"¿Dónde coño la tendrá metida?"
"Seguro que la has mandado a Valencia, y te lo callas."
Guillén está en la barra de un bar, mascullando maldiciones de bastante mal humor. No tener idea de por dónde anda Carla le está friendo los nervios, y ese capullo de Javier no suelta prenda.
Por su casa no ha pasado, amén de que tiene pinta de llevar cerrada desde ese maldito día de enero. Por el Dharma, tampoco la ha visto, y eso que ha estado acechando los aparcamientos. Y para el colmo, tiene que estar dándole explicaciones al Rádar de porque van a según qué sitios.
Mira hacia la puerta de bar, y lo ve.
"Hay está con esas pintas que da asco verlo." "Un alga tiene mejor cara que ese montón de guiñapos." Está hablando con alguien que no conoce, pero tiene todo el perfil de la gente de Blas.
"Seguro está yéndose de la lengua ese puto morroestufa." "Como abra la boca y le cuente algo, le corto el cuello."
¿Temprano para una cerveza? Sí, respondió el gaznate. Mejor no, se quejó su estómago, pero nadie le ha pedido su opinión, así que... Un gesto al camarero, y su ansiedad espera no tener que esperar. Sacó el móvil para hacer tiempo, y lo pone sobre la barra. Abre la foto de Carla con Javier. Dedicó unos segundos en verter todo el odio que siente a su cara de lechuguino.
"Que haya tenido que llamarte yo, para que me agradecieras la falla... Manda huevos." Se quejó de su ingratitud.
Editó la foto y empieza a tacharlo en negro. Primero los ojos, después la boca, y después, perdió los límites del trazado hasta terminar en una desenfrenada bola negra. Lo convirtió en lo que era, un moscardón enorme pegado a Carla.
—Puto desgraciado —el camarero la miró hosco. —No es a ti —le aclaró antipática. El chico le suelta el botellín en frente, y al darse la vuelta le masculla. —Puto capullo... Eso si es para ti. —Echó un trago y su estómago aplaudió con desidia.
Vuelve a ampliar la imagen. Lo ha hecho compulsivamente miles de veces en estas semanas. ¿Cuánto ha pasado desde aquella noche?, reflexiona. Últimamente la noción del tiempo era una asignatura pendiente para su cerebro. Su pulgar arrastró a Javier al precipicio de la pantalla y lo lanza al vacío dejando solo a Carla.
"Qué guapa," frunció los labios. "Por eso es mejor que no lo sepas." Sonríe.
La amplia un poco más.
Solo sus ojos.
Volvió a sentirlo.
La limpieza de su mirada, activa a su tiburón. "Ahh, tengo un tiburón, no un héroe." Resolvió al fin el acertijo. Quizás su héroe fue un Jonás, con menos suerte.
Echa otro trago. La lengua paseó cansina por los restos en los labios resecos. El espejo de enfrente le devuelve una mala versión de ella rodeada por un ejército de botellas. Vuelve a llamar a casa de Carla. Se consume los tonos, igual que sus ojos cada vez más hundidos en las cuencas. Salta el contestador y la cantarina voz de Carla le informó la misma cantaleta: Ahora mismo no estoy en casa...
—¿Y dónde coño estás entonces? —el camarero la miró de mala gana, sospechando que está a punto de meter jaleo.
Le devolvió una mirada desafiante con ganas de que le diera una excusa para comenzar una bronca. El Rádar le silbó desde la puerta, y le molestó como un pellizco.
—A mí no me sirves gilipollas, que no soy un perro. —Respondió a voces, aunque no se le entendió mucho.
El Rádar, la miró confuso mostrándole las palmas. Está solo, el otro tipo se había pirado. La apremia con un gesto para que se diera cera. Guillén suelta unas monedas que tintinearon en la barra, y se fue dejando media cerveza o la vomitaría allí mismo. Sonrió al pensar que sería una propina estupenda.
En la puerta del bar se sintió tan indecisa como una moneda lanzada al aire. Necesita hacer algo. Moverse, aunque fuera sin destino. Siente las piernas pesadas por la fumada de esa puta kush. El tráfico frenético la está poniendo nerviosa, y se le acrecienta el resentimiento hacia Carla. En estos momentos, ella la calmaba, pero no está, y su obligación es estar, porque le había dado su palabra de ayudarla. Detectó el síndrome de abstinencia por ella en todo su esplendor. Tiene que encontrarla o terminará haciendo alguna tontería.
—Vamos —dice Rádar. —Blas quiere vernos.
—Ve tú.
—No puedo ir sin ti —se alarmó. —Sabes que no puedo dejarte sola.
—Oh vaya —se frota los ojos burlándose. —Qué pena.
Se echó a caminar, y de repente, encuentra sentido a sus pasos como iluminada por una epifanía.
—Pero ¿dónde vas? —preguntó quejoso.
—Al Dharma.
—¿Qué? ¿Otra vez? —Bajó los brazos.
—Pues pírate, y déjame respirar de una vez. —Aceleró el paso para poner distancia.
¿Cuántas veces ha ido al Dharma en estas semanas? Da igual, porque esta vez sí que estará, le dijo una repentina euforia interna. El Rádar la frenó de un brazo. Se dio la vuelta y lo encara. Se vuelve pálido, porque ha podido ver el brusco cambio en su mirada. Como algo oscuro asomándose por un desagüe, con pensamientos propios.
"¿Los tiburones comen algas?" Piensa.
Se ve que sí, porque la suelta con cuidado y decide seguirla. A una distancia, eso sí. Creando una precavida salida de emergencia.
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La chica del club II
Romance¿Qué harías si el pasado llamara a tu puerta pidiendo ayuda? ¿Te entregarías a alguien que te impone límites, y aceptarías las consecuencias? Tras separarse, Luc y Carla, intentan recuperar la vida que tenían antes de conocerse. Hasta que un día, la...