Quizás, y solo quizás.

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      Al entrar al dormitorio, Carla pensó en hacerse la dormida incapaz de enfrentar algún reproche. Su mente barajó cuarenta y siete escenarios al cuál más catastrófico, pero el que Luc la ha rechazado, queda arriba en el top. Pero, ¿por qué? ¿Qué ha hecho mal? Cuando dijo: Necesito un chofer, fijó en su mente una idea que dista mucho de esto.

Luc se desvestía en silencio con la luz apagada. Las cortinas abiertas tras el cabecero, le dan a Carla la privilegiada posición del contraluz. Sintió un cosquilleo de culpa de disfrutar mirándola en el anonimato, pero le parece lo más magnético que ha tenido enfrente.

Luc avanza y se quedó a un paso de cerrar las cortinas.

     —¿Podrías dejarlas abiertas? —Carla se incorpora apoyándose en un codo. —Odio la oscuridad.

    —Claro.

No le sorprende. Igual que no le gustaba que se le acerquen por la espalda, o que la besen sin permiso, tampoco que se le insinúen sexualmente, o ni tan siquiera que le preguntes de frente por cualquier detalle personal, que a ti te puede parecer absurdo... En fin... Paciencia, santa Luc... ve apuntando sus manías en una libretita hasta que encuentres el manual de usuario. Suspiró un poco cansada de tanta norma.

     —Pensé que dormías—. Sonó tan patético que tuvo que darle la razón a Tana.

     —Pensé que preferías que no—. Intentó mostrar seguridad, pero Luc la mira con una seriedad desacostumbrada.

     —Lo que yo prefiera está en un segundo lugar —suena más cortante de lo que pretende.

     —¿Por qué?

     —Porque quiero saber qué prefieres tú —dijo sin mirarla, y se quita el pantalón sin perder la seguridad aun a pesar de saber que Carla la mira.

     —Luc... ¿He hecho algo mal? —Fue más suplica que pregunta.

Luc chasquea la lengua. La angustia en su voz la zarandea, y suaviza el tono.

     —No —dobló el vaquero. —¿Por qué piensas eso? —Carla se sienta en la cama agarrándose las rodillas bajo las mantas.

     —¿Entonces? —Sus evasivas para contestar la sacan de quicio. Suspiró resignada ante el acertijo de bellas facciones que tiene enfrente, y lanza con cansancio el vaquero sobre una silla.

     —Entonces nada —dice abriendo los brazos. —Ha sido culpa mía. Me cuesta estar cerca de ti y no querer besarte todo el rato. —Pero su sinceridad de batalla, se topa de nuevo con sus trincheras de miedo.

     —Es que es tan extraño... —Pareció hablarse a sí misma.

     —¿El que?

     —Que te guste. —Reclamó poco convencida.

Luc suspira bajando los brazos y toda su expresión es un cansado: joder, esta conversación otra vez, no.

    —Pues ya ves —quiso zanjar la conversación antes de malhumorarse.

     —Tienes pinta de... —siguió ajena al tono seco. Escanea su cuerpo, y para en las caderas como si también le pusiera límites a mirarla.

     —¿De? —la incita a seguir buscando su mirada, y Carla vuelve avergonzada la cara como si se hubiera dormido en mitad de una reunión.

     —De poder tener a quien quieras. —Usó un tono amargo que traslucía reproche, pero a Luc lo menos que le apetece es ponerse a discutir por fantasmas.

     —Pues a ti no te tengo. Como pitonisa no te ganas la vida, guapa. —gruñe.

"Tranquila," se reprende el tono hosco. "Y paciencia," se pide de nuevo. Debería estar usando esa reluciente llave mágica que Javi le ha entregado, pero se ve que cuando estás cachonda, tienes el mismo acierto con la cerradura que un borracho de madrugada. Respira profundo, hasta las tripas, como si echara un cubo de agua en una hoguera y se quita la camiseta y el sujetador con movimientos airados. Carla sostiene la mirada en sus pechos, pequeños, pero desafiantes y orgullosos. Luc se percata y se entretiene en colocar la ropa con más calma de lo normal. Observa cómo la mira; con esa versión embobada del deseo. Esa inexperta, que tiene más ganas que iniciativa, y se pregunta cómo puede tener tantas dudas e inexperiencia una mujer adulta. Luc le ha dejado claro, que con ella tiene barra libre.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora