Prueba otra vez.

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     —Hace frío Carla —insiste quejosa. —Un minuto nada más—. Vuelve a pedirle añadiendo una lastimera tos seca.

Cualquier persona con sentido común razonaría que está fingiendo. Pero Carla sujeta el pomo helado de la puerta sintiéndolo en llamas. Lo gira despacio y deja entrar a la desdicha. Guillén, con el teléfono aún en la oreja, marcó sus hoyuelitos como lentejas en una sonrisa tierna, y un fuerte gesto de arrepentimiento. Sin embargo, su mirada, era más fría que el aire que entraba por la puerta. A Carla le temblaron las piernas como anticipo de su error, a pesar del grueso abrigo color crema que lleva puesto.

     —Gracias —se adentró, guardándose el móvil en el bolsillo trasero.

Oteó recelosa el interior de la casa. Seguro buscaba a Browning. Carla agarrada aún al pomo, mira la calle iluminada por las farolas. Luz artificial. Igual que con la que ha intentado darle calor a la casa. Igual que la que desprende Guillén. Dejó la puerta abierta en un instinto subconsciente de supervivencia.

     —Te he estado buscando —dijo a sus espaldas. —¿Dónde has estado? —Pasó un dedo por el mueble del recibidor, comprobando el polvo.

     —Aquí... —Guillén soltó una risita.

     —No... —dijo escéptica. —Te vi salir del Dharma, pero no regresaste a casa. —Dijo casa, como si se refiera a un hogar, y la culpara de haberlo abandonado.

     —¿Qué vienes buscando? —Carla se esforzó por mostrar seguridad.

     —Pensé que te había pasado algo... —continuó. Parecía afligida, casi preocupada.

     —Guillen, ¿qué quieres? —Insistió. No pensaba darle conversación.

     —A ti —aceptó el enfrentamiento. —Siempre te busco a ti. Eres mi descanso... lo sabes.

Su mirada le pareció más desenfocada que nunca. Carla ignoró el halago soltando el teléfono sobre el mueble de la entrada. La encaró de brazos cruzados preguntándole con urgencia:

     —¿Quieres dinero?

     —No —entrecerró suspicaz los ojos. —Quiero pedirte perdón, ya te lo he dicho —se acercó con gesto ofendido, como si esa idea fuera una locura.

     —Quédate ahí, y no te acerques. —Frenó autoritaria su avance.

Guillén se quedó a medio camino con los brazos estirados como un zombi patético. Los bajó despacio diciendo:

     —No me lo voy a perdonar en la vida. —Curvó lastimera las comisuras hacia abajo negando con la cabeza. Carla conocía ese gesto, que antes le dolía, pero ahora le da náuseas.

     —Permíteme que lo dude —le dedicó una mirada incrédula.

     —Eso es lo peor de todo —continuó, entonando un mea culpa. —Que tú tampoco me lo vas a perdonar nunca. Y sé cuánto te cuesta mantenerte en esa posición de rencor.

     —Ya te perdoné Guillén —cortó su postulación a los óscar, sabiendo hacia donde dirige la conversación. Compararse con su madre.

     —No... Yo sé que no —hundió la cabeza en los hombros.

Ese gesto desolado hace creer a Carla, que está arrepentida de verdad. Se siente capaz de manejar la situación, y envalentonada añadió:

     —Pues si solo venías por un perdón, ya lo tienes. Vete, y no vuelvas nunca. Nunca más. —Guillén elevó las cejas con una incredulidad dolida.

     —¿Cómo me dices eso Carla? —pareció reprenderla. —No puedo irme.

     —Me lo prometiste—. Apeló ilusa a su palabra.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora