Papá, ¿pero tú me has oído?

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     Luc acaba de darse cuenta de que se ha olvidado las llaves del piso. Masculla una maldición a la vez que palpa todos los bolsillos de la chaqueta. Al menos están las de la moto, así que, se lanza escaleras abajo. Si entraba al piso y ve a Carla, capaz que le pide que no se vaya, y está decidida, a ponerle una orden de alejamiento de su corazón.

Saltó sobre la moto, cerrándose con tanta rabia la cremallera de la chaqueta que sonó como un frenazo. Mira a ambos lados para incorporarse al tráfico con cara de pocos amigos, y una mujer que pasa por su lado, se agarra desconfiada el bolso temiendo que pueda darle un tirón. Luc bufó algo inteligible haciendo que los pasos menudos de la señora, se apremien claqueteando por el acerado.

Siente la cabeza embotada por el cansancio. Ha estado en duermevela preocupada por Carla, y la luz de la mañana le cae como un taladro en las sienes. La recuerda echa un ovillo cuando logró dormirse, y tiene que reconocer que aún a pesar de las heridas, se quedó fascinada por la dulzura de su belleza. Se baja la visera de un golpe seco, a ver si disipa de su memoria la línea redondeada de su mentón, y unos labios ovalados y mullidos que parecen estar fabricados para besar con ternura. Tenerla tan cerca, le ha despertado la anestesiada necesidad de querer ver todos los días sus ojos color arcilla.

Arrancó, y se disipar a la velocidad del hombre bala hasta casa de sus padres, rezando porque la distancia la haga perder cobertura de su recuerdo. Al llegar, su padre vestido como un pincel, se afanaba en la grasienta tarea de cambiar un faro. Samuel alza la cabeza al escuchar la moto, y mira el reloj extrañado de verla a esas horas.

     —¿Tú no has tenido guardia esta noche?

     —Afirmativo. Pero también he tenido una visita inesperada que me ha quitado el sueño. —Samuel tuerce el bigotito con una sonrisita cómplice.

     —¿Algo que declarar?

     —Ojalá... —lo besó al llegar a su altura. —Papá. ¿Sabes que han robado esta noche en el Dharma? —Cambió al tema que la ha llevado allí.

     —¿En el club? ¿Cómo? —preguntó escéptico. —Ese lugar tiene que ser un bastión.

     —Y es un bastión.

Samuel se limpió las manos de grasa en el pantalón, y le pide silencio cuando su hija tuerce el gesto con un claro: mamá te va a matar.

     —¿A pasado durante tu guardia? No nos corresponde esa zona —pregunta extrañado.

     —No. Me he enterado esta mañana por casualidad —pateó una piedra imaginara. —Verás... cuando regresé a casa me encontré en mi puerta a...

Luc cayó en la cuenta de que en casa, no saben nada de esa parte de su vida. Nadie sabe de la existencia de Carla, ni lo que ha pasado con Natalia, ni mucho menos, del porque estuvo arrastrando una extraña melancolía tantos meses. Solo anunció que regresaba a su piso, sin explicar que necesitaba soledad para reconstruirse. Samuel, al verla titubear, abrió muchos los ojos apremiándola a continuar. Su hija ha espoleado su curiosidad de sabueso, y ya no hay vuelta atrás.

     —Ammm papá... Es que no sé por dónde empezar.

     —Por el principio siempre. Vamos dentro. Un café nos ayudará. —La dirige al interior con la mano en su hombro —¿Te quedas a comer? Tu madre está haciendo lasaña, y después, me puedes ayudar con el faro —señaló el coche a su espalda.

     —Papá, sabes que no tengo ni idea de mecánica —se queja.

     —También es verdad. —Miró pensativo el faro del coche, como un ojo fuera colgando de los cables. —Yo tampoco, para que nos vamos a mentir. Menos más que sabemos de comer lasaña, ¿eh? —Samuel rio, con una carcajada feliz, marca Lucént. —Anda, vamos dentro.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora