La eterna culpable.

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Javier le había dicho:

     —Si después de contarte esto, sigues sin querer hablar con ella, no insistiré más.

Y ahí estaba, esperando a que empezara a hablar, en una cafetería tan exclusiva que a Luc no se le hubiera ocurrido entrar ni a pedir agua, por si se la traían de algún glaciar perdido de los fiordos noruegos, y le costaba el sueldo de un mes.

Javier está sentado frente a ella, con su impoluto traje de Armani, impregnando de un perfume masculino y educado la distancia entre ellos. Su cara amable, casi femenina, dibujó una línea de preocupación en el ceño sin saber cómo empezar. Lo deja a que se decida, poniendo a prueba su paciencia haciendo girar en un bucle infinito la cucharita en su café. Mientras espera, Luc mira su alrededor evaluando cuánto valdrá la lámpara que está sobre su cabeza.

     —No hemos tenido una infancia agradable —habló de pronto captando su atención. —Nuestra madre era drogadicta y al divorciarse, se quedó nuestra custodia —sus ojos se ensombrecieron, y Luc supo que no estaba allí sentada por una frivolidad. —Comenzó a consumir en un bucle imparable, y... nos maltrataba —finalizó, alzando los ojos para analizar su expresión.

Luc se recoloca en la silla, comenzando a sentirse inquieta con la conversación.

     —Lo siento —logró articular, simplemente por romper ese silencio incómodo.

Javier sonríe con una mueca amarga, y vuelve a su café. Lo removió como si leyera el pasado en el pequeño remolino que formaba la espuma. Pasó la cucharilla por el borde, y una gota resbaló al interior.

     —Nos convertimos en su chequera —continuó como si no la hubiera oído. —Nos utilizaba para sacarle el dinero a mi padre.

     —Comprendo. —Su cerebro solo procesaba monosílabos que la hacían sentir idiota.

     —Carla, hay donde la ves, tan fría y distante; es muy sensible —se le acercó en confidencia. —No se lo vayas a decir, pero la odio un poquito porque era la favorita de mi padre —se apretó teatralmente el corazón con la mano.

Luc sonrió agradeciendo la payasada que destensaba, en parte, el aire lúgubre de la conversación. Javier se inclina sobre la mesa con las manos enlazadas como si hubiera llegado el momento crucial.

     —Luc, vivimos cosas que no debería vivir ningún niño —sus delicados rasgos se endurecieron. —Mi madre tenía muy malas compañías, y en nuestra casa siempre había gente de dudosa procedencia. Si alguno nos daba una hostia, a mi madre le daba igual —movió la mano como si fuera lo más normal del mundo.

     —Vaya... —De nuevo esa sensación de poca empatía, pero se nota bloqueada, como si el dolor de esos niños se materializa dentro en ella.

     —Luc, yo era un crío —sonó como si quiera justificarse. —Hacían lo que les daba la gana, y... —se lamió los labios. —Yo no podía vigilarla eternamente —soltó enigmático.

Luc se remueve incómoda. La silla cruje como una onomatopeya de su interior, y tensó las mandíbulas con el estómago revuelto.

     —¿Por qué me cuentas esto? —lo corta firme y visiblemente incómoda.

     —Porque tienes que entenderla —sr apresura.

     —Sí, pero quizás no debería saberlo por ti —enjuició su comportamiento.

Javier se detiene sopesando el reproche, y añadió con aire ofendido.

     —Lo sé. Pero dudo mucho que ella te lo cuente así sin más mientras tomáis un café. ¿No crees?

El murmullo de la cafetería hizo un decrescendo de carcajadas, dejando al descubierto su voz y el hilo musical. Javier calló, y Luc se vuelve a recolocar en la silla, que para ser un sitio tan caro, son una tortura.

     —Lo siento Javi, no pretendía juzgarte. Entiendo lo que me quieres explicar, pero no está bien —insistió cruzando de brazos con la negación adentrándose por cada capilar.

Si es sincera con ella misma, la realidad es que no quiere saberlo. "No deberías besar a nadie sin permiso," retumbó en su memoria. Una inquietud extraña le dio un hachazo en la boca del estómago, abriéndole el paso a miles de oscuro escenarios.

Javier la mira unos segundos, y apretó los labios deteniéndose. El cuerpo de Luc era una completa negativa. Mirada a un lado, y brazos cruzados. Sopesó que quizás las ganas de ayudar a Carla, lo hayan hecho extralimitarse.

     —Luc, yo no sé qué le pasó —quiso maquillar su error—. Solo se las consecuencias. —Su mirada se impregnó de una tristeza complicada de sanar, y prosiguió sin esperar respuesta. —Carla está acostumbrada a los gritos, a que la traten mal, a complacer, a callar, a comportarse —enumeró con rabia. —Por eso le permite todo a Guillén, porque la usa igual que nuestra madre. —Atravesó la mesa agarrándole la mano. —Luc escúchame. No está enamorada de ella. Solo cree que eso es el amor. Y yo no quiero que desperdicie su vida creyendo eso —sonó a súplica.

     —¿Y qué quieres que haga yo, Javi? —le recuerda con frustración.

     —Insistir.

     —¿Insistir? —repite incrédula y mira a otro lado soltando una risita.

La conversación la está incomodando. Ella ya había tomado una decisión; ¿y ahora le viene con esto?

     —Sí —dijo animado. —Sé que la quieres —aseveró dando la callada por respuesta.

     —Como si eso importara. —Ahogó una carcajada amarga.

     —Tienes que hacer que importe —insistió con desolación. —Tienes que hacer que suceda.

     —Ella no quiere que suceda. —Javier extiende una sonrisa condescendiente.

     —Ay Luc... Carla tiene el don de disfrazarse. Solo verás, lo que ella quiera que veas. —Volvió la servilleta una pequeña bolita que guardó en su mano como si ese gesto indicara que tenía más secretos que contarle.

Ambos tomaron aire a la vez, pero por motivos diferentes. Él, por poder compartir ese peso, y ella, porque era un secreto ambiguo y pesado que aplastaba la ligereza de su corazón.

Desde ese día no lo había vuelto a ver. Se despidieron con un abrazo que le dejó mil incógnitas en el aire junto a su perfume.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora