La encontré.

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     Javier supo que bajo su techo vivía la paz, cuando Irene se acercó y lo abraza. La estrechó a su cuerpo hundiéndose en su calor. Su perfume se mezcla con el de su pequeña y se sintió bendecido. Todo en su sitio, ordenado, colocado, y protegido por las manos de algún Dios que lo miró bien el día que contrató a Irene como bailarina, y lo dejó petrificado al verla sobre el escenario. La besó con ternura al riesgo de derretirse, igual de embobado de verla en bata, o en tacones.

     —No vi a tu hermana irse. Pensé que se quedaba dormir —se acopló a su cuerpo con un quejido somnoliento.

     —Sí, esa idea trajo. Así que la eché a la calle —sonrió malicioso.

     —Siempre tan sutil —le acaricia la nuca. De pronto dudó y lo miró alertada. —¿No te habrás enfadado otra vez por lo de los coches? Si esa cerda de Guillén tiene algo que ver, ella no tiene culpa Javi—. Defendió a su cuñada.

     —No tranquila. No debí ni pensarlo—. Le avergonzó recordarlo. —Ya le pedí perdón, y ella no me lo tiene en cuenta. Sabe que estaba muy nervioso.

Se frotó la cabeza para quitarse el fijador del pelo, y le sabe tan gratificante como aflojarse la corbata. Irene lo ayuda con gusto en la tarea de despeinarlo.

     —Que guapo estás­ —lo miró orgullosa. —Entonces dime. ¿Porque echaste a tu hermana? —termina con las sienes.

     —Para que se fuera con Luc —respondió como si fuera innecesaria la aclaración.

     —Javi, no la fuerces —lo reprende seria. —Eres muy pesado con eso. Ya sabes que ella tiene su... —dudó —freno.

     —Pero si lo está deseando —lloriqueó.

     —Tal parece que lo estés deseando tú más que ella—. Regañarle con esa sonrisa preciosa en los labios le quita autoridad. Javier no pudo evitar besarla fugaz.

     —Es que me encanta verla con ese brillito en los ojos. ¿Te has dado cuenta? —Arrugó la nariz como el que ve un cachorrito dando sus primeros ladridos.

     —Sí—. Irene tuvo que darle la razón, solo por hoy. —Se le nota la carita de ilusión. Pero vamos, que Luc está igual. Se la come con los ojos.

     —¿Verdad? —respondió feliz de que no fueran cosas suyas. —Por eso es por lo que entro yo, y las empujo un poquito —concluye con sonrisa de pillo.

     —No. Ahí es donde te estas quietecito, y dejas a tu hermana que vaya a su ritmo —le espetó con las negras cejas airadas.

     —¿Pero, y si Luc se cansa? —gimoteó como un niño.

     —Pues no la querrá tanto —resolvió al fin con visible enfado. —Si lo que viene buscando es acostarse con ella, ya se puede estar largando.

     —Joder, que buena estás cuando te enfadas—. Ilustró su deseo con un rápido e intencionado movimiento de cejas, que la dobló de la risa al verse ridículo. La sensualidad no era lo suyo.

     —¿Tú también solo quieres acostarte conmigo? —Le pasó los dedos por las arruguitas de los ojos, sopesando los años al lado de ese adulador de mirada pícara por el que no apostaba nada.

     —Yo quiero todo contigo —la abrazó fuerte y la mece, viéndose reflejados en el ventanal del despacho.

     —¿No vamos a la cama? —se separa enlazando una mano para guiarlo como Ariadna por el laberinto.

     —Enseguida. Pero dame unos minutos que termino un asunto, y estoy contigo.

Irene lo amenazó con una mirada inquisidora, que le advierte que se lo llevará arrastras si se pone a estas horas a trabajar. A lo que él respondió con la mano en el pecho, y otra jurando al aire. La observa desaparecer justo cuando el asunto en cuestión. se materializa en la puerta. El chofer le comunica, que ha llevado a su hermana hasta la misma puerta del piso, la ha cruzado y ha cerrado. Le dijo, gracias y buenas noches, y la sonrisa se le puso a velocidad de crucero. Que Carla hubiera encontrado una persona con todas sus facultades mentales y emocionales, intactas, era para él, el nirvana. Su hermana se merece ser feliz, coño. Sentirse cuidada, respetada y todo lo que termine en ada, hasta follada, aunque le joda pensar en esos términos de su hermanita pequeña. Se frota las manos desoyendo las advertencias de Irene. No piensa dejarla en el tren de las dudas, si hay que empujarla a la vía, sea.

Browning aparece en la puerta con semblante serio despertándolo de sus fantasías. No le preocupa su cara de material de construcción, porque la llevó puesta hasta en el bautizo de Irene, pero al mirar el reloj, le alertaron las horas.

     —¿Permiso? —Podía pasarse días sin escuchar la suavidad de su acento sureño.

     —Claro, pasa —frunció el ceño. —¿Ocurre algo?

     —La he encontrado. La han visto saliendo de una pensión en Vallecas. Está con un hombre, pero no sé qué relación tiene con él. Ninguno de los tienen muy buena pinta, la verdad.

     —Bien, Brown —se relamió nerviosos los labios.

     —Dicen que está gastando bastante dinero, y metiendo jaleo.

      —En su línea, pasando desapercibida —escupió las palabras. La chaqueta abierta, y los brazos en jarras.

     —¿Quiere...? —Javi mira cómo se yergue frente a él. Su semblante no cambió con la velada propuesta, pero sus ojos brillaron efervescente como un perro de caza. Javier supo que podría mandarlo a inmolarse, y no volver a preocuparse de Guillén.

     —No. Muchas gracias Browning. Ten buenas noches.

Hizo lo que tenía que hacer. Coger el teléfono y escribir un simple: —La encontré.

Luc sabe a quién se refería.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora