Estaba muerta de miedo, y cada rincón de su cuerpo le grita en todos los idiomas, estás loca. Un frenazo tras ella la hizo dar un respingo. La avenida es un hervidero de pitadas y conversaciones indistintas. Vuelve la cara hacia Luc, y sabe que ha perdido la batalla tras haberle puesto mil excusas inútiles, que solo pretenden ocultar la única y aplastante verdad.
—Me da miedo —confiesa al fin rindiéndose. —Nunca me he montado en una moto.
Su cara de pánico, no tiene nada que hacer contra la sonrisa ilusionada de Luc, que le dice:
—Solo es una moto, no un reactor nuclear. Tú tranquila, que no va a pasar nada.
—Para ti todo siempre va ir bien. Eres optimista hasta el agotamiento —rezonga de brazos cruzados. —¿Por qué no cogemos un taxi? —Lo intenta una vez más, mirando la moto como a un león.
—¿Un taxi? Prrfff... Por favor. — Subió con agilidad a aquella mole de metal y cuero. —Para cruzar Madrid de punta a punta, no hay nada mejor que esto. Venga va. —Quitó la patilla de un golpe seco, obviando la súplica asustada de sus ojos.
Había algo fascinante en la seguridad de sus gestos. Una fuerza más allá de lo físico. Algo autosuficiente, casi arrogante, que desaparecía con su sonrisa franca y conciliadora.
—Ven anda —le pide.
Carla se acerca al manillar, y Luc le colocó bajo el casco algunos mechones sueltos, que al sol brillaban con un rubio cegador. Antes de bajarle la visera, la mira a los ojos. La luz incide en ellos dándole la tonalidad del whisky, y Luc nota como la calientan como si se hubiera echado un buen trago. Se recriminó una vez más la oportunidad que quizás, perdió anoche.
—Cuando bajes de esta moto —dice—. No habrá miedo en esa mirada. Solo ganas de repetir una y otra vez —deja en el aire una doble intencionalidad con la ceja en alto.
—Dios santo... —se sonroja. —¿Sabes que mi hermano te matará? —cambió de tema preparándose para subir.
—Tu hermano sabe que soy de fiar. Y tú lo sabes también —le recuerda antes de bajarle la visera con un golpe seco y experto.
—Ya... —dijo entendiéndola, sonando su voz amortiguada dentro de esa escafandra.
—Venga rubia, arriba. ¿Puedes?
Luc le inclina la moto para que le sea accesible, aunque a Carla le sigua pareciendo una bestia enorme, de sillín inestable; y la idea de llegar hasta el Dharma, aterradora. Sube a ella, decidida a dejar las quejas, y dejarse impregnar por el entusiasmo de Luc, que ilusionada le pregunta por encima del hombro:
—¿Lista? —Apretó el botón de encendido y la moto rugió entre sus piernas.
—Pues no sé qué decirte—. Titubea con el corazón más revolucionado que aquel aparato del diablo.
—Relájate y confía —da un poco de gas. —La vida es fluir.
—Ay no... —exclamó nerviosa, cuando la moto empezó a moverse impulsada por sus piernas, que se tensan por el esfuerzo bajo los vaqueros. Luc gira a tope el acelerador, y el gruñido sonoro y vibrante le encogió el estómago.
—Esto no es fluir Luc, esto es jugársela —aferra los dedos al cuerpo de la chaqueta.
—La vida también es jugársela. Tú agárrate fuerte y disfruta.
El acelerón la pilla por sorpresa y reprime gritar. Se sujeta con fuerza a su cintura, y cierra los ojos al verse a toda velocidad entre el caótico tráfico. La espalda de Luc se estremeció en una carcajada, y coloca una mano sobre las suyas, que se aferran con fuerza a su abdomen, tranquilizándola con unos golpecitos. Carla nota el corazón por encima del ruido de esa endemoniada máquina que gira, acelera y adelanta tragándose con ansia el asfalto. Tuvo miedo los dos primeros minutos o todo el trayecto, no sabría especificarlo, pero lo que sí tiene claro, es cuánto había disfrutado la cercanía de su cuerpo, a pesar del alivio que sintió al llegar al club.
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La chica del club II
Romance¿Qué harías si el pasado llamara a tu puerta pidiendo ayuda? ¿Te entregarías a alguien que te impone límites, y aceptarías las consecuencias? Tras separarse, Luc y Carla, intentan recuperar la vida que tenían antes de conocerse. Hasta que un día, la...