—¿Lo lleváis todo?
Guillén rebuscó en una bolsa de deporte llena de herramientas, llaves, dispositivos para anular el antirrobo, y algunos trastos más que le sonaban a chino, pero en su arrogancia contestó:
—Perfecto—, como si fuera la jefa de esa operación.
—¿Por quién nos tomas? —Bibi extendió una sonrisa lobuna por el retrovisor. Mechones rojizos y secos como un cepillo al sol, se le escapaban del pasamontañas enrollado en la frente. —He robado tantos coches que podría tener una cadena de concesionarios —alardeó, forzando en Guillén una sonrisa falsa.
—Tengo que cerciorarme —respondió autosuficiente.
Bibi la miró con el desprecio que se le tiene a una persona, barra lastre, a la que tarde o temprano tendrás que quitarte de en medio. Blas y ella sabían que gente así, terminan dando problemas, pero se relamían con la idea de robar un aparcamiento como el del Dharma.
—Pues relajate, que todo está en orden—. Apartó la vista con asco, tanteando en busca del contacto despertando al motor.
—Pues adelante chicos. Esta noche va a ser memorable—. Mostró las llaves, relucientes como un caballo de Troya. Dio otra calada tan intensa al tubito que la hizo toser.
—!Eh! Aquí las órdenes las doy yo—. Siseó Bibi sin dejar de mirar la carretera. —Y dejad ya esa mierda. No quiero que cometáis fallos. Os quiero atentos a todo lo que pueda surgir. —Acarició el volante como quien calma a un caballo.
Sus ojos se cruzaron por el retrovisor con los de Guillén, igual que dos ratas huidizas cruzando de un contenedor a otro. La noche parecía darle peor aspecto a la piel de rama seca de Bibi.
—Tranquila jefa—, dijo una montaña envasada en negro desde el asiento de atrás. —Esto no da muermo, esto te hace volarrrrr... —su cara de boba felicidad, arrancó un coro de carcajadas al grupo.
—¡Que soltéis esa mierda! ¡Coño, ya! —Graznó Bibi como un cuervo defendiendo su nido.
El coche se llenó de silencio, y se vació de humo. Nadie habló durante los diez minutos que tardaron en llegar, y aparcar en el callejón de atrás. Solo se escuchaba la lengua de Bibi, paseando un caramelo de mejilla a mejilla con un ruido pegajoso. A ella se le respetaba, tanto o más que a Blas.
El Dharma se levantaba imponente. Aun apagado te sobrecogía su altura. Su fachada de vidrio, hormigón y metal perforado, le hacía parecer un animal con piel de aluminio, capaz de absorber todos las miradas de la noche. Bibi frunció el ceño.
—¿Porque está cerrado? ¿No se supone que debería estar lleno de coches? —La cosa empezaba mal.
—No te estés preocupando. Hay coches, confía en mí. Buenos coches —apremió al chico de al lado para que saliera.
—Esto no es lo que habíamos hablado—. El cierre centralizado saltó. Nadie saldría sin su permiso.
—Es un aperitivo —respondió Guillén en compadreo.
—¿Aperitivo? —preguntó glacial.
Guillén se estaba exasperando con tanto protocolo. Solo quería entrar a quitarle los coches a ese capullo, aparte de la sorpresita que llevaba oculta en la chaqueta.
—Cuando veas lo que hay ahí dentro, te alegrarás de haber venido.
Bibi la examinó. Por el retrovisor, Guillén solo veía uno solo de sus ojos de rata. Se echó los rizos atrás, para encajarse el pasamontañas, adelantándose a la orden de Bibi, que hizo un gesto casi imperceptible, y Guillén se vio con una pistola en la sien, empuñada por la montaña con la que compartía humo y risas hace un momento.
—Vamos a ver si lo entiendo... —se apretó el puente de la nariz que pereció crujir como una hoja. —Porque me da que me estas chuleando, y por ahí no paso.
—Tú dirás —respondió tranquila.
—Si yo expongo a este grupo, y ahí dentro encuentro mierda. Te quedas ahí dentro, pero con un tiro entre las cejas. ¿Te has enterado bien?
—Sí —dijo rotunda—. Vas a encontrar lo que estás buscando. Y más adelante, tendrás el golpe que te prometí.
Ni siquiera parpadeó. Guillén tenía demasiada sangre fría para ser un individuo normal. Marcó los hoyuelos, enseñando las oquedades de sus dientecillos. Cualquier sonrisa en ese coche sumergido en sombras, tenían un aspecto siniestro. La suya no iba a ser menos.
—¿Vamos? —Preguntó disciplinada como una niña buena.
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La chica del club II
Romance¿Qué harías si el pasado llamara a tu puerta pidiendo ayuda? ¿Te entregarías a alguien que te impone límites, y aceptarías las consecuencias? Tras separarse, Luc y Carla, intentan recuperar la vida que tenían antes de conocerse. Hasta que un día, la...