La chica de las sombras.

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     Las llaves de repuesto tintinearon al caer en el cenicero. La oscuridad le agudizó el olfato, y tiene la sensación de que jamás se irá de su piso el perfume de Carla. Cuelga la chaqueta, y se queda de pie, atolondrada aún por la siesta y la lasaña. La vista se le acomoda a la oscuridad. Las cortinas plegadas, dejan ver los bloques vecinos pintados en azul cobalto, y el salón se llena de siluetas recortadas por los muebles. Su móvil, parpadea en la cocina como un faro avisando de una notificación. Se alegra de no haberlo perdido. Apoyada en la encimera, consulta mensajes de trabajo y amigos mientras se sirve agua, pero ni rastro de Carla. Lo soltó decepcionada.

Un ruido la alerta, y gira la cabeza para descifrar la ubicación. Alcanzó a ver una sombra que corre por la encimera, tirando un bote lleno de cubiertos que estallaron con estrépito. Acto seguido, atraviesa por el respaldo del sofá en un tropel de pataleos percutidos.

     —Gatos... —oyó una voz de entre las sombras.

     —¡Joder! —Se llevó la mano al pecho. —¿Carla?

      —Aja.

     —Por Dios, ¿quieres que me dé un infarto? ¿Qué haces aquí? ¿Y a oscuras?

Encendió la mampara de la cocina. La tenue luz lamió la habitación cerciorándose de que era ella. Sentada en el sofá era un trazo más de sombras, y su cara le pareció más amoratada. Verla hizo que el corazón empezara a patearle las costillas.

     —¿Has estado aquí sola todo este tiempo? —pregunta incrédula, pero Carla niega despacio.

     —No exactamente. Te has dejado las llaves ahí —señaló el cenicero que se usaba para ese cometido. —Siento habérmelas llevado —le confesó un tanto indecisa.

     —Ya—. Luc echa un trago de agua, a ver si ahoga el corazón, antes de que él lo ahogue a ella. —También es delito, ¿lo sabes? —bromeó para destensar el momento.

     —Sí, también lo sé... —la miró con cierta vacilación, encontrándose con una tranquilizante sonrisa de ojos achinados.

     —Bueno... La verdad, es que me alegra que hayas vuelto—. Soltó en su línea espontánea. Ya tendrá tiempo de arrepentirse mañana por su falta de filtros.

     —Pues qué alivio... —Carla, bajó la cara sorprendida de su comentario, con una sonrisa complicada de ocultar por mucho que se mordiera los labios. La tensión que sentía esperándola se diluía poco a poco.

     —¿Fuiste al médico? —cambio el tema, al ver unos papeles sobre la mesa, con el logo de la clínica Quirón. A sus pies había una pequeña maletita de mano.

     —Sí. Javi me obligó y Browning me arrastró —le informó en tono divertido y cansado a partes iguales.

Luc enciende una lámpara de pie, y se sienta en el sofá de al lado.

     —Pues me alegro de que alguien pueda obligarte. —Carla sonrió tibia, callándose que mucha gente suele obligarla, y le molesta en sobremanera. —¿Puedo? —señaló los papeles.

Carla afirma, y la observa revisarlos con gesto concentrado. Ya sabe que es un poco tonto, pero sacó pecho al verla preocupada por su bienestar. De pronto dijo, haciéndola sacar la cabeza del informe.

     —Me fui por la chica. —Luc la mira sin comprender.

     —¿Qué chica?

     —La chica de tu móvil —suspira. —La que bailaba contigo en el club... No sé cómo se llama. —Se bajó las mangas del abrigo, y empezó a jugar con los puños.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora