica.

Alzo las cejas, empezando a comprender la situación. ¿Rider ha venido aquí con sus amigos? Últimamente anda con una banda de chicos que no me gustan nada. Son compañeros suyos del insti y, desde que va con ellos, se ha convertido en un pseudo macarra que intenta sobrepasar los límites de forma constante.

—Quiero que dejes de ver a esos chicos, Rider. Desde que vas con ellos no dejas de meterte en problemas.

Él me mira con los ojos entornados.

—Son mis amigos, no voy a dejar de verlos porque tú lo digas.

—¿Tus amigos? —Niego con la cabeza amargamente—. ¿Y dónde están tus amigos ahora? Seguro que te han dejado tirado el de seguridad te ha pillado con las manos en la masa.

Rider tensa con fuerza la mandíbula. He dado en el blanco y eso le jode.

Entre Leyes  y Pálpitos  (Libro 3: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora