¿Embarazada?

240 10 0
                                    

Chloe

Siempre sentí un interés especial hacia la moda. Recuerdo que de muy pequeña me pasaba horas vistiendo y desvistiendo a mis muñecas en busca de la combinación ideal. Incluso diseñaba mis propias creaciones con retales de tela o pañuelos de papel desechable. Con los años, aquel interés fue creciendo y transformándose, convirtiéndose en una constante en mi vida. Me gustaba elegir mi propia ropa, incluso ayudar a mamá a comprarse la suya, y coleccionaba revistas de moda como Vogue o Marie Claire cuyas fotos recortaba para poder crear en mis libretas mis propios conjuntos. De adolescente me convertí en la estilista personal de todas mis amigas. Era la persona a la que todas querían llevarse de compras. Fue fácil para mí elegir una carrera al terminar el instituto. Quería estudiar estilismo y hacerme un hueco en el mundo de la moda. Y con constancia y perseverancia, lo conseguí. Logré una beca en el Fashion Institute of Techology de Nueva York, donde estudiaron grandes de la moda antes como Carolina Herrera o Calvin Klein. Al acabar los estudios trabajé con diseñadores, estilistas que se creían divas e influencers que me pagan una miseria por crearles un estilo propio, hasta que un día recibí una llamada de Pink Ladies para ofrecerme un puesto como becaria en el departamento de Estilismo. Dos años más tarde conseguí un ascenso como estilista principal.

Hasta hoy.

Sacudo la cabeza intentando centrar los pensamientos. Estoy en el despacho de Avery Keaton, junto a Eli, mostrándole las fotos que hemos seleccionado del reportaje fotográfico que hicimos la semana pasada con mis chicas de los «chalecos naranjas». Han pasado casi tres semanas desde que le presenté la idea y el resultado ha sido... impactante. Está mal que lo diga yo, pero es que es así. Son fotos de mujeres normales, con sus defectos

y sus virtudes, mujeres con cuerpos reales, ojeras y cicatrices provocadas por vidas imperfectas y complicadas. Me llevó mucho tiempo elegir una combinación de ropa para cada una de ellas. Sobre todo para Molly, a quién tuve que sobornar con una cena gratis en su restaurante preferido para que accediera a aparecer en el reportaje. Como escenario elegí un edificio abandonado y en ruinas que le daba al conjunto un aspecto más sobrecogedor. Sobre la ropa de las chicas, un chaleco naranja, con todo el significado que esa prenda de ropa entraña.

Como título del reportaje: «Invisibles».

—Chloe, esto es... —Avery sube la mirada de las fotos para fijarla en mí—. Increíble. Me gusta todo. El escenario, la ropa, las modelos y el significado.

—¿De verdad?

Avery asiente y acompaña ese movimiento con una sonrisa.

—De verdad. Estoy deseando mandarlo a imprenta. Enhorabuena. — Suelto el aire que estaba conteniendo sin darme cuenta y comparto una mirada con Eli, que me guiña un ojo—. Sin embargo, hay algo que quiero pedirte.

—¿El qué? —pregunto visiblemente nerviosa, porque a estas alturas no estoy segura de que pueda hacer muchos cambios.

—Que descanses. —Me dedica una mirada preocupada—. No tienes buen aspecto. ¿Te encuentras bien?

—Ah, eso —digo zarandeando la mano para restarle importancia—. Llevo unos días con el estómago un poco revuelto, nada más —miento, pues mi malestar va un paso más allá. Llevo una semana cansada, sin ánimos para nada y especialmente sensible, pero no quiero mostrarme vulnerable y débil frente a Avery, que debe ser por mucho la mujer más fuerte y vital que conozco.

Avery ronda los cincuenta, aunque parece mucho más joven gracias a su forma de vestir y ese peinado corto y moderno que le enmarca el rostro. Además, la admiro muchísimo, ya que consiguió reconvertir una revista que se había quedado desfasada en otra que se salta del todo los esquemas tradicionales de este tipo de publicaciones. Sé de sobras que en otra revista del mercado, nunca hubieran aceptado un reportaje fotográfico como el que yo he hecho.

—Te has esforzado mucho estas últimas semanas. Has trabajado duro y ahora estás exhausta. Deberías tomarte el resto de la semana como descanso.

Abro mucho los ojos, incrédula.

—¿Qué? Pero hay que acabar de maquetar las fotografías con el texto y...

—Eso puede hacerlo el resto del equipo. Si vas a ocupar el puesto de Eli como estilista jefe, tendrás que aprender a delegar, de lo contrario vas a acabar quemada antes de que acabe el año.

La miro estupefacta.

—¿Eso significa que...?

—Eso significa que acabas de ganarte un ascenso.

Suelto un gritito de emoción, empiezo a saltar sobre el sitio y abrazo a Eli que se ríe contra mi pelo. Avery me mira con una sonrisa.

—Prometo dar mi mejor esfuerzo, Avery.

—De acuerdo, pero que sea a partir del lunes. Ahora lo que quiero es que te vayas a casa y descanses. Tómate la semana libre y coge fuerzas para lo que viene.

Le aseguro que lo haré, recojo las fotos y salgo del despacho sintiendo que estoy flotando en una nube. Eli me propone celebrarlo con uno de esos cafés dulzones con especias de calabaza que tanto me gustan y yo acepto. Nos acercamos a nuestra cafetería preferida y nada más cruzar la puerta de entrada noto como el aroma del café aumenta mi malestar estomacal. Ignoro esto, incluso ignoro la náusea que me golpea la garganta cuando cojo el vaso de cartón con mi nombre garabateado en rotulador negro y el aroma especiado penetra mis fosas nasales.

Nos sentamos en una de las mesas libres, sonrientes y satisfechos, chocamos nuestros vasos de cartón como quién brinda con cava por algo importante y me llevo el mío en la boca.

Joder, pero qué puto asco.

Hago una mueca con la boca y noto una nueva náusea ascender hasta la base de mi boca.

—¿Qué te pasa? —me pregunta Eli frunciendo el ceño.

—Creo que le han echado algo raro a mi café. Sabe a rayos.

Eli alza las cejas extrañado, me pide permiso para probar el café y tras dar un sorbo, parpadea.

—Pero si está rico.

Entorno los ojos, recupero el café y le doy un nuevo sorbo. Una arcada me sobreviene cuando trago. Dios, ¡pero sí sabe fatal! ¿Cómo puede ser que Eli no lo note? Hago una mueca de repelús y lo aparto lejos de mí. Las náuseas parecen haberse multiplicado.

—Pues debo haber pillado algún virus que me ha atrofiado el sentido del gusto, porque el café me sabe a estiércol.

Tras mis palabras Eli me observa en silencio. Un silencio que se prolonga demasiado en el tiempo.

—Chloe.

—¿Qué?

Un nuevo silencio. Luego:

—No estarás embarazada, ¿verdad?

Entre Leyes  y Pálpitos  (Libro 3: Saga Vínculos Legales)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora