35 Punto final

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A estas alturas no negaré que me invade el terror de lo que sea que me aguarda. Camino temblorosa, tratando de controlar el miedo que me provoca ver a Albert caminar frente a mí, decidido, imponente, autoritario, sin miedo.

Nos dirigimos a un área restringida del lujoso restaurante. Las personas no parecen prestarnos atención; se encuentran sumergidas en sus conversaciones, las cuales, para ser sincera, no me importan. Sin embargo, desearía estar en su lugar, sentada en cualquiera de una de esas mesas, degustando la especialidad del chef y disfrutando una deliciosa cena que no le concierne a nadie; excepto a mí y mi acompañante.

Los entiendo. En su lugar, no prestaría atención a un par de individuos que se dirigen al fondo del restaurante.

Llegamos a un pasillo estrecho que dirige a una puerta doble donde aguarda uno de sus hombres. Al vernos aproximar, abre una de las puertas dejándonos el paso libre para entrar. Lo dedico la mirada más desafiante que tengo, momentos después, el clic que hace la puerta al cerrarse, me hace sentir escalofríos.

Continuamos por otro pasillo que lleva a unas escaleras que descienden y por las cuales se encamina Albert. Lo sigo con el corazón tan acelerado que, podría asegurar delatarme, debe escucharlo y eso me hace sentir pequeña, porque solamente lo cerciora de que tengo miedo.

Llegamos hasta un cuarto frío, cruzamos una cortina de tiras gruesas de plástico, la temperatura no está tan baja, pero sí se percibe más frío que afuera y únicamente me queda aguantar.

Lo más extraño en este lugar, es que no hay alimentos. Está completamente vacío, excepto por dos escoltas que no conozco, pero deben trabajar para Albert. Se hacen a un lado de la puerta y cruzamos otra cortina plastificada.

Las piernas comienzan a temblarme, y el frío que hace un momento me helaba ligeramente, se disipa dando lugar a un calor en mi cuerpo.

Hay una mesa metálica enorme en el centro del lugar, y sobre esta, encuentro a un Samuel casi irreconocible; atado de pies y manos, con la cara hinchada y manchada de sangre seca, causa de múltiples golpes. Parece estar inconsciente porque no se mueve.

En un rincón se encuentra maniatado y con los ojos cubiertos por una tela oscura, mi hermano Jeremiah; cabizbajo, inconsciente. Y dentro de esta habitación, donde hay tres puertas más con cortinas plastificadas, hay dos hombres más que son los fieles lacayos de Albert.

Él hace una señal a uno de ellos y se me acerca, trato de hacer a un lado la perturbadora escena que hay frente a mí retrocediendo. En cuestión de segundos, como acto reflejo, saco el arma que cargo en mi bolso y le apunto al hombre.

—No te me acerques —advierto empuñando con fuerza, pero temblorosa, al hombre que se detiene al instante sin desvanecer esa expresión desafiante.

—Vamos, Regina. ¿En verdad harás las cosas difíciles? —cuestiona Albert—. Solamente debes entregarme ese portafolio. Todo lo que contiene no te concierne.

—¿Qué has hecho?

—A Samuel, nada que no mereciera ―responde despreocupado―. A Jeremiah, absolutamente nada, no le haría nada, ni a él, ni a ti, hija.

—Curioso que lo menciones, porque hasta hace algunos meses, enviaste a Samuel por mí, amenazándolo con hacerme daño si no me hacía volver.

—¿Eso te dijo la rata malagradecida que está sobre esa mesa? —cuestiona sin alterar por un momento sus facciones—. ¿Por qué confiarías en lo que dice? Has estado quejándote de que te fue infiel con Margaret, ¿por qué le creerías, si no es leal?

—¿Por qué tendría que creerte a ti cuando tienes a mi hermano atado en una silla?

—Solo está dormido, despertará en cualquier momento. Baja ya esa arma, no sabes usarla y solo te ridiculizas, Regina —ordena señalando con desgano el arma.

Fue en un café | Bilogía Destino I | Finalizada ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora