Bloqueo.

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Carla ha perdido la cuenta del tiempo que llevaba escondida en el baño. El frío y los golpes la tienen entumecida. Tana, que cambió la ubicación y se acomodó en su regazo, había sido el único aporte de calor, calmándola con su anestésico ronroneo. Protestó levemente al apartarla y Carla protestó aún más al levantarse de la esterilla del baño.

Abrió la puerta y se asoma apenas. Teme que Guillén salte de entre la oscuridad como una pesadilla. Deambuló por la casa, mirando los destrozos como la superviviente de un bombardeo. El cable del teléfono fijo arrancado. Su móvil desaparecido. El bolso con las tripas fuera y las puertas y ventanas, bloqueadas. Encerrada en su propio hogar. Desventajas de una casa domótica que toma decisiones por ti. Un símil de su vida.

Al entrar al dormitorio, su hombro chocó contra el quicio, pero siguió caminando ajena al dolor como un autómata. Siente la cara tan hinchada, como si llevara una careta de cuero cosida, y al pasarse la lengua por los labios, el sabor metálico de la sangre le devuelve las ganas de vomitar.

Se sentó en la cama, mordida por un agotamiento brutal que la tienta a acostarse. Liarse entre las mantas y calmar el frío de este enero que empieza fuerte.

En el reloj de la mesita parpadean, rojo contra negro, las cinco de la mañana. Amanece, y Guillén volverá. Piensa en el precio a pagar por salir sin permiso del baño. Clavó las uñas en el colchón y se dobla por la cintura en un grito ahogado. Se hace un ovillo y abraza su derrota. Derrota, sí, porque hasta ahora caminaba en la aceptación, pero esto ya es derrota.Una lágrima se le queda bloqueada al final del ojo y, al hablar, su garganta se queja como envuelta en alambre de espino.

—Dios, si no me quitas peso, al menos dame fuerzas. —Soltó la súplica al aire, cruzando los dedos para que le creara un futuro potencial más luminoso.

Tana entró silenciosa y, sentada frente a ella, acomodó poco a poco sus patitas delanteras. Su serenidad de figurita de porcelana contrasta con su pelaje callejero, haciéndola parecer más libre que a cualquier otro de su especie. Carla se estanca en sus esferas clorofila, y parece que la escucha decir:

"No estoy hecha para el encierro".

—Yo tampoco... —respondió con un graznido entrecortado.

Hablar dolía, y a nadie debería dolerle hablar.

La chica del club IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora